Tic, tac, tic tac.
La ciudad duerme. Sus pasos se escuchan desde el baño, el
grifo se ha cerrado. Estoy nerviosa, no sé explicar esta sensación. Hay una
pequeña electricidad que recorre mi cuerpo de arriba abajo, de lado a lado. Es
casi caótico… no sé qué hago allí, pero no quiero irme.
Lo veo salir del baño, me sonríe y me guiña un ojo, tiene la
toalla reliada en la cadera, dejando ver su torso desnudo con algunas gotas de
agua perdiéndose en él. “Y quien fuese agua” piensa esa loca que está dentro de
mi mente. Basta. Agacho la mirada avergonzada de mis propios pensamientos y él,
como el que está dentro de mi cabeza, suelta una pequeña carcajada y me mira.
No dejo de mover mi pierna, sin parar, como marcando un compás, como la base de
una canción. Estoy en el sofá, con las manos alrededor de mis piernas,
protegiéndome a mí misma no sé de qué, pero seguro de algo que quiero que me
golpee con todas sus fuerzas. Pone la película y se sienta a mi lado. Está
desnudo, solo tapado por una toalla, huele a jabón y tiene el pelo húmedo. Se
me eriza la piel a sentir su humedad, me roza sin querer y me paralizo. Mis
pensamientos están nublados, no sé dónde estoy ni qué película estoy viendo,
solo puedo pensar en él y en lo que hay debajo de esa toalla. Noto el color en
mis mejillas, pero no me importa, dejo de rodearme las piernas e intento
relajarme, apoyo la cabeza en el sofá y me centro en la película. Will Smith y
Charlize Theron, Hancock.
Durante 3 minutos consigo centrarme en la película, pero no
sirve de mucho, de momento se levanta y trae un bol de palomitas, huelen de
maravilla.
- - ¿Quieres?
- - Claro.
Cojo un puñado y me las meto en la boca, están saladas. Se
coloca el bol entre las piernas, encima de la toalla. Vuelven los calambres por
mi cuerpo, noto como mis pezones se endurecen y mi entrepierna empieza a notar
esa electricidad. Se me acaban las palomitas y me quedo mirando la película,
inquieta, se me nota el nerviosismo. Mi pierna sigue con su particular canción
y en mi nuca ya empiezan algunas gotas de sudor a resbalar. Se acerca a mí un
poco más y la toalla se le baja un poco, muy poco, pero lo suficiente como para
dejar ver el comienzo de su pelvis. Se me van los ojos, no puedo evitarlo, me
ruborizo y él se da cuenta, sonríe.
- - ¿Quieres? - Me pregunta con un tono picante.
- - ¿Qué? - Pregunto medio aturdida por lo que mis
pensamientos y su ironía están formando.
- - Palomitas, digo. Que si quieres más.
Sonrío. Claro, palomitas. Imbécil. Él se ríe, coge mi mano y
la mete en el bol:
-
Coge lo que quieras, cuando quieras.
Oh dios mío. No puedo parar de mirarlo, como me sonríe con
todo el erotismo del mundo. Me estoy mordiendo el labio mientras lo miro,
retiro la vista al televisor haciendo como que me interesa algo lo que veo,
pero me vuelve a girar la cara:
-
Sigue mirándome.
Lo dice de una manera agresiva, su risa ha desaparecido y en
sus ojos ya no hay ese brillo pícaro del juego. Me mira con decisión, con
firmeza, me intimida pero sorprendentemente, me excita mucho más que me mire
así. Cansado de tanta tontería.
Me besa, con brutalidad, con un deseo contenido que empieza
a liberar, aparta el bol de palomitas de encima de su toalla y me sienta encima
de él. Noto su excitación, su pene duro buscando hueco para salir. Su lengua avasalla
mi boca, no hay un solo hueco que no recorra y sus manos empiezan a subir mi
camiseta por mi espalda. Me deshago de la camiseta sin saber cómo, sin dejar de
besarlo, estoy húmeda. Mojada por completo. Sin lugar a dudas. Desabrocha mi
sujetador y es una liberación intensa, mis pezones como piedras salen a la luz
y se hacen notar. Él lleva su boca a mis pechos, primero a uno y después a
otro. Los rodea con la lengua, los muerde, los absorbe y se pierden en su boca,
yo mientras gimo y enredo mis dedos en su pelo todavía húmedo. Cuando termina
con mis pechos me aparta con delicadeza mientras me besa, me coloca en el sofá
y empieza a desabrocharme el pantalón, mete su mano fuerte dentro y toca mi entrepierna
por encima de mis bragas. Me retuerzo, me nota húmeda y noto que eso le excita
aún más. Baja mi pantalón que acaba en el suelo, me abre de piernas y me roza
con brusquedad, con pasión, haciéndome notar que me desea aquí, y ahora. Mis
manos en su espalda recorriendo poco a poco todos sus lunares, y mi boca en su
cuello, saboreándolo poco a poco, recorriendo su garganta y subiendo hasta sus
labios, no entrando dentro de su boca, jugando a dárselo todo y a que no tenga
nada. Me muerde el labio con fuerza, me hace daño, pero me gusta. Me gusta su
forma brusca de tocarme, de besarme, con fuerza, sin delicadezas, siendo
consciente de que tiene que follarme y no hacerme el amor. Bajo por su torso y
doy un tirón de la toalla que cae al suelo inmediatamente, y lo veo. Grande y
duro, esperando su momento y colocado en mi entrepierna, avisándome. Me excito
más, no dejo de mirarlo, él sonríe. Le gusta que lo mire. De repente mete la
mano por dentro de mis bragas y toca mi sexo, hinchado y empapado. Me baja las
bragas y me quedo desnuda ante ese hombre desnudo al que deseo tantísimo. Me
abre de piernas y sin pensarlo introduce su pene en mí. Gimo. Oh dios. Es
lento, se deleita en cada embestida, pero las da con fuerzas. Giro mi cuello
hacia atrás y me dejo hacer mientras gimo, muevo lentamente las caderas,
avisándole de que quiere más, pero sonríe y suavemente me chista:
- - Tranquila, no hay prisas.
Y otra embestida. Más fuerte aún, llenándome por dentro, sintiéndolo
por todas partes, hasta mi garganta, y saliendo de mí en forma de quejidos. No
puedo decir nada, gimo y le pido más. Sale de mí mientras yo sigo en el sofá,
sentada y con mi cabeza atrás. Me besa los pechos, con más delicadeza que
antes, intentando calmar un poco mi deseo, con más dulzura de la que hasta
ahora me tiene acostumbrada, pero me gusta. Su lengua es cálida y agradable en
mis pechos. Primero el derecho, después el izquierdo. Me besa el vientre
mientras sus manos abren un poco más mis piernas, y sigue bajando. Y se para
ahí, frente a mi sexo. Lo mira sonriendo, lo besa, le da un suave lametón que
me remueve entera. Otro más. Su lengua juega, lentamente, intentando que no me
espere lo que viene. Mi pierna sigue con su ritmo, pero ahora está ahí,
agachado frente a mi dispuesto a beberme entera. Y vuelve en su ser. Vuelve a
agarrarme los muslos con fuerza y me come, sin delicadeza, sin dulzura, sin
contemplaciones. Como si estuviese en mitad del desierto y hubiese visto un
oasis. Siento su lengua dentro de mí, me lame, me absorbe, es rápido y brusco,
y me gusta. Le tiro del pelo, intento tener cuidado pero no puedo controlarme,
cierro los ojos y aprieto las piernas.
- - Para… para…
Ralentiza el ritmo, pero no para, y sigue lamiendo mi
clítoris suavemente pero con un ritmo constante. Noto un cosquilleo por mi vientre,
me tiemblan las piernas. Mierda... mierda...
- - Para por favor.
- - No, córrete.
- - No, aún no por favor. Para…
- - He dicho que te corras.
Su voz es dura, firme, sin tambaleos. Sabe lo que quiere y
cuando lo quiere. Me quiere a mí, entera. Y con el bebiendo de mí, me dejo ir...
Aparta su boca de mi entrepierna y me levanta, me apoyo en él, me tambalean las
piernas y él se ríe:
-
Esto no ha acabado chica...
Me lleva a la habitación y me sienta en la cama, abre un
cajón y saca algo, no logro verlo, pero lo miro. Miro su cuerpo desnudo, sudado…
miro su boca y sus ojos y vuelvo a notar mi deseo allí. Lo miro a él, tan
sexual, con esa forma de sonreírme, de mirarme, de desearme… Se gira y veo el paquetito plateado: un preservativo.
Me mira y me sonríe, se lo coloca hábilmente y deja el envoltorio encima de la
mesita. Se acerca a mí, no deja de mirarme a los ojos, llega a la cama y me
besa. Esta vez más tierno, más dulce, con protección y cariño, pero con deseo.
En mí siguen floreciendo esas ansias de tenerlo dentro. Sigo con mi ritmo y él,
pone su melodía poco a poco, con ganas.
Empieza a rozar su pene por mi entre pierna, por mi clítoris,
por mi pelvis, está ansioso, buscando cobijo, buscando entrar en mí. Lo beso
apasionadamente, sin miedo y sin pudor, y lo toco. Mi mano sube y baja por su
falo, primero lentamente, casi acariciándolo, después más intensamente, sin
dejar de mirarlo a los ojos. Veo como se le enturbia la mirada y eso me pone
más cachonda aún. Me pone esa parte de él, su parte bestia, fiera. Sin
compasión y sin pudor. Gime y yo sigo, ralentizo el ritmo, quiero que disfrute,
no quiero que se corra aún, y en el fondo el tampoco. Lo beso en la boca, en el
cuello, beso su pecho y lo noto sonreír. Ya sabe mis intenciones y le encanta.
Y entonces me lo meto en la boca, juego con él, lo saboreo. Creo un ritmo, lo
lamo, lo chupo, lo lamo, lo chupo… Se encoge, se retuerce, gime, y lo escucho
murmurar:
-
Si, oh si… sigue chica, no pares por favor,
sigue...
Su voz se mete en lo más profundo de mí, echando leña a ese
fuego que ya está encendido. Mi entrepierna palpita, con ganas. Pero me gusta
estar allí, haciéndolo disfrutar y disfrutando yo. Me tira del pelo, fuerte,
incluso haciéndome daño, pero no me importa, es un dolor que me gusta. Me azota
el culo, me lo pellizca, me araña la espalda cuando acelero. Y noto su pene a
punto de explotar, crece más y más en mi boca, es más duro y más sabroso, y no
quiero sacarlo de allí. No me apetece, lo quiero ahí, en mi garganta. Pero sin
esperarlo me aparta.
- -¿Qué haces? – le digo medio enfadada, pero con
una excitación brutal.
- - Para, no sigas por ahí.
- - ¿No te gusta?- Le pregunto sabiendo perfectamente lo estúpido
que resulta preguntárselo.
Sonríe. Me besa mientras me coloca las manos en la cama y me
abre las piernas. Se acerca por detrás a mi oído y con un tono serio que hace
que me vuelva loca, me lo dice:
- - Voy a follarte, voy a terminar dentro de ti. Voy
a follarte duro, como dudo que te hayan follado alguna vez en tu vida. Porque
es lo que me apetece.
No puedo decir nada. Sus palabras me ahogan, me enrojecen.
Oh si, si si si por favor, suplica dentro de mi esa diosa enferma que lo desea
a todas horas. Me vuelve a tirar del pelo.
- - Dime que te folle.
Me río.
- - Dime que te folle o no haré nada.
“ "No será capaz” pienso. PLAF. Me
siento su mano en mi culo, pica, pero me gusta. Los nervios me pueden y no soy
capaz de decir nada. Otra vez, PLAF.
- - Habla, o no dejaré de azotarte.
Siguen las palabras sin brotar, me centro en el resquemor de
mi trasero y en cómo, sorprendentemente, cada cachete que recibo enciende mi
ser.
PLAF.
- - Pídemelo.
PLAF. Grito. Un grito encerrado entre dolor y placer. Un
grito que mi cuerpo libera queriendo decir que lo haga, que entre en mí, que ya
no puedo más. Y él lo sabe. Me ve temblando, mojada, invitándolo a que entre
dentro de mí allí, en esa cama, a cuatro patas. Y otra vez: PLAF.
- - ¿Vas a decirme algo más o vas a correrte mientras
te azoto?
Se acerca a mi oído de nuevo, escucha mi respiración entre
cortada, mis gemidos. Y ya no puedo más, no puedo seguir jugando, lo necesito.
En ese momento lo necesito. Y en un susurro, porque hasta mi voz está
resquebrajada, se lo suplico...
- - Fóllame, por favor…
Lo escucho sonreír, y sin pensarlo, lo tengo dentro de mí.
PAM. PAM. Gemido. PAM. PAM. “Sigue” PAM. PAM. PAM. Mi cuerpo convulsiona entre
todas sus embestidas y el gime, acelera. Y todo va a llegar a su fin. Nuestros
cuerpos tiemblan, me tira del pelo y como si de una perfecta sincronización
para cometer un delito se tratara, nos dejamos ir. Noto mi vista nublada, mi
cuerpo tembloroso y noto su temblor en las piernas. Y subimos por un segundo a
ese lugar inalcanzable, como tocar el paraíso. Como si en ese momento, que está
dentro de mí, el mundo se hubiese parado. Y llega el final, mis fluidos y los
suyos nos liberan de ese maravilloso momento. Se recuesta encima de mí con
delicadeza, aún dentro. Lo escucho jadear y noto su corazón acelerado. Y
sonrío. Miro mi pierna ya quieta, calmada. Ahora no tengo dudas. No hay música
más bonita que ésta.