viernes, 20 de marzo de 2015

¿Imperfecta?

Nunca quería ser yo. Desde los nueve o diez años me pasaba, tenía un odio profundo a mis ser, sobre todo a lo que veía en el espejo. Quería los ojos azules de Julia, el pelo largo y rubio de Natasha y el cuerpo de Lucía. Pero aquella era yo, con mis ojos grandes y marrones, mi media melena castaña oscura con ciertos reflejos pelirrojos al sol y mi regordete cuerpo. Fui conformándome con ese desprecio de mi misma, albergando en mi oscuro corazón la esperanza de que el tiempo y la adolescencia hiciesen de mi algo digno de ver, pero llegaron los catorce, los quince, los dieciséis y nada, mi cuerpo seguía sin gustarme, y aunque había cambiado muchísimo yo a cada día me veía peor.
Tengo que reconocer que siempre he sido demasiado oscura, demasiado pesimista, demasiado inconformista, nunca he sido una chica alegre, que muestre sus sentimientos. Desde muy pequeña he mirado el valor de las cosas por lo que parecen y no por lo que son, y he creído que conmigo harían lo mismo. Exacto, una tremenda gilipollas que no sabía nada de la vida.
Hace dos años, unos días después de cumplir los diecisiete conocí a Ana. Ana era nuestra nueva compañera de clase, era alta, delgada, pálida y con unos ojos azules que casi hechizaban. Era solitaria y estaba apagada, pero no sé por qué siempre me sonreía. Empezamos a hablar y a hacernos amigas, los demás cuchicheaban pero nos daba igual, Ana tenía una belleza enorme, era perfecta. Un día estando en casa, Ana insistió en que me pesara, ya le había hablado de mis constantes inconformismos por cambiar aquel saco de patatas que veía en el espejo. Me puse encima de la báscula: 62 kg.
Ana sonrió, pero su sonrisa no era dulce como siempre. Sentí que se reía de mí, aquel ser perfecto, alto y delgado se reía de mí y con razón: era una foca.
Todavía en esta cama puedo recordar cómo me sentí en aquel momento, hubiese firmado cualquier oportunidad de caerme redonda al cielo y no volver a respirar. No quería ese mundo donde nadie iba a quererme, ese mundo no me gustaba, yo no me gustaba. Era como vivir atada a un bloque de cemento que no me dejaba avanzar, estaba estancada en mi propio odio, me daba asco, no me merecía nada, estaba sola y mi única amiga estaba allí riéndose de mí. Y yo no tenía los cojones de decirle nada porque en el fondo, si yo hubiese sido Ana, me hubiese reído de cualquiera que se pareciese un poco a mí. Era como comparar una rosa con una triste margarita. Como comparar un diamante con grafito. No podía llegar a ella, no podía alcanzarla, ni igualarla… Y entonces Ana me pidió que cambiara. Me dijo que podía ser como ella, que no me rindiese, que le hiciera caso… y joder si se lo hice.
No voy a contaros paso a paso que pasó, os lo imagináis supongo verdad: 1 comida al día, ansiedad, vómitos forzados, deporte sin control, llantos, cortes llenos de ira, un espejo que me odiaba, una familia que no me apoyaba porque quería verme gorda y jodida. Pero yo tenía a Ana, yo creía que Ana era lo único que necesitaba. Y así fui mirando mi báscula… 60, 57, 51. 48, 46, 42… pero nunca era suficiente. No era más feliz, no estaba conforme nunca. Seguía dándome el mismo asco que cuando tenía diez años y me sentaba en el recreo a ver moverse el cabello de Natasha, o a ver como el esbelto cuerpo de Lucía se contoneaba y a mirar cuando tenía oportunidad el cielo de los ojos de Julia. Seguía siendo aquella triste infeliz que se sentaba mirando como cualquiera que tuviera algo diferente a mí era por ley mejor que yo. Dormía escuchando a mi madre llorar, mi cuadro favorito era la basura llena de aquella comida a la que yo sin tener por qué odiaba. Mis ojos seguían igual de vacíos, mi piel estaba casi tan amarillenta como mis dientes. Mi pelo no tenía brillo, era una mata que caía de mi cabeza, y todas aquellas lágrimas hacían charcos en unas ojeras que no solo tapaban mi cara, también lo poco que quedaba de mi alma, tan podrida que me mataba por dentro.
No recuerdo como fue aquel día, no veía bien, se me nublaba la vista, no le hablaba a mamá desde hacía meses, no había ropa de mi talla, toda me quedaba grande. Llevaba dos días sin comer nada más que una sola manzana. Después de casi 1 año, hasta el apetito se me había ido junto con las ganas de vivir. Ahora yo era Ana, hacía lo que Ana decía, comía cuando Ana daba permiso y dejaba que Ana me castigara a su cruel forma. Mi cuerpo estaba lleno de marcas, y aunque el número de la báscula me decía que ya era como Ana, el espejo me hacía ver otra cosa. Yo no era Ana, ¿era Ana yo, quizás?
No voy a seguir contando más, os lo imagináis ¿verdad? No duré mucho más. Recuerdo que el día que me llevaron al hospital mi padre me podía coger con un solo brazo mientras del otro tiraba de mi madre, que en el suelo maldecía y lloraba. En el hospital se asustaron al verme, era una especie de monstruo. Me había convertido en un monstruo. Pero no importaba, estaba tocada y hundida… y allí, Ana se fue, sonriente y victoriosa, había llegado a su meta. Aquel era el fin.
Hace dos años ya que mi madre no tiene que preocuparse por mis comidas, por mis cortes, por mi peso, por mi rabia interna y me desestabilidad emocional y mental. No, no es un final feliz. No salí de aquello. Me quedé en aquella cama de aquel hospital, con el mismo color que aquellas sábanas donde casi podía perderme sin que me vieran. Y allí conmigo en esa cama se quedó aquella niña de diez años que miraba a las otras niñas jugar felices.
Hoy cumpliría 21 años, y todavía no consigo saber o contar todo lo que daría por ser aquella regordeta con el pelo corto y los ojos grandes, todavía no consigo ver cuánto daría por abrazar a mi madre, por ponerme un vaquero y que me quedase ajustado, porque mis ojeras fuesen de no dormir por haber estado toda la noche de fiesta.  No sé cuánto daría ahora por mirarme de nuevo al espejo y verme así como era, con mis enormes defectos que tanto me hacían ser así. Cuánto daría por volver a aquel día y subirme a la báscula, y al ver mis 62 kg poder sonreír e irme con mamá a comer un helado. Y por mirar a mi madre a los ojos y pedirle perdón, solo mirarla y pedirle perdón a ella y a mi padre por joderme mi vida y la suya a cambio de nada. Pero no puedo. Y eso es lo más jodido de la vida. No tener ni siquiera la oportunidad de arrepentirse. No poder mirar atrás y pedir perdón, no poder decir: me equivoqué. Porque te has jodido hasta tal punto que hasta pierdes los derechos a vivir.

No voy a cambiar el mundo, lo sé. No me quise, no fui feliz, ni siquiera he conseguido ser leyenda y, probablemente, ninguna de las que sigáis este camino lo haga. Pero Ana os dirá que sí. El problema es que Ana se va. Nunca os quiere, nunca se conforma. Ana se marcha victoriosa. No puedo pediros que no hagáis lo que yo hice, porque hasta el más cenutrio de los seres humanos sabría que matarse y matar a los que te quieren de esa manera es ser un monstruo. Y pedir que no os matéis es tan absurdo que me niego. Pero si puedo pediros a aquellas que desgraciadamente ya habéis empezado este camino, que paréis. Porque os aseguro que no hay nada más jodido en esta vida, que no tener siquiera la oportunidad de poder pedir perdón, y sobre todo, no hay nada más jodido que morirse y no tener la oportunidad de perdonarse a una misma. 

jueves, 19 de marzo de 2015

A mis letras: Perdón.

Tenía que esperar.
Hola, ante todo. Ha sido mucho tiempo, ya no recuerdo cuánto. No voy a juraros, me conocéis mejor que yo a mi misma, sabéis que tengo los ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas, esto me recuerda a una de esas primeras veces… quién lo diría.
Creo que tengo tantas cosas que decir y ninguna son excusas. Me perdí y casi os pierdo, o quizás no vaya a perderos nunca. Ni idea. Solo sé que lo siento. No me atrevería a decir que ha pasado exactamente para que sucediera esto, solo sé que ha pasado y que, mi vida sin vosotras siempre ha estado un poco más vacía. Yo era menos yo, ya sabéis, era como una flor que aunque no muere, le faltan sus pétalos.
Si tuviese que contar todas las lágrimas derramadas, creo que no podría, os he echado de menos pero, no podía, no estaba preparada. Y me he sentido sola, perdida en mi nueva vida maravillosa pero que no fui lo suficientemente capaz de compaginar con vosotras. No fui fuerte, y no quiero castigarme, tengo derecho a haber sido débil y frágil, y a fallar, y a perder alguna batalla, y a querer abandonar. Pero ahora… ahora es como volver a empezar, siento mi mente bombardeando millones de cosas por segundo, tiemblo y lo único que sé que no quiero irme otra vez. Os he echado tanto de menos.
Y es que formáis parte de mi, de mi esencia. Durante mucho tiempo me he preguntado y me he cuestionado a mi misma, y no he comprendido mi locura, a veces entrañable pero a veces tan venenosa que casi me mata. He vuelto a ser un bicho raro, me he sentido fuera de lo normal, vacía, sin encajar. Pero no se me ha notado, porque claro, ¿cómo voy a permitir eso? No podía. Hay veces en tu vida que no puedes permitirte ser débil, aunque el fondo seas una copa de cristal capaz de resquebrajarse con solo un sorbo con más ímpetu. Y he vuelto a tener muchas veces 15 años, y he vuelto a sentirme perdida, y en estos meses he vuelto tantas veces a mirarme al espejo a ver si volvía y a ver si os veía, que casi desgasto mis retinas. Pero ahora… ahora que más da. No quiero irme, no quiero dejaros, no quiero que seáis uno de esos sueños que cuando tienes 70 años les cuentas con nostalgia a tus nietos, hay muchas cosas en mi loca cabeza, ideas que van y vienen y proyectos que antes de ganarse un lugar en mi corazón ya han desaparecido en mi mente. Pero vosotras no… vosotras sois aquello a lo que no puedo renunciar. Y ahora… aquí estoy, siendo la misma loca de siempre con su inestabilidad emocional dispuesta a decirle al mundo que sigo aquí, que esta parte de mi sigue viva. Que sois parte de mi y que el tiempo lo ha intentado, pero no ha podido. El tiempo es fuerte, pero no puede con todo. Ahora nuestro camino no sé cuál será, pero sé una cosa… ahora estamos juntas. Como siempre, pero mejor que nunca.
Gracias por ser esa parte de mi que me hace encontrarme en el espejo, y enseñarme que ser la rara, puede ser lo mejor del mundo.

Empezamos…