Que sabrás tú lo que es amor.
Tú que no te viste allí, tan pequeño, arrugado y frágil
cuando yo solo era una niña.
Tú, mi niño pequeño que crece casi a la velocidad de la luz,
nunca sabrás lo que es querer a alguien como tú porque no hay nadie más en el
mundo que se parezca un poco a ti.
Tú, que me enseñaste la fuerza de vivir, tú que llegaste en
el momento adecuado para que mi camino no se desviara, para que mi alma no se
marchitara entre todas esas cosas que nos tocó albergar en nuestro corazón.
Tú, mi ángel de la guarda, mis alas, mi escudo. Tú que me
enseñaste desde tan pequeña el significado de la palabra amar, que rompiste
todas las unidades de medida que tanto me había costado aprender y me
descubriste un mundo infinito de posibilidades, de ilusiones.
Tú que me enseñaste la esperanza, me mostraste una fe
inmensa al mirarte los ojos y me hiciste crecer al entender que durante el
resto de mi vida tenía que protegerte. Quería protegerte. Tú que me ayudaste a
ser la persona que soy, que me llenaste de buenas intenciones, de una fuerza de
voluntad atroz que me hizo resistir.
Que sabrás tú lo que es amor, mi pequeño héroe.
Yo sé lo que es amor.
Y amor eres tú.
Tú cuando aciertas y te equivocas, cuando ríes, cuando
lloras, cuando te enfadas con o sin razones, cuando repites los mismos chistes
de siempre una y otra y otra vez. Tú con tus comentarios desafortunados y con
esas palabras que son las únicas que necesito escuchar a veces. Tú, que desde
tan pequeño me enseñas tanto, con tu ilusión y tus infinitas ganas de soñar. Tú
eres la mejor representación que he encontrado de la palabra amor.
Tú que me has visto irme tienes que saber que fuiste tú el
primer motivo por el que regresé. Que mi hogar, será donde estés tú. Que nunca
ninguna mujer por muy buena que sea y por mucho que te quiera será suficiente
porque para mí, tú no eres de este mundo. Eres como un regalo divino que el
destino quiso hacerme en compensación por tanto dolor. Eres mi motor, eres el
brillo de mis ojos cuando hablo de ti. Mi mayor orgullo.
Tú, mi niño bonito, mi rey, mi príncipe, tú fuiste todo lo
que necesitaba para aprender a ser feliz.
Y sé que nunca dejo de decirte que te quiero, pero te
prometo que aun así para mí nunca es suficiente. Y aun así, a veces se te
olvidará, porque estás en esa edad en la que a todos se nos olvidan ese tipo de
cosas. Tú descubrirás a tu manera el verdadero significado de la palabra
familia: a mí me lo enseñaste tú.
Y escucha amor y guárdate esa frase en el alma y en el
corazón: a la familia no se la abandona. Jamás.
Ahora, quiero que entiendas que familia no son aquellos que
llevan la misma sangre, familia es aquella que te apoya, que te cuida, que te
dice la verdad aunque lamentablemente a veces dolerá mucho más que las mil
mentiras que te contarán otros muchos que solo te querrán por lo que les das y
no por lo que eres. Quiero que entiendas que familia es aquella a la que no
dudas en dejar primero de lado cuando las cosas parecen inmejorables, pero
que, cuando todo se tuerce, cuando los
principios que creías más sólidos se desmoronan como castillos de arena, cuando
lo que considerabas eterno se esfuma con la rapidez con la que alguien se fuma
un cigarrillo, cuando las mismas personas que te enseñaron lo que era la
lealtad te muestran a pecho descubierto la traición, cuando te sientes solo… la
familia es aquella que no desiste, que no se marcha. Que no se rinde. Que no
renuncia.
La familia es aquella que no abandona.
Y con el tiempo, los años y las experiencias aprenderás a
amar a esa familia y a entender que un verdadero hogar no lo forman las paredes
que lo rodean si no los corazones que lo iluminan.
Tú te convertiste en mi casa, en mi hogar, en mi refugio, en
mi guarida. Fuiste compañero de secretos, llantos e ilusiones millones de
veces. Lo sigues siendo ahora.
Mi confidente, mi titán, mi guardián de sentimientos.
Desde el momento en que naciste, el principal objetivo en mi
vida fue abrigarte el alma, fue evitarte todo el dolor posible y, te prometo
que lo he conseguido muchas más veces de las que hubiese imaginado. No sé si lo
recuerdas pero, me gustaría que no lo hicieses, porque sería la señal más
certera de que el dolor de algunos momentos no llego a darte de pleno y solo
pasó por tu lado. A día de hoy, confío en ti, en la persona y en el hombre en
el que te estás convirtiendo.
Perdóname cuando no sea justa contigo, cuando me pase de la
raya, cuando no tenga consideración. Te prometo que aunque en ese momento no lo
creas, lo hago porque no quiero que cometas ciertos errores que te pesarán
mucho a lo largo del tiempo. No quiero que conozcas el arrepentimiento porque,
el arrepentimiento es lo que se llevó a papá de éste mundo. La culpa. Así que
hazme un favor, hagas lo que hagas y como lo hagas, proponte algo que a mí me
funciona: vete a dormir cada día con la conciencia tranquila.
Quiero que seas libre, que seas feliz, que te equivoques las
veces necesarias para que logres entender por ti mismo que lo único que tienes
que hacer con ésta vida es vivirla. No quiero que cambies el mundo, solo
intenta que el mundo no te cambie a ti. Y si lo hace, que nunca sea a peor.
Intenta ser útil mi vida: al universo, a las personas que amas y a las que no.
Ayuda todo lo que puedas y utiliza tus armas para hacer el bien. Haz el bien
siempre que puedas porque éste mundo lo necesita, y el bien solo lo pueden
hacer las personas buenas. Como tú.
Ama todo lo que
puedas sin reparos y no te pongas una barrera por cada vez que te partan el
corazón porque acabarás sepultándolo en piedra. Sé fuerte, entendiendo que
parte de la fuerza y de la valentía se basa en saber que llorar, que tener
debilidades y puntos de flaqueza es lo que convierte a alguien en una persona
resistente. No confundas la valentía con no tener miedo porque eso es imposible.
Ten miedo porque el miedo es lo que te hará sentirte vivo y después, supéralo,
porque superarlo es lo que hará de tu vida algo fascinante.
Intenta no privarte de nada que te haga feliz, sé todo lo
libre que puedas sin dañar los sentimientos del resto. Sigue a tu corazón
porque él sabrá mejor que nadie lo que quieres, y confía en tu espíritu porque
sé que es noble y bondadoso.
Y quiérete siempre. Mírate todos los días y declárate a ti
mismo. Reconoce tus fallos y tus defectos, pero no te olvides de contarte todos
los días tus inmensas virtudes. No olvides repetirte cada día que eres especial
y asimila que no te digo especial como diferente, te digo especial como alguien
que merece la pena.
No olvides que no todos nacemos con un don, que no tienes
que ser el mejor en nada, que la competitividad puede ser sana pero, que si
compites por algo que sea de manera justa, honorable, y sobre todo, por algo
que de verdad te haga feliz. Que no caigas en las reglas de esta sociedad, que
no has nacido para nada en concreto, has nacido para todo lo que te dé la gana.
Que lo intentes las veces que te salga de los cojones, que lo dejes cuando
quieras, que no te importe lo que te digan jamás el resto, sobre todo cuando lo
único que dicen es para dañarte. Que ninguno de los que te juzgan piensa en ti
cuando se acuestan. Te prometo que no.
Vive todo lo que puedas porque después, solo te quedará como
al resto: polvo y cenizas. Intenta marcharte de éste mundo habiendo aportado
todo lo que has podido para dejarlo hecho un lugar mejor.
Vuela todo lo alto y lo lejos que quieras llegar, y, no
olvides nunca, que allá donde estés yo iré contigo. No importa que no me veas a
tu lado, porque siempre estoy dentro de ti.
Pequeño, ojalá un día
te dieses cuenta que te quiero. Que te amo. Que te necesito. Que fuiste el
primer hombre por el que perdí la cabeza y que a día de hoy me sigo volviendo
loca cuando sonríes. Ojalá un día te dieses cuenta de que fuiste tú mi hada
madrina, mi ángel de la guarda, mi mejor descubrimiento. Fuiste el regalo más
grande que me trajo la vida, la mayor de mis suertes.
Ve a donde tengas que
ir, pero nunca olvides del lugar de dónde vienes. Esa es la clave. Así siempre
tendrás un lugar al que volver.
Aquí, en mi corazón, en
mis brazos, en mi vida, siempre tendrás tu casa.
Te amo.