domingo, 25 de septiembre de 2016

Inmarcesible.

Que sabrás tú lo que es amor.
Tú que no te viste allí, tan pequeño, arrugado y frágil cuando yo solo era una niña.
Tú, mi niño pequeño que crece casi a la velocidad de la luz, nunca sabrás lo que es querer a alguien como tú porque no hay nadie más en el mundo que se parezca un poco a ti.
Tú, que me enseñaste la fuerza de vivir, tú que llegaste en el momento adecuado para que mi camino no se desviara, para que mi alma no se marchitara entre todas esas cosas que nos tocó albergar en nuestro corazón.
Tú, mi ángel de la guarda, mis alas, mi escudo. Tú que me enseñaste desde tan pequeña el significado de la palabra amar, que rompiste todas las unidades de medida que tanto me había costado aprender y me descubriste un mundo infinito de posibilidades, de ilusiones.
Tú que me enseñaste la esperanza, me mostraste una fe inmensa al mirarte los ojos y me hiciste crecer al entender que durante el resto de mi vida tenía que protegerte. Quería protegerte. Tú que me ayudaste a ser la persona que soy, que me llenaste de buenas intenciones, de una fuerza de voluntad atroz que me hizo resistir.
Que sabrás tú lo que es amor, mi pequeño héroe.
Yo sé lo que es amor.
Y amor eres tú.
Tú cuando aciertas y te equivocas, cuando ríes, cuando lloras, cuando te enfadas con o sin razones, cuando repites los mismos chistes de siempre una y otra y otra vez. Tú con tus comentarios desafortunados y con esas palabras que son las únicas que necesito escuchar a veces. Tú, que desde tan pequeño me enseñas tanto, con tu ilusión y tus infinitas ganas de soñar. Tú eres la mejor representación que he encontrado de la palabra amor.
Tú que me has visto irme tienes que saber que fuiste tú el primer motivo por el que regresé. Que mi hogar, será donde estés tú. Que nunca ninguna mujer por muy buena que sea y por mucho que te quiera será suficiente porque para mí, tú no eres de este mundo. Eres como un regalo divino que el destino quiso hacerme en compensación por tanto dolor. Eres mi motor, eres el brillo de mis ojos cuando hablo de ti. Mi mayor orgullo.
Tú, mi niño bonito, mi rey, mi príncipe, tú fuiste todo lo que necesitaba para aprender a ser feliz.
Y sé que nunca dejo de decirte que te quiero, pero te prometo que aun así para mí nunca es suficiente. Y aun así, a veces se te olvidará, porque estás en esa edad en la que a todos se nos olvidan ese tipo de cosas. Tú descubrirás a tu manera el verdadero significado de la palabra familia: a mí me lo enseñaste tú.
Y escucha amor y guárdate esa frase en el alma y en el corazón: a la familia no se la abandona. Jamás.
Ahora, quiero que entiendas que familia no son aquellos que llevan la misma sangre, familia es aquella que te apoya, que te cuida, que te dice la verdad aunque lamentablemente a veces dolerá mucho más que las mil mentiras que te contarán otros muchos que solo te querrán por lo que les das y no por lo que eres. Quiero que entiendas que familia es aquella a la que no dudas en dejar primero de lado cuando las cosas parecen inmejorables, pero que,  cuando todo se tuerce, cuando los principios que creías más sólidos se desmoronan como castillos de arena, cuando lo que considerabas eterno se esfuma con la rapidez con la que alguien se fuma un cigarrillo, cuando las mismas personas que te enseñaron lo que era la lealtad te muestran a pecho descubierto la traición, cuando te sientes solo… la familia es aquella que no desiste, que no se marcha. Que no se rinde. Que no renuncia.
La familia es aquella que no abandona.
Y con el tiempo, los años y las experiencias aprenderás a amar a esa familia y a entender que un verdadero hogar no lo forman las paredes que lo rodean si no los corazones que lo iluminan.
Tú te convertiste en mi casa, en mi hogar, en mi refugio, en mi guarida. Fuiste compañero de secretos, llantos e ilusiones millones de veces. Lo sigues siendo ahora.
Mi confidente, mi titán, mi guardián de sentimientos.
Desde el momento en que naciste, el principal objetivo en mi vida fue abrigarte el alma, fue evitarte todo el dolor posible y, te prometo que lo he conseguido muchas más veces de las que hubiese imaginado. No sé si lo recuerdas pero, me gustaría que no lo hicieses, porque sería la señal más certera de que el dolor de algunos momentos no llego a darte de pleno y solo pasó por tu lado. A día de hoy, confío en ti, en la persona y en el hombre en el que te estás convirtiendo.
Perdóname cuando no sea justa contigo, cuando me pase de la raya, cuando no tenga consideración. Te prometo que aunque en ese momento no lo creas, lo hago porque no quiero que cometas ciertos errores que te pesarán mucho a lo largo del tiempo. No quiero que conozcas el arrepentimiento porque, el arrepentimiento es lo que se llevó a papá de éste mundo. La culpa. Así que hazme un favor, hagas lo que hagas y como lo hagas, proponte algo que a mí me funciona: vete a dormir cada día con la conciencia tranquila.
Quiero que seas libre, que seas feliz, que te equivoques las veces necesarias para que logres entender por ti mismo que lo único que tienes que hacer con ésta vida es vivirla. No quiero que cambies el mundo, solo intenta que el mundo no te cambie a ti. Y si lo hace, que nunca sea a peor. Intenta ser útil mi vida: al universo, a las personas que amas y a las que no. Ayuda todo lo que puedas y utiliza tus armas para hacer el bien. Haz el bien siempre que puedas porque éste mundo lo necesita, y el bien solo lo pueden hacer las personas buenas. Como tú.
 Ama todo lo que puedas sin reparos y no te pongas una barrera por cada vez que te partan el corazón porque acabarás sepultándolo en piedra. Sé fuerte, entendiendo que parte de la fuerza y de la valentía se basa en saber que llorar, que tener debilidades y puntos de flaqueza es lo que convierte a alguien en una persona resistente. No confundas la valentía con no tener miedo porque eso es imposible. Ten miedo porque el miedo es lo que te hará sentirte vivo y después, supéralo, porque superarlo es lo que hará de tu vida algo fascinante.
Intenta no privarte de nada que te haga feliz, sé todo lo libre que puedas sin dañar los sentimientos del resto. Sigue a tu corazón porque él sabrá mejor que nadie lo que quieres, y confía en tu espíritu porque sé que es noble y bondadoso.
Y quiérete siempre. Mírate todos los días y declárate a ti mismo. Reconoce tus fallos y tus defectos, pero no te olvides de contarte todos los días tus inmensas virtudes. No olvides repetirte cada día que eres especial y asimila que no te digo especial como diferente, te digo especial como alguien que merece la pena.
No olvides que no todos nacemos con un don, que no tienes que ser el mejor en nada, que la competitividad puede ser sana pero, que si compites por algo que sea de manera justa, honorable, y sobre todo, por algo que de verdad te haga feliz. Que no caigas en las reglas de esta sociedad, que no has nacido para nada en concreto, has nacido para todo lo que te dé la gana. Que lo intentes las veces que te salga de los cojones, que lo dejes cuando quieras, que no te importe lo que te digan jamás el resto, sobre todo cuando lo único que dicen es para dañarte. Que ninguno de los que te juzgan piensa en ti cuando se acuestan. Te prometo que no.
Vive todo lo que puedas porque después, solo te quedará como al resto: polvo y cenizas. Intenta marcharte de éste mundo habiendo aportado todo lo que has podido para dejarlo hecho un lugar mejor.  
Vuela todo lo alto y lo lejos que quieras llegar, y, no olvides nunca, que allá donde estés yo iré contigo. No importa que no me veas a tu lado, porque siempre estoy dentro de ti.
Pequeño, ojalá un día te dieses cuenta que te quiero. Que te amo. Que te necesito. Que fuiste el primer hombre por el que perdí la cabeza y que a día de hoy me sigo volviendo loca cuando sonríes. Ojalá un día te dieses cuenta de que fuiste tú mi hada madrina, mi ángel de la guarda, mi mejor descubrimiento. Fuiste el regalo más grande que me trajo la vida, la mayor de mis suertes.
Ve a donde tengas que ir, pero nunca olvides del lugar de dónde vienes. Esa es la clave. Así siempre tendrás un lugar al que volver.
Aquí, en mi corazón, en mis brazos, en mi vida, siempre tendrás tu casa.

Te amo.

lunes, 29 de agosto de 2016

Confía en el universo.

Confía en el universo.
Llega un momento en el que te preguntas si haces las cosas bien, si eres tan buena persona como crees o como el resto cree. Te lo preguntas porque joder, estás hasta los cojones de que todo te pase a ti.
"¿Y si me lo merezco?" Todos nos lo hemos preguntado.
"Dame una tregua" le pido al cielo. Últimamente hablo con él más de lo normal.
En el camino pierdes a personas que te hacen feliz, a veces no tienes ni puta idea de por qué. Pero es así, hay gente que siempre está para demostrarte lo bueno y, de repente, sin saber por qué, se van. Como fastidia ¿eh? Perder a alguien que ya es parte de ti de un día para otro. Duele. Y tanto que duele.
"No sales de una y estás en otra" me dicen. No me queda otra que sonreír; es de estas sonrisas que se extienden con dolor, con cansancio, con asedio... menudo caos ésta vida mía. Como cansa a veces ser un desastre en lo que al corazón respecta.
No hay remedio para las dolencias del alma más que el tiempo y la esperanza.
Ey: No perdáis nunca la esperanza.
Es un dolor diferente: ya no hay rabia, ni impotencia, ni maldad, ni ira... es un dolor de ese que te cambia. De un día para otro ya no ves las cosas igual.
"Tus click" dice mi amiga. Probablemente.
Se me ha resquebrajado (de nuevo) el corazón y acaba de entrar una luz enorme. Cómo duele, cómo arde, cómo escuece... y sin embargo, bendita luz que me deja mirar con claridad mis heridas.
Estoy hecha polvo.
No importa.
Amen. Sin acento, sin rezos, sin medidas, sin reglas, sin acuerdos... amen y ya. Y cuando a las personas a las que aman no les sirvan ese amor, cuando no les sirvan la libertad, márchense.
Nunca se cuestionen si pueden dar un abrazo, si a alguien le molestará una palabra, un beso, una mirada. Nunca amen pensando si querer a alguien derivará en un resultado catastrófico para quien sea. Es injusto: a nadie debería molestarle que dos personas se quieran. Jamás.
Márchense si esa son las condiciones para querer a alguien, porque si se quedan solo alargarán dolor. El amor no tiene condiciones.
No, nunca es fácil marcharse. Sí, duele. Se llama libertad y duele muchísimo. En definitiva: el precio de no dar nunca a nadie a elegir, es elegir tú. Toma decisiones, aunque a veces creas que dejarás la vida y el alma en ellos. Mientras tú decidas lo que quieres o lo que no, todo irá bien.
Apúntense ésta también: decidir siempre es desgarrador, duro y pesado. Sobre todo cuando tienes que dejar de lado algo a lo que quieres tanto.
Dejar parte de tu vida, de lo que tu llamas "familia", dejar algo que ha sido y es parte de ti en el camino por tu libertad, por tus principios, por tu amor propio es de lo más complicado que he tenido que hacer jamás.
Ahí tienes otra: "La vida trata de avanzar, y avanzar consiste en dejar cosas atrás. Muchas de éstas las echarás de menos, probablemente, el resto de tus días. Aprende a entender que para ser libre, tienes que renunciar a muchas cosas, y muchas de éstas, las amarás con toda la fuerza de tu corazón"
Así que con toda ésta confusión, con toda ésta vorágine de sentimientos, dolor y desorden, he llegado a unas cuantas conclusiones.
La primera es que no soy una mala persona. Tampoco sé si soy tan buena como yo me creo, dicen que todos nos vemos mejor de lo que somos. Qué más da, soy una persona normal. Mis algunas virtudes, mis cientos de defectos, y mi manera desatinada de hacer las cosas. Y, como persona normal, sufro. Como todas las personas normales del mundo. Es algo muy simple que te cuesta ver cuando estás dolido, porque, inexplicablemente, cuando estamos dolidos parece que sabemos del dolor, la desventura y el sufrimiento más que nadie. Curiosamente nos creemos durante algún que otro instante que nadie más que nosotros lo pasa mal, que nadie más en el mundo padece y sufre. Es el egoísmo mínimo que necesita el ser humano para seguir adelante: pensar que tienes la peor fortuna del mundo y aún así seguir adelante. Como si la vida por seguir adelante nos fuese a premiar con algo más que con el privilegio de seguir respirando. Que imbéciles somos, ¿verdad? Y sin embargo cada vez que nos caemos pensamos que nuestro tropiezo ha dolido mucho más que el de aquel, que ha sido más complicado levantarnos que para ese otro o que nuestra piedra siempre fue mucho más dura. Es nuestro premio de auto-consolación para creernos tipos fuertes y duros. Como si hubiese otra opción que no fuese salir adelante. Como si estuviésemos decidiendo con coraje y valentía. Es nuestra manera de no dejar que las circunstancias nos destruyan.
Probablemente ni yo, ni la mayoría de personas que ahora pasamos un mal momento nos lo merezcamos. Merecer algo, tanto bueno como malo es algo que conlleva un increíble esfuerzo, dedicación y perseverancia. Pocas personas en el mundo invierten su tiempo en ésto, ya sea para bien o para mal. Así que, he llegado a la conclusión que quizás lo necesito. Que no es lo mismo que merecerlo. Porque ese es otro consuelo del ser humano: ya llegará algo mejor.
No os voy a mentir: es una putada la decepción, el dolor y las pérdidas. Pero se superan, todas y cada una de ellas: las de las muertes, la de los amores, la de esas amistades que creéis eternas. Todas y cada una de ellas acaban sanando, dejándote una bonita cicatriz en el alma que, por surrealista que parezca, son las que al final de ésta aventura nos harán recordar que hemos vivido.
Ya sabéis lo que os digo ¿no?: cuando empecemos a contarles a nuestros nietos todas las veces que sufrimos, y lo pasamos mal, y lo hagamos con una sonrisa de felicidad en la cara. Como diciendo: "si enano, como lo oyes, todo eso es lo que yo amé. Todo eso es lo que yo disfruté. Todo eso es lo que yo viví". Y extraordinariamente te quedas con todas las cosas bonitas obviando lo que ahora parece que es lo único importante. A eso supongo que le llamamos madurar, y ahí supongo que es cuando entendemos lo necesario que es el dolor.
A ti, que lees ésto: confía en el universo. No es un consejo de puta madre pero no te queda otra: estás jodido y, probablemente, te queda por estarlo un tiempo.
Saldrás de ahí. Vive ese dolor. Deja que pase la luz por todas esas grietas, mírate las heridas, llora delante del espejo y observa tu cara. Cuenta lo que tardan las lágrimas en recorrer tu rostro que, misteriosamente se ha vuelto más apagado, tenue, cansado. Y, cuando acabes de maldecir a todo ser viviente y no viviente por estar jodido sin merecerlo. cuando se acabe esa canción que te hace llorar y aún así la pones tres mil veces más, cuando tu mente se deje de preguntar por qué, en ese instante donde tu cuerpo se tira en la cama abatido como si le hubiesen pegado una paliza, los diez segundos antes de quedarte dormido/a por el agotamiento que implica sufrir, háblale al universo.
"Confío en ti". Díselo.
Porque al final de todo, ese dolor cesará, menguará, aprenderás a vivir con ciertos dolores y serás feliz. Al final, todo ésto tendrá un por qué. Lo descubrirás en el camino. Por ello tienes que elegir siempre ser libre, aunque a veces la libertad te haga sufrir más que ninguna cadena.
Al final, las almas libres, por muy heridas que estén, son las que llegan a lugares maravillosos. Al final solo los que vuelan, por muchas veces que caigan en el camino, son los que descubren destinos increíbles. Elige la libertad, porque ella hará de tu vida algo nuevo, desconocido, y extraordinario. Vive tu miedo, no te avergüences de él, pero no dejes que te gane. Y hazlo por una sencilla razón: porque el dolor llega a todas partes, y no hay ni una sola jaula, ni una sola cadena que le impida pasar.
Y puestos a sufrir, sufre siendo libre.
Deja pasar la luz.

domingo, 31 de julio de 2016

Hace sueño.

Era.
Era de esas personas que pasan desapercibidas, a las que no te paras a mirar detenidamente.
Creo que las personas más grandes tienen el poder de parecer las más normales y él, pues era de lo más normal. Y de lo más especial que había conocido.
Tenía una sonrisa bonita, viva, pura, no quizás la más delicada o perfecta, pero cuando sonreía te hacía sonreír. Era de esas sonrisas que tienen verdad, que saben de reír. Eso lo volvía único: sabía mucho de reír, de ser feliz, de hacer las cosas fáciles. Eso implicaba que, también sabía lo que era el dolor. Aunque nunca lo pareciese, no importa. Tenía que saberlo, nadie puede ser tan maravilloso sin haber sufrido antes.
Me hacía feliz, siempre. Y a veces cuando estaba no lo notaba, pero, cuando se iba, dejaba un vacío. Se quedaba todo más desierto, y ahí empezó mi problema.
El problema es que hacía ruido, que todo lo que nunca había escuchado empezó a llenarme el alma y, mi estúpida cabeza ya tatareaba el sonido de su respiración, de sus chistes malos y de sus frases tontas. Era de esas personas que te hacían libre, con la que podías hablar, gritar, llorar, reír y tenías la seguridad que en todas iba a estar para mejorar cualquier situación. Tenía el don de hacer de cualquier cosa algo que mereciese la pena vivir.
Era especial, porque la gente especial es la que te hace sentir especial y, sin duda él lo era. Y casi segura que no querría serlo, que es involuntario por su parte, pero lo era, era diferente. A veces, pasan cosas y personas en tu vida que te hacen hacerte preguntas y, constantemente cuando pienso en él me las hago. A veces tienes una vida hecha, una madurez y un aprendizaje que crees que te permite decidir a quien puedes querer o no, y, para ese entonces, llega alguien que te mira, que te sonríe y que sin apenas hacer nada consigue que tiembles. Y te jode, porque no se ha ganado ese cariño, pero, sin embargo, no puedes evitar vibrar cada vez que escuchas su nombre, pasa un coche igual al suyo o escuchas una canción que te enseñó algún día. Y te enfadas contigo misma porque estas cosas no deberían pasarte, no en un margen tan pequeño de tiempo. Pero, la cuestión es, que te pasa. Y él me pasó casi tan veloz y tan fuerte como un cohete. Y se fue. Y es de esas pérdidas que te arañan el alma porque se van aunque parezca que se quedan. Pero no. En el fondo nunca se quedan, porque lo notas dentro, porque todo ese ruido que hizo ahora es silencio: un enloquecedor silencio. Y duele, para que mentirnos, si todavía a veces sigue escociendo. A veces alguien te echa de su vida: no queriendo, no porque no te tenga cariño, ni siquiera porque no le hagas feliz, a veces te echan de su vida porque no es lugar, ni momento, y es duro, pero tienes que aceptarlo y esperar que el tiempo te haga entender porqué.
Soy feliz, con varios momentos de tristeza pero, os prometo que soy feliz. Y él, sin darse cuenta y sin imaginarlo, me ha enseñado a serlo más. Hay cosas muy breves que tornan a eternas en el alma por lo que te enseñan, por lo que te ofrecen. Es casi imposible de creer todo lo que me ha enseñado en tan poco tiempo, con tan poco empeño. Tengo que agradecerle mucho aunque no será ahora que estoy dolida cuando lo haga, pero, el día que tenga valor, que todo pase, que de verdad le mire y entienda que éste no era mi momento, mi ocasión, mi lugar y, por muy jodido que me suene, mi persona, el día que entienda que marcharse fue lo mejor para ambos y ya no me duela pensarlo, ojalá pueda mirarle a los ojos y agradecerle tanto. Aunque no se lo crea, aunque le parezca exagerado, aunque apenas recuerde mi nombre. Ojalá ese día pueda decirle que lo rápido que pasó fue suficiente para hacerme una persona mejor.
Era una persona especial, pura, noble, maravillosa. De las que no se dan cuenta lo increíbles que son.
Y lo es, y probablemente si la vida no hace muchos estragos en su corazón, lo será siempre. Y tengo que escribirlo para que mi rabia no me impida verlo.
Nunca he conocido a nadie que merezca tanto ser feliz.
Suerte bicho, aunque no la necesites. Se libre.

lunes, 20 de junio de 2016

Inconmensurable

No tengo mucho.
Solo tengo dos piernas que me llevan a donde quiero, dos brazos que me dejan demostrar mi amor. Tengo una boca que me permite decir lo que pienso, besar a quienes amo y saborear todo en cuanto me apetece. Tengo un cuerpo que más bonito o más feo resiste, está sano y fuerte y me permite vivir con facilidad y plenitud.
No tengo mucho.
Solo tengo una familia unida que, con nuestros más y menos me quiere, respeta y acepta con todo lo que yo soy, y con todo lo que ellos saben.
Solo tengo un puñado de amigos que me encontré en la calle y ahora son parte de mi familia, de mi vida y de mi misma.
Solo tengo el conocimiento de haber sido madre y experimentar la sensación más grande y única que cualquier persona puede probar.
Solo he conocido el amor verdadero cuando de mi vientre tuve que alumbrar la vida a gritos.
Solo tengo la suerte de haber amado y haber sido amada, y porqué no, la suerte de haber querido y que no haya sido recíproco.
No tengo mucho, un puñado de personas que, de una forma u otra dedican parte de su vida por verme feliz.
No tengo mucho, un plato de comida en la mesa, un ibuprofeno para mis dolores de cabeza, unos botines baratos para mis pies y vodka del malo para mis penas.
Un parque, un paquete de pipas saladas, una cerveza y una conversación absurda sobre qué cojones haríamos en un apocalipsis zombie. (Yo sin duda arrancaría cabezas)
Una almohada sobre la que llorar, una cama sobre la que dormir, un puñado de canciones que cantar y casi siempre, un par de oídos dispuestos a tolerar ese insufrible episodio.
Tengo unas caderas que muevo todo lo mal que sé, un vestido que me queda todo lo mal que se puede y un pelo que invierte todo el tiempo que le dejo libre para enredarse. Tengo un billón de estrellas que no siempre puedo ver pero que siempre están. Una luna preparada que ya me ha visto mil veces llorar, reír, beber y follar. Un sol que ha echo de mis días y a veces, de mi vida, algo más claro, cálido y cómodo.
Tengo algo de lo que quejarme, tengo la necesidad de querer más. Tengo el inconformismo brotando en las venas y la fortuna de saber buscarme problemas con la misma facilidad con la que respiro.
No tengo mucho, es cierto: un carácter desastroso, unos principios afianzados, un sentido del honor casi desesperante, una insoportable resistencia al dolor emocional, una paciencia de campeonato en lo que a sentimientos se refiere y una obsesión enfermiza con la libertad. Una forma de amar inusual y una manera a veces despiadada de marcharme. Una sinceridad a veces inhumana y una batalla constante con mis miedos. Un sentido del humor insaciable, una positividad desesperante y una locura vehemente. No tengo más que una mente que no se cansa de soñar, una fuerza de voluntad a ratos enorme y a ratos prácticamente ficticia. Una manera quizás exasperada de encontrar algo bueno en todo lo que me he cruzado.
Un corazón herido, pero fuerte y valiente. Una mente no prodigiosa pero persistente que hace que nunca me canse, que nunca desista, que nunca renuncie.
Una montaña de sueños y de expectativas que alimentan todo el apetito y el deseo de vivir, unas insaciables ganas de ser feliz y una vida que me permite intentarlo.
Definitivamente, estoy de acuerdo con los que decís que no tengo demasiado.
Porque tenéis razón.
Tenéis toda la puta razón.
No tengo mucho.
Lo tengo todo.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Sonrisas ladronas.

Algún día vas a dejar de ser fuerte. 
Algún día toda esa fuerza saldrá por los ojos mientras te vacía y te llena al mismo tiempo.
Algún día habrá que hablar: alto y claro. Y habrá que pedir ayuda, que pedir que te escuchen. 
Algún día habrá un momento donde el silencio y escucharse a uno mismo no sirva. Y llegará: el momento de ser débil, de flaquear, de caer y dejarse el alma intentando levantarse aún sabiendo que, en ese preciso golpe vas a necesitar algún brazo que te sujete, aún a expensas de no saber que pasará con ese brazo una vez que estés de pie. 
Un día habrá que confiar, que dejar de tener miedo. Un día no servirán las barreras, ni servirán los intentos de auto-convicción que te cuentan que la soledad es el mejor refugio ante el dolor. Porque eso es absurdo: nadie quiere estar solo. 
Algún día y, no sé si próximo o lejano, entenderás que hay muchas cosas que te perdiste aún teniéndolas delante, muchas cosas que no supiste ver por mucho que las miraras y muchas otras que nunca volvieron, a pesar de que mil veces regresaron. 
Algún día entenderemos que por mucho que queramos a un recuerdo, lo que fue no vuelve, por muy fuerte que sople el viento de nuestra memoria. 
Algún día llegará la hora de asumir que hay cosas que pueden ser y que no, que tienen su tiempo y espacio y que, inevitablemente aunque las desees con toda tu alma a veces no suceden como queremos. Entenderemos que hay cosas que no están a nuestro alcance y no porque valgan más que nosotros, si no porque están en un camino diferente al que decidimos tomar por las diversas razones de la vida. 
Algún día asumiremos que la verdad duele una vez y que la mentira, una vez descubierta, duele siempre. 
Asumiremos que reclamar cariño es de cobardes y ganárselo de valientes. Que caer bien no es sinónimo de ser buena persona, y que amar verdaderamente y encadenarse implica perder una de las dos cosas, y, lamentablemente, a menudo es la primera. 
Algún día llegará un punto de inflexión donde tengas que hacer un breve repaso de todo lo que no viste porque la euforia del momento te cegó por completo, y tendrás que sonreír, compadecerte de ti mismo y continuar un camino aparentemente igual que el de ayer, pero, completamente diferente en el fondo. 
Habrás aprendido que nada es para siempre y que, a su vez, "nada" y "siempre" son solo palabras. Y esa es otra cosa también la aprenderás: las palabras a veces tienen un valor incalculable, pero están formadas de un material casi tan ligero como el papel. Y ese día: escucharás con los ojos y hablarás con el corazón, no te dará miedo hacer el ridículo por decir lo que sientes, no pensarás en que pasará si te hacen daño, no temerás que los trozos de tu corazón roto te rasguen el alma, porque habrás entendido que el amor rompe y reconstruye la vida de alguien a partes iguales, y a veces, incluso al mismo tiempo, aunque nuestra propia decepción nos impida verlo. 
Algún día aprenderemos a sentir con total libertad y a no tener miedo ni obstáculos porque ese día estaremos más cerca de la muerte y, todos sabemos que a la muerte ninguna de esas cosas le valdrá. Algún día dejaremos de centrarnos en perder y en ganar porque sabremos de primera mano las veces que creímos ganar cuando solo perdíamos y las veces que lloramos nuestras derrotas cuando solo eran victorias necesitadas de tiempo. 
Algún día te darás cuenta de lo increíble que eres.
Algún día llegará el punto que necesites de alguien más y, estoy segura que tendrás muchas personas que querrán seguir queriéndote toda la vida y estarán dispuesta a pagar el precio necesario para ello. Y ese día sonreirás. Y el mundo se apagará porque tu sonrisa parece que alberga toda su luz. Y cuando el mundo se quede a oscuras, yo sonreiré y pensaré en ti. Y sabré que no me equivocaba cuando te miraba y pensaba que, algún día, todo lo que yo veía cuando te miraba a los ojos también acabarías viéndolo tú.

jueves, 11 de febrero de 2016

Acto revolucionario.

Tengo la mejor profesión del mundo.

Si, así es. Trabajo, responsabilidad, obligación, pasión: vida. Yo tengo la mejor que un ser humano puede tener, y me ha costado mucho tenerla.

Para empezar me matriculé sin querer en Instituto Nacional del Caos. Como profesores tuve a la paciencia, el instinto y los principios. Como los matones de clase estuvieron los prejuicios, las miradas acusadoras, las ausencias, la incomprensión y esa sensación absurda de temor. Hice buenos amigos, algunos momentáneos como las caricias en la panza, antojos, lagrimillas de emoción y muchos besos de quien por entonces me amaba. Como amigos para toda la vida tuve un apoyo incondicional de mi familia, tuve la ayuda, la benevolencia, la caridad, las palabras de ánimo y la seguridad dentro de mí misma de que aquello, costara lo que costara entenderlo y le costase a quien le costase, era la vida que quería.

Tuve asignaturas un poco jodidas, eso sí: nunca hice pellas. No porque me faltasen ganas, ¿eh? Pero sabía que no me quedaba otra que pasar algunos que otros malos tragos para la recompensa. Así que algunas mañanas detrás de desayunar tocaban náuseas, otras mareos, otras cansancio (ésta la saqué con nota) Los cambios de humor era la que peor llevaba, y sobre todo, la que siempre suspendí fue la de superar el miedo. Nunca conseguí dejar de tener miedo. Todavía, a día de hoy que ya ejerzo mi profesión, no lo he conseguido. Fueron nueve largos (aunque ahora parecen cortos) meses de estudio intenso. Y después llegó el examen. Contracciones, miedo, incertidumbre, dolor… y amor. Muchísimo amor porque aquella era mi nueva vida, la que yo había decidido pero, de la cual no sabía absolutamente nada. Y entonces... allí tuve mi matrícula de honor. Con sus casi 4 kilos, con sus ojitos grises taladrándome y con su cuerpo pequeño e indefenso dándome las gracias por todo el esfuerzo que había hecho y por todo el que a partir de ese momento me quedaba por hacer.
Y os prometo, os juro, que fue el esfuerzo que más ha merecido la pena en el mundo.

Ahora, bueno, trabajo todos los días, de lunes a domingo las 24 horas. Sí, sí, parece un trabajo explotado ¿eh? No os creáis. He aprendido de marcas de leche en polvo y potitos, os puedo enumerar las tallas de los pañales que existen y el peso que corresponde a cada una de ellas. De uniforme tengo las ojeras, y de compañeros de curro el estrés y las prisas. He aprendido de música y de cine: a canciones infantiles y dibujitos animados no hay quien me gane. También algo de medicina: nunca había visitado tantas veces seguidas a un médico. En definitiva: es un trabajo que requiere dedicación y sacrificio. Pero el sueldo merece la pena: los besos llenos de babas, la sensación de que unas pequeñas manitas te acaricien, las palabras nuevas que se transforman en un diccionario absurdo y precioso que solo al recordarlo te hace reír. Las sonrisas de complicidad con alguien que te ama incondicionalmente. La mirada llena de ternura cuando estás triste que te anima, que te alivia, que te salva. La respiración tranquila de un cuerpecito dormido que sabes que depende de ti…

Elegí ser madre a pesar del esfuerzo que ello conlleva. Me cuesta mucho hacerlo bien, no sé si sabéis cuantísimo. Sigo teniendo miedo a mis fallos a pesar de saber que mi hijo me los perdonaría todos. Sigo preguntándome si lo hago bien, incluso si estoy preparada para darle todo lo que se merece. Pero sigo ahí: todos los días, todas las noches. Sigo ahí amándolo y educándolo lo mejor que se, aprendiendo cada día a hacerlo mejor y mejor. Intentando siempre  que esté igual de orgulloso de mí que yo lo estoy de él.

Ser madre fue la decisión más complicada de mi vida. Nunca he sido la chica que obedece o se guía por lo políticamente correcto: he sido siempre desobediente, impulsiva y rebelde. Mi hijo quizás es el mayor acto de rebeldía que he cometido, y, sin duda alguna, del que más contenta me siento. No sé qué me deparará la vida, no sé qué camino escogeré en vistas al futuro. No puedo hablar alto y claro sobre lo que quiero o querré porque ni yo misma lo sé: me muevo casi al compás del viento y cambio imprevisiblemente igual que él. Soy desconcertante, tozuda, cabezona, brusca, impetuosa y pasional. Sé que he ganado muchísimo siendo así, sé que he perdido otras tantas cosas. Sé que me quedan muchas partidas que jugar, muchas victorias que celebrar y muchos fracasos de los que lamentarme. Me quedan muchas decisiones incorrectas que tomar, y me quedan muchas veces que repetirme que no puedo ser así aunque el fondo sepa que no quiero cambiar porque me gusta como soy. Y de todas las cosas que he hecho y me quedan por hacer…. Os prometo que cuando miro a mi hijo, de él es de lo que más orgullosa me siento.

Gracias por hacerme una mejor persona para ti y para mí misma. Gracias por ser la mejor decisión de mi vida. Gracias por ser mi gran acto revolucionario contra el mundo, porque ahora todos ven lo que yo supe ver desde un principio: no hay mayor premio que afrontar tu vida como te dicta tu corazón.


Ahora y siempre, perdóname por los fallos. Son parte de la vida y sobre todo son parte de mí. No soy la madre más seria y disciplinada del mundo, tampoco la más centrada, la más cuerda y sobre todo, no soy la más visionaria. Pero te quiero con toda mi alma desde que supe que estabas dentro de mí, y hago cada día lo imposible para que tú ames con esa fuerza al mundo que te rodea. 

Te quiero mi amor. Más de lo que nunca podría imaginar. Siempre juntos.

sábado, 6 de febrero de 2016

Confesiones.

Perdona la trenza de mi pelo casi desecha de reír, perdona las arrugas en las comisuras de mi boca. Perdona mi cara lavada, mis ojeras malva, mi carcajada sonora y áspera. Perdona que no sea una señorita de las que presumir agarrada a tu brazo. 
Perdona si yo voy corriendo, saltando, riendo. Y me choco, y sonrío, y discuto, y grito. Y me caigo y me levanto. Perdona si me maquillo para mi y no para ti, perdona si mi viejo pijama no es tan sensual como la lencería con la que un día me imaginaste. Perdona si como con las manos, rápido, a veces hago ruido y de vez en cuando eructo. Perdona por sentarme con las piernas abiertas, morderme las uñas y más de una vez hurgarme la nariz. Perdona por no cocinar siempre platos perfectos, porque me guste la comida basura, porque mi pelo no siempre esté alisado y porque yo también aunque me asee muchas veces huela mal. 
Perdona por ser yo la que te regale una flor, perdona por pasarme menos tiempo que tú frente al espejo, porque entienda más de fútbol que tus amigos y me aburran las conversaciones de cuantos nombres tiene un mismo color en distintos tonos. 
Discúlpame si no soy esa chica educada y bien hablada que a todos sonríe. Perdona por ser borde, deslenguada, conocer multitud de tacos y que los gestos de mi cara sean lo suficientemente claros para hacer saber a la gente que no me caen bien que no les soporto. 
Perdona por protestar cuando algo me parece injusto, por contestar cuando creo que se me falta el respeto o que no se me tiene en cuenta. Por hacerme notar, por no callarme. Perdona por gritar cuando me enfado, por llorar a lágrima suelta y patalear en el suelo. Perdona si bostezo mientras hablo, si a veces me huelen los pies, si hay semanas que no me apetece depilarme, si tengo churretes en la boca después del helado.
Perdona por levantarme con mal humor y perdona si mi aliento por las mañanas no es agradable. Perdona si hago planes que sin contar contigo, si me sé defender sola de algún que otro hombre que decide ligar de maneras incorrectas. Perdona si voy corriendo sin importarme que estemos juntos cuando una amiga me necesita de verdad. Perdona si tengo amigos hombres a los que abrazo y beso sin importarme lo que el mundo me diga. 
Perdona si estoy especialmente guapa vestida y decido sentarme en el suelo a beber una cerveza a morro. Y perdona por llevar los tacones en la mano y andar descalza, sé que me veo más guapa con ellos puestos. Soy consciente, pero son realmente incómodos.
Perdona por hacerte reír, por saber contar chistes verdes, por hablar de sexo sin pudor. Porque mi pecho sea pequeño y esté separado, porque mi trasero necesite un hueco más grande de la cuenta para sentarse. Porque alguna vez mi periodo ha dejado manchado mi pijama. Por ir con prisas, por olvidarme siempre de algo. Perdón por ser un desastre, un caos. Por no saber lo que quiero, por gritar cuando me apetece y bailar cuando me apetece y reír cuando me apetece. Perdón por mi vicio al móvil, a las redes sociales y a las consolas. Perdón porque me guste vestir con camisas de hombres y con botines más que con esos vestidos que tanto te gustan en otras chicas. 
Perdóname. Por no ser la chica a la que necesitas proteger, por no ser lo que esperabas. Perdón si te molesta que tenga carácter, carisma, personalidad. Perdón si te molesta que no me importe lo que piensen de mi, que sienta todo lo que hago, que viva mi vida de la manera que yo he decidido y no en la que el resto me ha querido imponer. Perdón si no soy sumisa, conformista y amoldable. Perdón si he sido muchas cosas que socialmente una chica no puede ser. Perdón si a mi esas críticas que a ti te matan, no me afectan. Perdón si no tengo todos esos puntos intermedios que a ti te gustaría que tuviese. 
Perdón si no siempre soy dulce, perdón si no siempre me apetece estar contigo. Perdón si no cambio mi manera de ser y actuar solo porque estés desconforme con ella. 
Perdón por quererte pero no necesitarte. Perdón por saber ser feliz sin ti.
Perdóname por no ser lo que te hubiese gustado que fuese. 
Pero sobre todo, perdóname porque quizás, alguna remota vez, pensé que la que no estaba a la altura era yo.