Aún
recuerdo que de pequeña, constantemente quería ser hombre.
Nunca
he entendido porque a las mujeres se nos insulta más si tenemos un físico feo,
o raro, o simplemente diferente. De pequeña constantemente quería ser hombre, jugar
al fútbol y que me pasaran la pelota, o mejor, que al menos me dejaran jugar.
Darle un abrazo a mi mejor amigo sin que dijesen que me gustaba, o que quería
estar con él. O simplemente ponerme una sudadera y unos botines sin miedo a la
opinión de la gente. De pequeña, supongo, que no quieres sufrir. Buscas el
camino fácil, la respuesta corta, la solución instantánea. Y yo quería ser un
hombre.
Cuyo
fui creciendo, empecé a sentirme atraída por chicos, salía con mis amigas y era
más consciente de lo que era el mundo, y de lo que oculto en una falsa
igualdad, seguía siendo una guerra de sexos donde hombres eran superiores a
mujeres, en muchos aspectos, dentro de muchas cabezas, cabezas brillantes
incluso que se quedaron estancadas en una ideología donde aún sigue prevaleciendo
la que yo llamo la ley prohibida: sustituir diferencia, por superioridad. En
ese momento una sensación invadió mi cuerpo y lo agitó como un cóctel que se
mueve rápido, para servir bien mezclado. Exacto, era un cóctel de orgullo,
dignidad, rabia, libertad y ganas. Todo eso empezó a nacer en mí, como una
pequeña semilla que años de una conciencia social oculta, habían plantado con
esfuerzo y esmero, y ahora que mi mente iba adquiriendo capacidades, para
pensar con lógica y racionalidad, daba sus frutos. Nacía dentro de mí, y
explotaba como la bomba de Hiroshima expandiéndose por toda mi alma, o como
quieran llamar a esa parte espiritual de nosotros. Una nueva sensación: era una
mujer, y eso era lo más maravilloso del mundo.
Hoy,
aún soy una niña, una niña que está en proceso de ser una mujer, y tener la
responsabilidad que ello conlleva. Ese sentimiento vive dentro de mí, ocupando
cada espacio de mi ser, saliendo a la luz con fuerza e imponiéndose cuando aún,
en pleno siglo 21, en la era de los avances y la tecnología, aún hay mentes
degradadas por los perjuicios, que hablan de algo así como, una especie de
inferioridad. Dios, inferioridad… como si supiesen lo que significa esa
palabra.
Hoy,
estoy en la edad, el momento o el estado mental, (y dejo la descripción y
elección de términos a manos de vosotros), perfectos para realizar ciertas
preguntas. Sé lo suficiente para hacer ciertas preguntas, e incluso para dar
ciertas respuestas, pero por suerte, aún no se lo suficiente como para
establecer normas, bases o hechos ineludibles, asentados, fijos e
innegociables. Aunque a decir verdad nunca sabremos lo suficiente como para
hacer nada de eso. Así que, aprovechando los momentos justos, y teniendo en
cuenta de que yo siempre he sido lo suficientemente despistada como para dejar
pasar los momentos justos, me pregunto:
¿Qué
significa para el mundo “Ser una mujer”?
Ser
mujer es mucho más. Es más que tener otro tipo de anatomía, que tener dolores
de ovarios y pasiones por la moda. Ser mujer es levantarse cada día de tu vida
sabiendo que siempre habrá alguien que querrá pagarte menos por realizar el
mismo trabajo que un hombre. Ser mujer es luchar y enfrentarse a cada persona
que te valora por tu escote y no por tus conocimientos, que te exige la falda
corta, la camiseta pegada y la boca cerrada. Ser mujer es convivir sabiendo que
no puedes ser amable con un chico porque te llamarán puta, o no poder vestir
como quieras porque te llamarán fresca, o no poder salir de discoteca
continuamente porque te llamarán golfa. Ser mujer implica valor para afrontar
lo que yo, casi cómicamente, llamo “sustituciones lingüísticas”. A un hombre lo
llamaran eficaz, a ti provocativa. A un hombre lo llamarán campeón, a ti
promiscua. Un hombre saldrá a divertirse y aprovechar el tiempo, tu solo
querrás fiesta y serás una irresponsable. Un hombre que vista ceñido, es
estiloso, tú serás una guarra. Si él tiene sexo será necesidad, lo tuyo,
siempre será vicio.
Ser
mujer implica una lucha desconsiderada, por lo que probablemente sea el resto
de nuestra vida, para acabar con ideas que una sociedad sexista y machista
creó, estableció e infundió en su día, y que hoy, aún siguen estando presentes
en muchos sitios.
Pero,
no es momento de criticar ni achacar al pasado, ni tampoco de agachar la cabeza
y entristecer el rostro, porque nunca se han ganado las batallas sentándose a
llorar. Este mundo no se mueve por la compasión, ni por la pena.
Todos
somos machistas y feministas, en alguna parte, en algún lugar, en algún momento
y con alguna persona. Pero... ¿Hemos avanzado? Por supuesto. Hemos conseguido
rebasar metas, conseguir logros, escalar a los picos altos y superar expectativas.
Y lo hemos hecho mirando alrededor. Viendo como madres solteras han trabajado,
luchado y se han dejado la vida para sacar adelante sus familias. Como amas de
casa se han llevado horas y horas sin ver a sus hijos solo para poder ponerles
un plato caliente encima de la mesa. Como incluso muchas se han prostituido.
Pero… los grandes ejemplos son nuestras madres y abuelas, que tuvieron que
sacarnos adelante a pesar de que siempre les han estado repitiendo que eran más
débiles, que no servían, que no podían. Y esas mujeres que se han enfrentado al
maltrato psicológico y físico de un hombre que la utilizaba y despreciaba
porque creía que era superior. Las mujeres hemos sido siempre lo raro, lo
secundario, lo débil. En la religión católica el caos del mundo lo trae Eva,
los mitos griegos hablan de la caja de Pandora. En algunas culturas tenemos que
andar un paso por detrás de los hombres, o aceptar compartir a nuestro marido
con otras mujeres. Y no nos dejen votar aún en algunos sitios, ni siquiera en
otros lugares nos dejan trabajar.
Hemos
avanzado, pero queda un largo camino donde aún nos quedan tramos angustiosos
que superar. Pero, ¿acaso importa? Sí, no podemos cambiar el ayer. Pero hay que
hacer algo hoy, para que mañana sea diferente. Hablamos de sexos, mi pregunta
es; ¿acaso ser diferente implica ser mejor, o peor?
¿Qué
somos las mujeres?
Las mujeres
somos seres que salvamos vidas como médicas, que detenemos a culpables como
policías y los juzgamos como juez, y lo defendemos como abogadas, y lo
informamos como periodistas, y lo redactamos como escritoras. Las mujeres somos
informáticas, ingenieras, pilotos, deportistas, maestras. Somos la chica de
recepción que te trae el café y te pone la sonrisa más amable del mundo, aunque
al llegar a casa su marido le abofetee la cara porque no sabe valorarla. Y esa
limpiadora que aguanta que le pises el suelo fregado y ni siquiera te disculpes
porque tus ideas se basan en que es inferior a ti. Y esa chica, que va con su
minifalda y sus tacones altos, en una carretera perdida a vender su cuerpo, y
tú insultas, y ella se calla, porque no te echa cuenta, está pensando en su
hijo, y en cuantas veces más se tendrá que prestar a los hombres para conseguir
dinero para curar la enfermedad de su pequeño. Las mujeres somos luchadoras
natas, que llevan vidas, que las traen, que las cuidan, que las enseñan a
vivir. Y no hay que distinguir entre un tipo de mujer, ni otro. Hay tipos de
personas, y otros. Porque decidme, ¿acaso ser diferentes unos de los otros no es
lo que hace que la vida merezca la pena?
¿Qué es
ser una mujer? Ser una mujer no es ser superior a los hombres, ni inferior a
ellos. Ser una mujer no es poder hacer cosas que los hombres no pueden, ni
viceversa. Ser una mujer no implica ser mejor, o peor. Ser una mujer, implica
ser. Ser en todos sus tiempos verbales, de todas sus formas. Ser una persona,
un ser vivo. Ser como un hombre, como una planta, como un pez. Yo no hablaría
de los derechos de las mujeres cuando hablo de igualdad. Hablaría de los
derechos de la humanidad. Una mujer es humanidad, y hay un derecho que se debe
cumplir sin excepción para todos los humanos, independientemente de su sexo:
SER LIBRE.
Porque
somos humanas, porque somos iguales en la diferencia, porque hemos conseguido
mucho, y aún conseguiremos más. Porque merecemos lo mismo.
Porque,
al igual que los hombres, somos necesarias. Pero sobre todo, porque somos
mujeres, y ser mujer, ya es bastante motivo como para enorgullecerte cada
mañana al despertar.