domingo, 8 de diciembre de 2013

Memorias de un frío Diciembre

Sal.
Era casi todo en lo que podía centrarse.
Aquella minúscula casa se iba haciendo un espacio enorme entre los dos. No sabía si iba a pasar, pero a la vez, tenía miedo por si pasaba.
¿Qué iba a pensar ella? Afirmar algo sería de creída, negarlo, de una completa idiota. No estaba allí para aquello, eso lo tenía claro. Quería cuarenta y ocho horas llenas de ellos dos, sin nadie a quien mentir, engañar, ocultar. Ella quería aquellas cuarenta y ocho horas en un mundo lejano, en un lugar donde siempre había un hueco para ella, donde no sobraba o estorbaba. Quería estar en su verdadero hogar, con la única persona que le importaba, él.
Mientras fregaba los platos sentía un vacío enorme, una indecisión que la consumía por dentro; el agua estaba fría, el tiempo avecinaba tormenta, y su propio caos mental no la dejaba disfrutar de aquella estancia maravillosa que, aún sin saber como pudo suceder, estaba sucediendo delante de sus narices. Y lo único que podía percibir del exterior de sus pensamientos era una cosa: sal. Olía muchísimo a sal.
Mientras seguía con su tarea de lavar los platos, la cocina se hacía demasiado pequeña, la fina pared que los separaba tenía que ser más gruesa. No quería estar cerca, pero tampoco quería alejarse. No había pensado nunca antes en aquello, y ahora todas esas dudas, miedos, temores e incesables ganas surgían de su interior como un volcán de lava caliente, que curiosamente ya quemaba su entrepierna.
Se sentía estúpida, no había averiguado nada de aquel mundo, y sin embargo a ella esa sensación ya le hacía enloquecer. El frío invernal no fue suficiente como para que ella obviase su calor corporal. Estaba nerviosa, medio sudada y tenía ganas de hacer algo que le calmara esas ansias que nunca antes había sentido. Necesitaba aliviar aquel calor de su entrepierna, sentirse deseada, amada. Como nunca antes se había sentido, pero como inexplicablemente sabía que tenía que sentirse para calmar todo aquello que la inquietaba. Se sentó en el viejo sofá cerca de él, mientras, intentaba fijar los ojos en la televisión y concentrarse en lo que decía; pero era imposible. No podía dejar de mirar de reojo, no sabía que hacer, cruzaba y descruzaba las piernas, se tumbó, se sentó, se puso a toquetear el móvil, miró por la ventana y salió al patio, volvió a entrar, fue al baño, se volvió a sentar. No podía estarse quieta, esa sensación rara la consumía, y la pequeña sonrisa en el rostro de aquel chico que se estaba dando cuenta de todo, la hacía sentirse tonta e infantil. Cogió aire y se metió en la pequeña habitación, se tumbó en la cama y, aún teniéndolo lo suficientemente cerca como para respirar su perfume, se relajó. Estaba a salvo, descansando de ese viaje tan duro y de aquellos pensamientos tan lascivos que estaba creando su mente, tranquila y relajada, acariciando aquellas sábanas donde tantas veces había dejado caer sus sueños, sus lágrimas, sus penas y alegrías.
Se quedó acurrucada en la esquina de esa cama, medio adormilada, abrumada por la cantidad de sensaciones que en unos minutos había llevado a cabo. No quería pensar más en eso, pero cada vez que recordaba la cara de ese chico con esa sonrisa, se sentía más ridícula, y eso no la dejaba dormir.
Segundos más tarde, escucha unos pasos en el suelo de madera, firmes pero cuidadosos, decididos pero sin maldad, sin objetivo ni intenciones raras, y aquello la tranquilizaba. Después notó su cuerpo temblar cuando la mano de aquel chico se posó en su brazo. Giró la cabeza y lo vio allí, con la inocencia y el cariño que siempre le había mostrado, con esas ganas de cuidarla y protegerla que nunca había recibido de nadie. Y en un solo segundo, todo lo que había pensado, interpretado, sentido... se desvanecía. Era afortunada, lo quería muchísimo y aquella era la única oportunidad de disfrutar verdadera y completamente de él.
Los dos se tumbaron juntos y empezaron a hablar de todo: del viaje, de la casa, del tiempo, del mar, de la familia y de los gustos, recordaron como comenzó todo y como de una forma extraña habían acabado en aquella cama, hablando y contándose sus traumas y sus sueños, sus expectativas, sus experiencias. Abriéndose el uno al otro, sin temores.
Ella cada vez era más feliz y aquello le bastaba. Era el de siempre: su maravilloso amigo, su fiel compañero, era él. Es cierto que no era amistad lo que sentía por él, es cierto que veía como la quería de una forma diferente, como la cuidaba, como se preocupaba por ella y su bienestar y como en tan poco tiempo habían conseguido establecer algo único, donde ambos eran capaz de hacer lo que sea por ver al otro feliz. No sabía que era aquello, pero sabía que le bastaba. Sin duda aquello era lo mejor que había sentido nunca, y no quería que el miedo lo arruinase.
Después de una larga conversación, se quedaron allí tumbados, con un silencio increíble mientras sonaban de fondo las olas rompiendo en la orilla. Aquel silencio era el mejor que había escuchado nunca. Casi oía su corazón palpitar a un ritmo que, curiosamente, le pareció más bello que cualquier melodía. No cabía duda, era él, estaba allí, estaba vivo, y no tenía intención de marcharse. Ella en un acto de felicidad se acurrucó a él abrazándolo, quería sentir su calor, quería agarrarlo y saber que estaba allí, que no era una imaginación... él la rodeó con los brazos y empezó a besarle el pelo, con amor, con cariño, con delicadeza y dulzura. Aquellos besos suaves se iban concentrando en su cabeza, y ella ya solo pensaba en ellos. No quería que parara, le gustaba el sonido de su boca besándola, le gustaba el tacto de sus manos tocándola, y no quería que parara. Poco a poco fue besándole el pecho por encima de la camiseta, los hombros, el cuello... notó una tensión en su cuerpo que la refrenó, pero cuando lo miró a los ojos se olvidó de aquello y, casi al unísono, como si los dirigiera un director de orquesta, perfectamente sincronizados, comenzaron a besarse. No había sido su primer beso, es cierto, pero tampoco fue como los anteriores. Aquel llevaba algo escondido que apenas se podía expresar. Era dulce, suave, profundo, pero a la vez fuerte, enérgico, impetuoso y con un toque agresivo, que a ella la hacía enloquecer a cada milésima de segundo que se alargaba. Rodeó con sus manos el cuello de aquel chico y continuó besándola sin pensar si quiera si lo estaba haciendo bien. Movía su lengua dentro de su boca como si buscara agua en el desierto, y a su vez sentía como él hacía lo mismo. Las manos del chico empezaron a rozar la espalda, la cintura, las caderas. Ya no había sensibilidad en aquellas caricias, era todo fuerza y vertiginosidad, fogosidad, un sentimiento ardiente y casi inexplicable que ella por primera vez experimentaba, y no le podía estar gustando más. Quizás aquello era la “pasión”, de la que todo el mundo hablaba. Ella se tumbó en la cama y él, erguido, continuó a su lado, besándola y acariciándola, cada vez por sitios más peligrosos. Pero ella no pensaba en eso, notaba como su camiseta se levantaba poco a poco hasta que el frío el golpeó en el pecho y se dio cuenta de que tenía el sujetador a la vista, después se quitó la camiseta con ayuda de él, y casi por arte de magia el sujetador también estaba desabrochado. Se quedó desnuda totalmente, y notó como aquella boca de la que antes había bebido recorría su pecho, sus senos, su vientre, con pequeños besos, dulces y casi minúsculos que, curiosamente, despertaban en ella una agresividad sexual que no conocía. Los botones de sus vaqueros se habían desabrochado, y aunque sabía que había sido él, prefirió pensar que lo hicieron solos. No podía pensar en intenciones, en si aquello era lo correcto o no, si estaba bien o mal, ella quería estar allí, nunca antes se había sentido mejor. De repente estaba en aquella cama tumbada, tan solo con sus bragas negras y aquel chico semidesnudo, en bóxer, encima de ella, besándola, deseándola, cuidándola... y por un momento, sin pararse a pensar que quizás aquello le costaría muy caro, se atrevió a decir que amándola. Sintió como las dos entrepiernas se rozaban, y como la erección de él cada vez se acercaba más al color de sus muslos. Ella no podía parar de besarle y acariciarle el pecho desnudo: aquel chico era hermoso y maravilloso, el mejor libro que había leído nunca, la imagen más bonita que en sus dieciséis años de vida había podido ver. Verlo tan cerca, tan desatado, tan natural, con las mejillas rojas de aquel calor que desprendíamos era el mayor espectáculo del mundo.
De un momento a otro sintió como sus piernas se abrían casi inconscientemente, su mente ya no ordenaba a su cuerpo, o quizás no quería ordenar. Él desató su erección y dejó libre la más bella muestra de que era hombre: no era un niño, ni un chaval, ni un chico; era un hombre que tenía ganas de ella, y ella por un instante se sintió una mujer, necesitada de amor y placer después de un largo camino de sufrimiento. Los besos bajaron de intensidad, pasaron a ser más cariñosos y cuidadosos, las piernas de la chica comenzaron a temblar y no tenía una garganta lo suficientemente profunda como para tragarse todos aquellos nervios y miedos que le afloraban en el estómago. Ella se ponía más tensa a cada segundo y lo sentía a él cada vez un poco más dentro, casi a punto de tocarle el alma, de entregarle a aquel hombre al que tanto amaba todo lo que le enseñaron que debía reservar para la persona adecuada. Suspiró profundamente, y de momento se replanteó una cosa: “¿qué pasará después de esto?”. Esa pregunta terminó por apoderarse de ella y casi sin darse cuenta las lágrimas brotaron a sus ojos. “¿Y si volvía a perder a lo que más quería, ahora que lo había encontrado? ¿Y si no lo sabía hacer bien? ¿Y si la dejaba allí, con el corazón roto porque no conseguía estar a la altura?” Las preguntas se flecharon unas a otras por su cabeza, la entrepierna empezaba a escocerle y el dolor cada vez estaba más a flote en el ambiente, a punto de estallar. De momento, él cesó sus besos y caricias, estaba en las puertas, ella lo notaba, lo sabía. No quería que parase, pero le daba miedo continuar. Abrió desmesuradamente sus ojos, y se encontraron con los de él. Aquel chico mostraba preocupación, compasión, cariño... tenía miedo por ella, pero aún así le sonrió con amor, regalándole todo el encanto que era capaz de desprender. Le dio un largo beso que, como una inyección de anestesia general le calmó todo el cuerpo. Seguía allí, seguía siendo él... El beso se prolongó y volvió a tocar el entusiasmo que tenía antes, pero él paró antes de que los dos volviésemos a caer en aquel frenesí de pasión salvaje que instantes antes habían experimentado. Levantó la cabeza y la miró, casi como nunca la había mirado, como prometiéndole algo, dándole seguridad, dándole un lugar en aquel mundo donde se sentía perdida. Sus manos entrelazaron las de ella, y suavemente, le besó la frente dejando en aquel beso el signo más puro de amor que ella había recibido nunca. Después con cariño, con seriedad, pero dejando hueco a la elección, con amor, importándole ella y lo que sentía y dejando a un lado aquella furia interna, y casi susurrándole le preguntó: “¿Estás segura?”, y fue desde el lugar más profundo de ella cuando supo clara la respuesta. Asustada por el dolor, pero feliz, asintió la cabeza, y antes de que pudiese prepararse un método de concentración, sintió como la primera embestida le profundizó en el cuerpo, dejándola esta vez totalmente desnuda, de cuerpo y alma, ante aquel hombre. El dolor ya se sentía en su piel, le escocía y le presionaba la entrepierna, pero no quería parar, tenía que aguantarlo, quería aguantarlo, y sobre todo, era mucho más soportable de lo que había oído. Él la miró confuso y asustado, pero ella no dejó que su rostro dolorido lo frenase, lo besó apasionadamente, y con sus manos lo impulsó a una segunda embestida, ésta vez más fuerte, más dolorosa incluso, pero más placentera. Se le escapó un gruñido de dolor, pero no quería parar, no quería que él se moviese de allí, y poco a poco fue impulsándolo para una tercera embestida, y una cuarta, y una quinta, y así una tras otras, a cada cual menos dolorosa y más placentera, más profunda, a cada cuál era más suya, y eso la hacía sentir en el paraíso. Las embestidas eran más rápidas y fuertes, el dolor casi había cesado y el escozor no era lo suficientemente fuerte como para hacerla obviar lo bien que se sentía: se sentía viva, se sentía mujer, la mujer de aquel hombre que estaba allí. La pasión se apoderó de sus besos, de sus caricias, lo besaba más ansiosamente y lo tocaba con más ganas que nunca, y ese calor de la entrepierna iba creciendo mientras sentía en el estómago una sensación rara y desconocida que a cada embestida iba subiendo como las notas agudas del piano. Se sentía la borde del abismo, y de un momento a otro sintió como toda esa tensión que había acumulado en el interior salía desmesuradamente por su boca y por cada poro de su piel mientras gemía de un placer descomunal que le recorría todo el cuerpo. Se sentía enorme. Inmensa, magnífica, gloriosa. No había experimentado nunca una sensación mejor que aquella, podía comerse el mundo, se sentía capaz de hacer lo que fuese. Era como una liberación grandiosa que se había apoderado de todos sus miedos pasados y de todo el dolor recibido.
El chico también gimió al mismo tiempo que ella expresando aquel estado de éxtasis que estaba viviendo, y entonces supo que aquello había acabado allí. Pero no le importaba, eso sí que era un final feliz.
De repente él dejó caer su peso encima del cuerpo de ella y la miró a los ojos. Ella se sentía más segura, más capaz y le dio un beso rápido lleno de frescura en los labios, en señal de agradecimiento por lo que acababa de hacerle sentir. Él sonrió complacidamente y le besó la boca, después la mejilla y después el cuello mientras la abrazaba. El silencio reinaba en aquel pequeño cuarto y ella sintió su aliento en la oreja, y de un segundo a otro escuchó el canto más grande al amor, a la vida, a la felicidad. Y fue con la voz de aquel chico como sinfonía, cuando asimiló por primera vez con aquellas palabras que tanto tiempo llevaba queriendo escuchar: “te amo”, y supo que su verdadera historia había comenzado, una historia pura y verdadera, con olor a sal.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Tres, dos, uno.

Ahora que el tiempo se ahoga dejando en primer plano nuestro amor, ahora que el frío alcanza las pieles desnudas de dos corazones más fuertes, más vivos, más perdidos en un mundo de dos. Ahora que el silencio no es doloroso, que las miradas son el motor de lo que viene, de lo que vino, de lo que vendrá. Ahora, es el momento.
Ahora que vivo despertándome con tu mirada por café y tu boca por desayuno, ahora que tus brazos son mis mantas, ahora que tu corazón es mi hogar. Ahora te muestro todo lo que eres para mi.
Ahora que sé que si fuera algo, sería aire para que me respires, sería agua para que me bebas y calmarte la sed, y sangre para recorrer tu cuerpo de arriba abajo. Sería música para tus oídos y tu alma, sería abrigo para tu frío y luna para tus noches. En definitiva, sería todo lo que tú, siendo solo tú, ya eres para mí.
Sería gato, solo para tener siete vidas y morirme a tu lado seis veces cada 21 de Noviembre, y en la última, te diría que sería todo lo que quisieras y necesitaras para hacerte la mitad de feliz de lo que consigues hacerme tu a mi, porque con solo eso tienes de sobra para vivir plenamente.
A cada instante pienso en la persona que eres, que te has convertido, de la que me enamoré y hoy sigo cautivada. Sé que lo que siento por ti va más allá del amor; te miro y te admiro, te necesito, te entiendo y a la vez no tengo ni idea de que piensas, pero es algo que me lleva a quedarme ahí para intentar averiguarlo. Te amo por tantas cosas, que a veces prefiero decir que no sé porqué te amo. Pero si que lo sé, te amo porque eres tú. Porque miras y callas el mundo, porque cuando sonríes los relojes se paran, porque eres capaz de hacer que los problemas se vayan, que las preocupaciones se pierdan, y que lo único que importe sea hacerte feliz. Esa es sin duda mi meta en la vida, hacerte feliz a cada instante de tu vida en el que tengas y quieras seguir soportando a esta loca que tanto te ama.
Hoy te doy las gracias porque tres años atrás me hiciste aprender que la vida es algo más que un sólo suceso que te marca. Que el dolor llega, que la gente se marcha, pero que eso es inevitable y sólo hay que vivir lo que pasa ahora. Que nunca por muy malo que sea un día se hace eterno, y que todo es cuestión de esperar. Todo está en uno mismo. Todo llega. Y supongo que cuando yo pensé que lo que llegase no me importaría lo más mínimo, apareciste tú. Dándomelo todo sin pedir nada a cambio, interesado en estar ahí, tan solo por amor. Un amor diferente al de hoy, por supuesto, pero amor al fin y al cabo. Y hoy las barreras superadas y los problemas resueltos son quizás la más irrefutable de las pruebas de que siempre hemos sabido querernos, por encima de todo lo que ha venido, que nunca ha sido poco.
Nuestras vidas han cambiado sorprendentemente desde que nuestros caminos se cruzaron, y dentro de no mucho, cambiarán de una manera abismal, uniéndonos de por vida, sea lo que sea lo que depare el futuro. Hemos creado un amor casi inentendible, surgido de donde nadie, tan sólo tú y yo sabemos, unido por millones de cosas que antes veía insignificante, y ahora, sé que sin ellas no estaría aquí, escribiéndote esto a 2 metros de distancia, respirando tu aroma y segura de que este es el lugar que quiero para el resto de mi vida. El único lugar donde siento que pertenezco: a tu lado.
Escribir algo que no puedo expresar, es perder el tiempo supongo. Sólo quiero dejarte claro que si esta fecha es importante para mí, es porque hace 3 años que me enamoré de ti. Y que si pudiese volver atrás, volvería a hacerlo, porque sin duda tu eres lo mejor que me ha pasado nunca. Mi tesoro más preciado. El premio de mi vida. Y no necesito nada más para sentirme la más afortunada de las personas de este mundo raro y cruel, en el que tú haces que merezca la pena estar.
Gracias, por amarme y apoyarme, por quererme. Por ser la persona de la que tan orgullosa estoy, un gran amigo, el mejor de los amantes, y el que ya ha empezado a ser el más admirable y bueno de todos los padres del mundo. Gracias por lo que crece dentro de mi, y gracias por hacerme tuya de una forma tan loca y preciosa. Tan nuestra.
Ojalá que Taytas vea muchos 21's de Noviembre llenos de amor, cómo éste. Que sin duda es el primero verdaderamente nuestro, aunque todos en cierto modo lo fueron.
Siempre serás todo aquello que necesito para ser feliz. Y espero que no quieras dejar de serlo nunca.

Te amo y te amaré siempre.

martes, 17 de septiembre de 2013

Carta número treinta y seis.

Quizás 36 meses es aparentemente muchísimo tiempo para que todo cambie abismalmente. Pero no sabéis lo rápido que se pasa, y a la vez, lo eterno que se sufre. Y en treinta y seis meses hay personas que se merecen huecos, aunque sea en un trozo de papel, ya sabéis, aunque sea este papel virtual y metafísico.
Empecemos entonces.

A mi familia:

Treinta y seis meses se hacen muy largos, ¿verdad?, y la ausencia duele, mucho. Y sé que lo sabéis casi tan bien como yo. Supongo que como siempre, las gracias por mucho y el perdón por tanto, no pueden faltar. Pero yo hoy no los voy a mencionar.
Por permanecer unidos y querernos, por salir adelante, por superar nuestras diferencias. Por tener cada día la ilusión de seguir siendo, quizás no la mejor, pero si una familia admirable.
Por creer que era la única que ha sufrido, por encerrarme en mi propio mundo, por no estar quizás en todo momento, por la ausencia de tantos “te quiero” que quizás callé para no parecer débil. Por mis murallas que me alejaron incluso de mi misma. Por tanto que quizás, aunque duela, tiene que suceder para aprender a lo largo de este incesable camino.
Ya sabéis que palabra va para cada lista que, indiscutiblemente, será infinita incluso después de la vida.

A mis amigos:

Quizás hoy, las cosas han cambiado. A mal, a bien. A nada, a todo. No lo sé. Pero sé quien estuvo ahí, quien ofreció su hombro. Quizás quien hoy no está, por el destino, la madurez, la propia vida. No importa. Por quien estuvo a cambio de nada, y quizás aquellos pocos, sepáis quienes sois sin necesidad de mencionaros. Gracias.
Puede que hoy, y mañana, y el futuro no nos depare nada juntos, pero siempre, siempre desde la S a la E, SiemprE, sabré porqué sonreíros y quereros. Porque pase lo que pase, querer, no se deja de querer a quien de verdad lo merece.
Y por último...

Al hombre de mi vida:

Treinta y seis meses es un tiempo valioso, muy valioso. Da tiempo de que muchas historias se acaben, y dan paso a que otras empiecen, ¿verdad?
 Nosotros lo sabemos bien, sí.
Yo sé que tú, aunque no me preguntes demasiado, sabes cuánto hay en mí. Sabes ese amor que le tenía, y también entiendes ese odio hacia su persona. Y sabes cuantas noches sin dormir, y cuantas miles de sensaciones se me han pasado por la cabeza y el alma en menos de una milésima de segundo.
 Y lo sabes todo, sin ni siquiera preguntar “porqué”. Aunque yo también sé que en el fondo alguna vez te lo has preguntado, o eso creo. Nunca te ha hecho falta una explicación, siempre te ha bastado saber que lo que él fue no lo sería nunca más nadie, quizás porque padre, no hay más que uno. No lo sé. Aunque en la mayoría de los aspectos, es mejor así.
Sabes que me siento especial, pero no diferente. Y sabes que en parte, si soy algo que merezca la pena en alguna parte de mi extraño ser, lo soy gracias a todo ese dolor que él hizo brotar desde el interior de un volcán apagado, llenando de lava la infancia de una niña inocente.
 Y sabes  que quizás merece estar donde está. Qué cojones, yo también lo sé. Incluso creo que me alegro de que esté ahí, aunque a veces pagaría con mi vida porque me abrazara cinco segundos. Sólo cinco. A veces soy capaz de pensar que merecería la pena, ¿qué locura no?
 Y es que en el fondo, tú sabes igual de bien que yo,  que teníamos esa forma rara de querernos los dos. No la mejor, de acuerdo, pero si una especial. Lo sabes porque has estado ahí, no importa como qué, pero has estado desde el principio. Y quizás eso nos hizo estar hoy en este lugar al que llamamos NUESTRO hogar, ¿no? Ese dolor que ambos compartíamos por el pasado nos arrastró juntos. ¡Y qué bonito ha sido y sigue siendo naufragar sin rumbo a tu lado pequeño loco precioso!
 Da igual quién o qué, las cosas se olvidan, incluso la gente, pero la llaga siempre escuece, y nosotros nos supimos curar las heridas. Aún nos las curamos. Eso me hace feliz.
Treinta y seis meses, y no has fallado por nada, ni por nadie. Siempre he estado en tu vida, aunque no lo hayamos tenido fácil. Ninguno. Quizás es algo que siempre te agradeceré. Ante todo, siempre has sido mi amigo, sin importarte nada. Puede que el mejor que he tenido y vaya a tener  nunca.
A ti también te amo y te odio ¿sabes?, era algo parecido. Es odiarte por amarte tanto. Por saber que, bueno, que tienes un poder sobre mí. El miedo a que te destruyan siempre está. Puede que tú en parte sepas lo que es eso. Pero si hay algo que he aprendido en estos dos libros que, aún siendo totalmente distintos hay algo que un dieciocho al año los une, es a diferenciar.
Y cuando me toco el vientre, gordo y redondo como una pelota de baloncesto, se me pasan mil cosas por la cabeza. Y muchas no me las tomo con humor. Tú lo sabes, y yo y mis hormonas revoltosas lo sentimos.
Pero sé diferenciar algo: que tú sí serás un buen padre. Quizás el no hemos tenido ninguno. Y eso me alegra en el alma.
No hay mucho más que decirte, como ya he dicho, treinta y seis meses es mucho tiempo para empezar muchas historias. Y aunque cada dieciocho escueza un poco la herida, me alegro de tenerla. Eso significa que te tendré a ti para curármela. Y aunque suene feo… quizás, por mucho que quieras a alguien, es mejor que las historias se acaben. Pero eso solo lo sabes cuándo empieza la historia de tu propia vida. Una historia de verdad.
 La que tú me has dado. La que Taytas nos ha dado.
Gracias de nuevo, y perdón por cada dieciocho, aunque sé que tú no necesitas ningún perdón. Ni siquiera necesitas ningún hueco para entenderlo. Por eso eres quien eres, y por eso la vida te tiene preparado tanto. Tiempo al tiempo, todo llega, ¿no?

Te amo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Quererte como quieres.

- Quizás no te quiero de una forma limpia. De acuerdo. Pero te quiero. ¡¿Cómo se te ocurre dudar eso?!
- No es sólo querer, querer lo puede hacer cualquiera. Es cómo se quiere, cómo se demuestra, cómo se siente. ¿Qué clase de amor es el que tú sabes dar?
- El mío. Sin besos cada cinco minutos y sin abrazos ñoños que te asfixien. Quizás te quiero sin ir al cine, o a fiestas. Te quiero sin cartas de amor que hablen sobre lo "mucho que te quiero" y sin mensajes de "buenos días, princesa". Te quiero sin agarrarte de la mano al pasear por la calle, sin hacer planes sobre nuestro futuro. De hecho, creo que te quiero sin expectativas de un futuro juntos. Te quiero sin fechas que escribir en los cuadernos o las paredes, sin canciones de amor que dedicarte. Te quiero, pero sin esas tardes absurdas acompañándote a comprar ropa, a  salir con tus amigas, aquellas que tan mal me caen. Te quiero sin hacerle la pelota a tu madre, sin decirte que estás preciosa recién levantada, porque lo cierto es, nena, que estás espantosa.
- Capullo.
-Exacto. Eso es lo que no entiendes. Te quiero siendo un capullo que no tiene bonitos detalles, que no hace regalos, que ni siquiera se acuerda de nuestro aniversario. ¿Qué quieres? Te quiero quizás siendo un mierda que sólo se acuerda de tu cumpleaños porque te llevas una semana dando saltos como una niña pequeña. Quizás te quiero siendo un pasota que no te dice lo guapa que estás cuando sales con tus amigas, o lo bien que cantas en la ducha, o lo graciosa que eres cuando te pones a hacerte fotos solas con el móvil poniendo caras raras y estúpidas. ¡Entiéndelo joder! Te quiero siendo el tío más imbécil de este puto planeta, que va con sus cascos a todos lados escuchando música y le importa un carajo lo que pase a su alrededor. Te quiero sin ir corriendo a buscarte a la parada del autobús, sin decirte "ten cuidado" cuando te recoges tarde, sin ponerme siquiera algo celoso cuando los tíos te miran ese precioso culo. Ni siquiera me enfado cuando mis amigos dicen algo relacionado con lo buena que estás. No te defiendo cuando mi madre dice que no eres buena para mí.
- ¿Y QUÉ PUTA FORMA DE QUERER A ALGUIEN ES ESA? ¿ME QUIERES? Porque yo creo que te engañas a ti mismo. ¡NO ME QUIERES! No me quieres, aunque quizás quieras quererme. ¿PORQUÉ SIGUES EMPEÑADO EN NO RECONOCERLO?
- Porque sé que te quiero.
- MENTIR..
- Shh. Cállate ya jodida histérica.
Te quiero. Te quiero porque no me hace falta escribir cartas de amor para demostrarte lo romántico y gilipollas que puedo llegar a ser para echarte un polvo. Te quiero sin estar atiborrándote a besos todo el día para que puedas fardar con tus amiguitas de lo cariñoso que soy. Te quiero porque no me hace falta mandarte un mensaje de "buenos días" porque sé que mientras estemos juntos tendrás quizás los mejores días del mundo. Te quiero sin agarrarte la mano por la calle para demostrarle a una panda de desconocidos lo mucho que te quiero. Me sudan las manos y me da asco mancharte.No me gusta comprar ropa, ni tus amigas. ¡Y QUÉ COÑO! No me gusta tu madre. ¿Porqué tengo que hacer esas cosas con mala cara? ¿Te gustaría más si fuese un falso e hiciese todas esas cosas por ti? ¿Serías feliz? Porque yo me cansaría de actuar y te estaría dejando en menos de un mes. ¿No lo entiendes verdad? Te quiero de una forma limpia, pura. No nena, no estás preciosa recién levantada. ¡Ninguna mujer lo está joder! Pero yo sigo soñando con levantarme a tu lada todos y cada uno de los días. Me importa un carajo nuestro aniversario, no llevo la cuenta del tiempo que llevamos juntos. No quiero, no lo necesito. Es un tiempo maravilloso que me limito a vivir, y no a medir. Porque todo lo que se puede medir, significa que se puede acabar. Y no te digo ten cuidado porque sé que sabes cuidarte sola, porque sé que estoy enamorado de una chica madura y fuerte, con dos cojones que no deja que nadie se le suba a la chepa. Y no me pongo celoso porque nadie te mire el culo, ¡JODER, ESTÁS TREMENDA! Yo también lo haría. De echo, yo también lo hago constantemente. Me importa una mierda que mi madre diga que no eres buena para mí, porque te tengo que querer yo, no mi madre. Y si no te digo lo guapa que estás cuando sales o lo graciosa que te pones cuando te haces fotos, es porque me basta con quedarme embobado mirándote y diciéndome a mí mismo "esa es mi chica". Te quiero. Claro que te quiero, te quiero tanto que me doy hasta miedo joder. Y no hay día que pase en el que no te quiera un poco más. Pero te quiero a mi forma, sin falsas caras o muestras de un amor estúpido. Te quiero porque me haces feliz, y porque si quiero que alguien descubra día a día lo gilipollas que puedo llegar a ser, esa, eres tú.
- Joder nene, yo..
- Tú crees que toda historia de amor es Disney, crees que yo soy tu príncipe azul que te regala rosas y bombones. Y no, yo no soy ese nena, pero te quiero, te quiero tal y como eres. Y estoy dispuesto a seguir queriéndote. Pero siendo yo, a mi forma. Y quizás sea una forma de mierda de quererte y ahora te levantes y me dejes aquí, tirado como una colilla consumida por unos labios ya cansados de tanta nicotina. Y lo más probable es que si lo haces no vaya a buscarte y decirte que cambiaré, no te llamaré. Ni siquiera te miraré si nos cruzamos por la calle. Y eso no significará que no te quiera. Sólo, que yo si voy a querer a alguien, quiero a alguien como soy. No puedo quererte como quieres. No quiero quererte de otra forma. Porque queriéndote así, ya eres todo en cuanto quiero. Y lo siento si todo este tiempo ha sido una decepción. Pero yo no sé mentir, no quiero mentir. Por eso no puedes dudar que te quiero. Más que a nadie en el universo.
- Lo siento.
- Quizás debería sentirlo yo.
- No. Siento haberme dejado guiar por la opinión de la gente, siento haberme centrado en mirar defectos que estaban, pero que yo siempre he estado dispuesta a asumir. Siento haber dudado de que me quieres. Lo sé, lo sé desde el primer momento. Y quiero que me quieras así. A tu rara forma.
- ¿Seguro? Porque dentro de dos semanas nada habrá cambiado, tus amigas pensarán que soy un gilipollas y no quiero volver a tener que esquivar trozos de pizza barbacoa. Piénsatelo.
- Jajaja imbécil. Quiéreme.
- ¿Quieres que te quiera? ¿Sin reglas ni restricciones?
- Quiero que me quieras como tú sabes querer.
- ¿Con el alma?
- Con el alma.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Necesidad, amor, vida.

Supongo que hay momentos en la vida que pueden durar días, meses, años, y otros que son solo unos minutos, unas milésimas de segundo donde todo cambia. A mejor. Sin duda a mejor.

 Supongo que sabes cuando ese momento llega porque se te corta la respiración, y misteriosamente, te das cuenta lo importante que es todo lo que obvias, y lo insignificante que resulta ser todo aquello que normalmente no te deja conciliar el sueño.

Supongo que es cuando te tumban en esa camilla de una habitación fría y blanca y sientes ese líquido helado rozando tu piel, cuando sabes que todo es real. Está pasando, aquí, ahora, estamos nosotros dos, tú y yo, aquí, esperando respuestas que, aún sin tener nada de conciencia, por mi reacción sabrás interpretar, entender, sentir. Esperando a la vida de una forma totalmente diferente, esperando saber que sigues aquí.
 Esos momentos son los que pasan los años y las experiencias, y recuerdas. Estar allí, en ese sitio extraño y feo, del que, curiosamente, quizás me digan la más importante noticia de mi vida.

En esas milésimas de segundo, mientras ese aparato te presiona la tripa, piensas en cada uno de los momentos de tu vida. Todos, se te pasan por la cabeza como el trailer de una película. Sin detalles, pero con lo esencial de cada uno de ellos: el dolor, el amor, la pena, la alegría… los sentimientos en general. Y cuando todos despejan tu mente, miras a ese techo oscuro, y cierras los ojos.

Ahora eres tú. Tú eres mi momento, el momento de mi vida, de nuestra vida.

Dentro te siento, inquieto, nervioso, sin saber porque estás ahí, quizás preguntándote porqué aún ahí dentro, lo sientes todo tan distinto. Yo sonrío, eres tan pequeño, tan inocente, tan vulnerable… y sin embargo toda mi vida depende de ti, de cómo estás, de si estás aquí, y bien.

Y solo puedo pedir un deseo a lo largo de esas eternas milésimas, uno que repito constantemente, uno que me atormenta a cada momento. Y vuelco toda esa fé que quizás antes no conocía en mis pensamientos, toda en cuanto soy capaz de tener, sin apenas parpadear, pensando en lo largo que se te puede hacer ese instante que, aún no sabes si es felicidad y júbilo o melancolía y tristeza por eso que no me deja dormir: tu bienestar.

Entonces ese techo oscuro se ilumina con una luz fría, medio azul que vuelve la habitación gris y se me paraliza el cuerpo, el corazón, hasta la mente creo. Estás aquí, no sé como, pero estás aquí, y necesito saber que estás bien. Que desde el principio te estoy sabiendo cuidar con todo ese amor que siento hacia ti.

De momento la voz de esa mujer me despierta de ese estado casi de pánico, caótico en el que estoy metida y que, ni siquiera se si quiero dejar atrás. Y entonces escucho palabras que aún no sé si serán dagas o rosas, esas palabras a las que durante cinco meses, he temido como quizás nadie, solos tú y yo, sabemos.
“Está todo bien”.

Nunca tres palabras tan simples me habían echo tan feliz. Y entonces me llevo la mano al vientre, estás bien, estamos bien, te estoy cuidando. Y se me llenan los ojos de lágrimas… está aquí, conmigo. No me has abandonado. Y mi cuerpo retoma toda energía que había abandonado en esa camilla para sonreír como lo que soy: una niña, una niña feliz de convertirse en mujer, contigo.

Supongo que cuando sales corriendo de ese horrible lugar, ves todo diferente, todo cobra un sentido distinto. Te das cuenta de que las personas que está contigo son las mejores del mundo, y que aquellas a las que a veces das importancia, quizás no valgan más que esos momentos pasados que te dieron, pero que ya no vuelven. Y que quizás sea mejor así.

Pero no importa, sin duda, tú eres mi mejor momento, ese fue mi mejor momento hasta hoy supongo, cuando supe que estabas aquí, conmigo, con papá, con nosotros. Eramos una familia, estabas con nosotros, luchando desde el primer momento.
Es entonces cuando sin ver tu cara, sabía que eras todo cuanto podía querer, todo por lo que vivir. Y no sabía por qué, pero supongo que son cosas que una siente en unas milésimas de segundos, cosas inexplicables e increíbles que se quedan marcadas en tu mente y tu corazón para toda la vida. Toda una vida que nos toca compartir. Juntos.



Nos queda toda una vida por delante, pero antes de que nazcas, antes de todo lo que te toque vivir junto a nosotros, y por ti mismo, quiero que sepas algo. Algo que quizás olvidarás cuando te castigue, o cuando te grite, o cuando no pueda o deba darte lo que pidas. Algo que supongo que todos hemos olvidado, y solo cuando lo vivimos sabemos cuán injustos somos, pero algo que, aunque a veces nuestra cabeza no quiera soportar, nuestro corazón sabe de sobra… Te quiero. Te quiero desde el 13 de Agosto de 2013, donde te convertiste en lo mejor de mi mundo, de mi universo. Te quiero desde que supe que estabas conmigo, desde ese instante en el que hiciste de mi vida algo maravilloso. Te quiero, y sin saber cómo lo sé, sé con seguridad que te querré siempre. Siempre, pase lo que pase.


jueves, 4 de julio de 2013

Éxtasis.

La vida es difícil de describir, pero lo cierto que es lo más sencillo, precioso y doloroso que podemos tener a lo largo de nuestra existencia en este, y todos los mundos que quiera que haya en este infinito y absurdo universo.
Sentirse vivo es la mejor sensación del mundo. Sentirse parte de esta montaña rusa de sensaciones, de la que solo nos preocupamos en no marearnos, en no vomitar. Como si vomitar no formase parte de la diversión de sentirse vivo.
Sentir, a secas.
El dolor, el amor, la esperanza, la ilusión, y la desilusión tal vez. La confianza, las decepciones, la vida en su brutal estado de erupción, entera, completamente entera, para ti.
Y nos preocupamos de la gente que se va, como si nadie más volviera. De los que ya no pueden estar, como si hubiésemos olvidado que una vez estuvieron. Como si solo pudiésemos sentir la pena, el futuro.
Un futuro que ciertamente, nunca llega. Jamás.
Pero nadie se para a disfrutar plenamente de los que llegan. De las sensaciones de lo nuevo, que nunca es igual que lo anterior. Lo pasado. Lo que ya no existe. Nadie disfruta de los sonidos que escuchamos todos los días. Del viento meneando el pelo o los pájaros despertándote por la mañana. O de un millón de violines atormentándote en la cabeza mientras creamos escenas de amor que queremos vivir.
Quizás la vida es difícil porque siempre queremos volver atrás para mejorar, por lo que se va, por los que se van…
Pero la única cosa certera, es que lo importante, es lo que llega. Lo que llega nuevo, fresco, ilusionado, con ganas de volver a darte más. Más aún de todo en cuanto ya has vivido, ya has sentido. De todo en cuanto te ha rodeado, pero de todo lo que nunca has tenido. Porque solo tienes lo que mereces tener, y nadie merece tener un feliz pasado sin esforzarse por un mejor presente. Y eso es la vida, tumbarse en el césped y mirar tu presente, donde todo se ha ido, y todo ha venido, y todo se volverá a ir para dar paso a más cosas que volverán a venir. La felicidad de ser tú, de sentir, de estar vivo. De notar como el miedo recorre cada poro de tu piel y la ilusión hace palpitar tú corazón casi tan rápido como el motor de un Ferrari. A 300, 400, 500 km/h. Siempre disfrutando de la carrera, sin pensar en hace cuánto ha empezado, ni en cuando terminará. Todos los sentimientos a la vez, sin pararte a diferenciar. Sin querer diferenciar. Decidido a abarcarlo todo, en este momento. Porque dentro de un minuto es tarde. Ya no existe.
Presente. La vida. Eso es lo importante. Las personas marcan, pero no permanecen siempre. No pueden. Se van para dar paso a lo que viene. Y solo disfrutamos de eso cuando diferenciamos que la vida es presente. No hay pasados preciosos y dolorosos por las marchas, ni futuros planeados a cálculo y ciencia exacta. Nada de eso existe. La vida no es más que aire fresco que a cada segundo entra en tus pulmones y en milésimas se vuelve a ir. Y nunca nada, es del todo nuestro. Jamás. Somos vida que hay que cuidar y valorar. Sin pasados ni futuros. Sin nada más que el presente que, te hago una pregunta; ¿estás disfrutándolo? Quizás no.
Y se va. Y se van. Y esa es la magia de la vida. Que lo viejo, lo inservible, lo marchito, se vaya, para dar paso a lo nuevo. Al presente. Porque el futuro no es más que vida que llegará cuando y como ella quiera, y nunca como quieras tú.
No hay nada que pueda hacer a todos los seres de este mundo pensar igual, nada que pueda cambiar el mundo. Nada. Lo único para lo que estamos hechos por naturaleza, es para sentirnos vivos con el presente, con lo nuevo. Sin nada que atormente nuestra memoria.
Con lo de ahora. Con el ahora.
Estamos hechos para sentirnos vivos. Para experimentarlo todo. Todo. Pero sobre todo, estamos hechos para vivir.
Para vivir aquí y ahora, porque lo demás no es vida.


jueves, 13 de junio de 2013

Frío.

Tenía frío.
Todo se podía resumir en nada.
Tenía frío. En el cuerpo y en el alma. Y ese no se quitaba con una mantita, una taza de café bien caliente, los calcetines de ositos y “Casablanca”.
Por eso estaba ella así, porque lo sabía. Sabía que eso es lo que le esperaba el resto de su vida.
Había perdido completamente su fe. La fe que siempre la había acompañado a lo largo de los frondosos y oscuros caminos de su vida, la fe que la había hecho salir de los más profundos abismos donde enterraron a su corazón. Ya no podía sacarla de más lugares.
Está sentada en el banco del parque. El mismo banco del mismo parque de todos los años. Y mientras insípidas lágrimas le recorren un rostro pálido y ensombrecido dejando la marca en su maquillaje, ella hace un largo recorrido por su infinita lista de fracasos emocionales que la han ido marcando lentamente en sus demasiadas pocas primaveras. Y piensa en el por qué.
Si él la viera... “El por qué”.
Piensa en lo que ha querido a sus amigas y a sus padres. En cómo ha estado presente para todos, aún sin merecerlo. En sus canciones y sus bailes, en su amor a este mundo que la rodeaba. A lo agradecida que ha estado siempre de estar viva, aunque su vida fuese un montón de basura acumulada que se desmoronaba cada vez que alguien acumulaba una bolsa más. Escombros de soledad y tristeza, de dolor y angustia, que ella cargaba en sus jóvenes espaldas, siempre sonriendo. Siempre con la esperanza y la fe de que mañana, y siempre mañana, todo cambiaría.
Jamás se rendía. Ella era de las valientes.
A veces lloraba y se maldecía, a ella y a todo en cuanto la acompañaba. Se arropaba hasta la cabeza y se escondía, tiritando de miedo por saber que al salir de esas sábanas volvería a pincharse con rosas repletas de espinas y sin hojas. Rosas feas y peligrosas que ella recogía, solo porque alguien a quien llamamos: “vida, karma, destino” las plantó en su jardín. Y ella se levantaba y recogía las rosas de los gritos, de la ignorancia, de los golpes y el cansancio con una sonrisa. Porque eran sus rosas. Y las quería.
¿Qué había hecho? ¿Por qué la vida la trataba así con lo que ella la amaba? Aún, después de 29 primaveras, se lo sigue preguntando.
Y recuerda cuando él llegó… todo parecía haber cambiado… La vida empezaba a sacarla de su jardín de flores marchitas. Empezaba a quererla… pero todo eso, apenas duró.
Alguien tiene que recoger las flores que nadie quiere. Alguien debe de hacerlo.
Ella entra en el cementerio, y mientras camina… mira su vestido rojo. Y piensa en que curioso es el tiempo, que antes de que él se fuera, le regaló ese vestido por su cumpleaños, y le dijo: “La luz y el color que tú siempre has desprendido, están en este vestido. Si un día te faltan esa luz y ese color, póntelo y recuerda quien fuiste. Y quien siempre serás”.
Y después se fueron los dos. Sus dos hombres. El amor de su vida que la había sacado de aquel jardín, y su pequeña flor fruto de ese amor incondicional. Se fueron a por su regalo, a por su sorpresa… se fueron para no volver.
Dios... ¿Cómo cojones la vida ha podido hacerle eso?... Jamás la perdonará… jamás.
Camina un poco más hasta que llega a sus tumbas. Allí están. Juntos… donde quiera que estén.
Primero le pone flores a la tumba más grande. La de un hombre alto.
Su amor. Mira su lápida, y rompe a llorar: “Aquí se haya el más increíble de los hombres que ha existido en la faz de la tierra, y ahora, en todo el universo. Descansa en paz”.
Minutos después, gira la cabeza. Al lado una tumba mucho más pequeña, llena de juguetes y ropa de niño. Ella la examina de arriba abajo.
Y piensa en aquel cumpleaños. En aquel portazo de los dos riendo por la sorpresa. En lo bien que le quedaba el vestido rojo. Y en lo que cambió todo, media hora más tarde cuando ese maldito teléfono sonó. Cuando en mitad de aquel hospital los vio a los dos, tan pálidos y tan guapos. Casi sonriendo. Juntos y felices. Y fríos… muy fríos…
Y sonríe. Cuanto se querían. Cuanto la querían a ella.
 Y la de veces que ha decidido abandonar. Ir con ellos, intentar buscarlos y estar los tres juntos. Dejar este sin sentido que ya no le parecía más que monotonía absurda. Levantarse, trabajar, emborracharse y llorar para vaciar el alcohol y lo poco que le queda dentro.
Llorar el dolor, la ausencia. Llorar la vida que ya le habían quitado.
Llorar el frío.
Y mientras está sentada entre las dos tumbas, contemplando a los hombres de su vida, el aire le levanta el vestido. Ella lo mira, lo coge entre sus manos, con cuidado, con amor. Como los tocaba a ellos dos.
Y después los mira. Sonriente, pero con dolor. Cansada. Hundida. Pero incapaz de fallarles y abandonar.
Incapaz de fallarles…
Y entonces se levanta, se enjuga las lágrimas, se pone los tacones que tiene en el suelo y se dispone a marchar. Y antes de irse, besa esas dos grandes cajas de mármol, y los mira; “Hasta el próximo año queridos...” y antes de marchar, lo dice en voz alta, sabiendo que la escuchan. Que están allí, protegiéndola… “Vosotros fuisteis mi luz y mi color, y siempre lo seréis”...
Y empieza a caminar, sin pensar en nada, con la mente en blanco de recuerdos y de pensamientos. Y lo único que sabe con certeza, lo único que nadie puede discutirle… es solo una cosa...

Tenía frío. Era pleno Agosto, y tenía frío.

domingo, 19 de mayo de 2013

Mi pequeño océano.


Te sentí.
Mi vida se oscureció, se aclaró, tomo un rumbo determinado en un solo instante. Un minuto, quizás menos. Nunca tantos pensamientos diferentes habían pasado por mi cabeza en un espacio tan breve de tiempo. Eran pensamientos rápidos. Venían y antes de que pudieses verlo ya se habían ido, pero te dejaban marca. Eran estrellas fugaces jugando a ver cuál era la más rápida, la más difícil de ver. La más complicada y la que la mayoría dejaría de lado creyendo no poder alcanzarla. Quizás, la más importante.
El corazón se me paró, o quizás solo duplicó su ritmo. Lo duplicó, por dos. Eso es. Dos. Miré alrededor y ya todo estaba diferente. Todo cobró una importancia que antes no tenía. El exterior era insignificante, mientras cada mueble que me rodeaba, cada foto, cada azulejo del suelo empezaba a adquirir una importancia que antes no tenía. Empecé a ver ese lugar como antes no se me hubiese imaginado mirarlo. Era un hogar. Un hogar para ti.
Un martillo resonaba en mi cabeza golpeándola firmemente, decidido, constante. Solo podía llorar. No sé si de felicidad, de preocupación, de tristeza. Lo único que tenía claro es que sentía miedo. Mucho miedo. Miedo por ti. Por nosotros. Y aún lo siento. Todo está turbio. Como un día en la playa cuando hay oleaje. Igual. Eso es, este es mi mar. Mi pequeño y enorme océano. Y ahora mismo hay muchísimo mar de fondo. Revuelto y fiero, salvaje. Pero real. Tan real como que si dejo de respirar ahora, dejo de vivir. Se abrió la puerta. Él apenas levantó la mirada. ¿Y él? Dios mío. Acabo de complicarlo todo tanto. Extendí la mano dándole ese aparatito que me quemaba en la palma de la mano. Las lágrimas apenas me dejaban ver. Dos rayitas. ¿Cómo cojones dos rayitas te pueden cambiar la vida? Entonces escuché el silencio. Y mis fuerzas dependían de quien tenía justo al frente. No hay más. Me convertí en una marioneta incapaz de pensar, de sentir. Ahora yo no entiendía nada. Solo sé que estás, y que ya estarás siempre. Pero de momento una calidez enorme rodeó mi cuerpo. Sus brazos. Los brazos de ese hombre que tanto te ama. Que tanto nos ama y nos cuida.  Y yo derramaba lágrimas pensando: "No sabes la suerte que tienes, el será siempre tuyo. Siempre hasta el fin de los días. Seas como seas y hagas lo que hagas”. Y un beso cálido calmó mi sed. Mi sed de cariño, de amor. Del increíble amor que solo tu padre me sabe dar. Mi sed de miedos. Luego, me llevé lentamente una mano al vientre. Dios... ¿sentirás cómo te toco? ¿Sentirás mi amor? El amor incondicional y eterno que ahora mismo empiezo a sentir por ti, por y para siempre.
No me preguntes como, pero te sentí. Te sentí temblar, con miedo, pidiendo auxilio. Pidiendo vida. Una vida que yo jamás me negaría a darte. Te sentí amándonos, te sentí amándome. Te sentí en lo más profundo de mí. De nosotros, que ahora somos uno. Y no pude evitar sonreír. Ya te amo. Ya te he dado mi vida. Ya lo eres todo. Y ya soy feliz gracias a ti.
Mi pequeña estrella fugaz, esa que algunos no son capaces de ver. El amor. Ese amor que empiezas a sentir y que ya nunca va a parar.
Mi pequeño y complicado océano. No me preguntes como, pero te sentí. Ahora, somos tres. No temas, nunca sufrirás, nunca te faltará de nada. Lo sé. Te sentí ese día, y ahora te siento. Siento que todo irá bien. Aunque me deje la vida en ello.
Estás con nosotros pequeño, no lo olvides. Bienvenido a la vida. Bienvenido a tu maravillosa vida, esa que te daremos cueste lo que cueste.
Te quiero.

martes, 5 de marzo de 2013

Corazón de cafeína.


“Prometo que en su comienzo, difícilmente hubiese supuesto verme aquí sentada, escribiéndote esto. Y creo que a lo largo del tiempo has aprendido que mis promesas jamás pecaron de falsas.
Pude ser (de echo lo fui en la medida de lo posible) cauta y precavida. Pero tú mejor que nadie sabes que mi cabezonería llega a un punto tal de obsesión, del que difícilmente alguien (o algo) pueden salir ilesos.
Y te juro por la más sagrada de las novelas de Neruda (esa que leíamos tu y yo las tardes de Octubre en la orilla del mar) que lo avisé de que no jugara. De que esto no era el parchís. De que si le comía sus fichas o se comía las mías, nadie se apropiaría del título de “ganador”. Que la partida seguiría indefinidamente hasta que alguno de los dos (y con el orgullo como mano inocente) se cansase del otro.
Pero es terco y testarudo como no cabes a hacerte una idea.
Todo empezó en esa cafetería donde tantas veces íbamos juntas a tomar café.
Yo estaba sentada en la mesa de siempre, aquella del fondo de espaldas a la pared y al lado de la ventana desde la cual se ve la fuente del parque.
Yo y mi frappuccino estábamos allí, divisando la vida que pasaba delante de nuestros ojos. Y lo siento querida... pero... ¿Cómo iba  yo a saber que mientras la vida pasaba delante de mis ojos se acercaba la más dulce y tentadora invitación para el infierno por mi espalda?
Llegó.
Su cazadora vaquera y su camiseta blanca hacían juegos con sus converses blancas y sus vaqueros desgastados y ajustados. Pero eso no importaba. Al menos dejó de importar cuando lo miré a los ojos… ( y te aseguro que el culo que le hacían esos vaqueros era un espectáculo digno de ver y difícil de olvidar).
Pero sus ojos fueron mi sentencia final. Sus ojos de 3 colores distintos.  Ellos fueron mi perdición.
Estaba allí. Ese chico de mirada tenebrosa me miraba y me sonreía. Y mientras tanto yo y los esquemas de mi vida (esa tan rara que hasta ahora creía haber superado) nos íbamos desmoronando.
Sin embargo esas ansias de placer no eran las mismas que habíamos tenido siempre. No eran esas que nos llevaron a cometer tantas locuras.
Fue diferente.
No me molestaré en contarte la típica historia de como un loco se acerca a la mesa equivocada, del lugar equivocado, donde estaba la chica equivocada. Es más, puede que el frappuccino sea lo único acertado de esta historia.
Un paseo, unas risas. Unas horas. Muchas horas. Y una conversación.
Solo hizo falta eso para que cuando iba delante de él subiendo por las escaleras de casa, sintiese la necesidad de que me agarrase desde atrás los pechos mientras poco a poco me acercaba a la pared besando mi cuello.
 Tenía la necesidad de ser suya. De que fuera mío. Pero de una manera diferente.
Lo hizo. Despertó esa bestia que tanto nos costó encerrar en la jaula del olvido.
Me hizo el amor dos, tres, cuatro veces. Quizás fueron cinco. Despertó todo lo que se hallaba en mi interior descansando de su pasada vida de movimientos y emociones intensas y catastróficas. Y no hubo nada diferente durante el sexo. Me folló en la cocina, en el baño, en el salón, en la cama. Me agarró del pelo, me arañó la espalda, me beso hasta el alma si no recuerdo mal, y su saliva caló hasta en el más profundo vello erizado de mi cuerpo.
Lo malo vino después. Cuando me despertó con una sonrisa, apartándome el pelo de la cara y colocando los mechones suavemente detrás de la oreja. Eso fue lo peor, cuando me volvió a penetrar con esos ojos que sabían a dulzura y dureza, a frialdad y a pasión.
No quería que se fuera. Lo quería allí, conmigo. Quería averiguar sus lunares y explorar sus heridas. Saber sus gustos, la música de sus ronquidos (si es que roncaba) y esa poesía tan bonita que escribían sus manos sobre mi piel. Quería saberlo todo de aquel desconocido que estaba frente de mí. Quería conocerlo, olvidarlo y volverlo a conocer una y otra, y otra, y otra vez.
Y por eso se lo avisé. Le avisé de quien era esa chica que miraba por la ventana en la cafetería. Le avisé de que muchos otros pasaron por mí y el laberinto de mi cuerpo. Le avisé que mi vida un día fue abrirme de piernas al precio que tuviese que pagar. Que quizás le haría daño. Que no jugara conmigo al amor. Que si se enamoraba o por el contrario, me enamoraba, tendría problemas. Que yo era una ninfa. Una diosa que vivía por y para ser complacida sexualmente, y que si él no podía hacerlo no tendría reparo (ni conciencia) para levantarme y buscar mi energía en otra fuente. Otra más completa, más activa. Le dije que ante todo era fría. Que estaba enferma, que él me había hecho recaer, y que pagaría por ello si no salía por la puerta de mi apartamento en un margen de 10 segundos. Había despertado a la bestia y ahora tenía hambre. Y no tuve reparo en advertírselo.
Yo no era de fiar. Yo era una mujer extraña que necesitaba el sexo para vivir.
Él me miró.
¿Qué te digo? ¿Sorprendido? ¿Espantado? ¿Asustado? No lo sé. No podría descifrar lo que veía en sus ojos. Solo sé que la seguridad de mis palabras se tambaleo durante muchos segundos cuando lo miré. ¿Pero que iba a hacer ya? ¿Qué clase de loca sería si le digo que cambiaría por y para él? ¿Qué podía ser diferente si lo intentábamos juntos?
Así que le eché valor.
Le dije que me llamara puta si quería, que no me ofendería. Que se fuera de un portazo, que rompiese algo del piso. Le dije que había sido diferente. Que él había sido más que un polvo de una noche. Que tenía todos los derechos de hacerme pasar una, dos, tres, cuatro noches en vela echando de menos cada una de sus huellas dactilares. Le concedí permiso para herirme un poco si así lo quería. Pues después de todo había sido muy diferente a los otros.. ¿40? ¿50?... Había sido diferente. A secas.
Me quedé esperando una respuesta, una acción. Pero sonrió. Con malicia, con atrevimiento, con picardía. Con cierto desdén y un poco de arrogancia.
Y esa sonrisa fue mi talón de Aquiles.
Lo  miré con cierta curiosidad. Juguetona, pícara. Y le avisé que no jugara. Que yo no era ninguna dama a la que comerse en un cuadrilátero de cuadrados negros y blancos que representarían respectivamente un pasado (sin olvidar) y un futuro (extrañamente alcanzable).
Yo no era ningún juego de mesa. Y le avisé de que no se confiara, de que no se arriesgara. De que él no sería mi Jaque Mate.
Pero como te he dicho es testarudo y cabezón como él solo. Y sobre todo, sabía igual de bien que yo, que jugaba con ventaja. Tenía más de lo que yo pedía… y había ganado la partida antes de aquel frappuccino.
No cabe duda querida. Nos hemos pasado años buscando satisfacción y placer en los hombres. Hemos dejado las bragas en el suelo por dinero, pero lo peor, es que lo hemos hecho sin cobrar. Estábamos enfermas, lo sé. Dos ninfómanas que necesitaban follar para vivir, que vivían para follar, que creían que se follaban a la vida en cada condón utilizado que tiraban en la papelera de cualquier calle solitaria. Dos locas que creían que su forma de vida, era la mejor forma de ser libre.
Ahora después de tanto, te entiendo. Ahora sé lo que sentiste al enamorarte.
Yo solo quería volar. Quería volar muy alto. Comerme el mundo. Tocar el cielo. Y ahora resulta que mi cielo está detrás de su cremallera. Entre sus piernas.
He encontrado mi cura. ¿Sabes cuál es? Seguir siendo yo. Una sucia, una fulana. Una ninfa. Pero solo y únicamente con él.
Ahora sí soy libre amiga. Ahora he rozado la mayor libertad que existe: la libertad que te concede el amor.
Gracias por aquel día, el frappuccino estaba excelente, e irte antes de la cafetería fue quizás la mejor decisión tomada nunca.
Te escribiré pronto querida. Besos a Ricardo.
Y recuerda amiga: siempre libre, siempre joven. “
-        ¿Se puede saber qué hace mi prometida a las cuatro de la madrugada despierta? – De repente está sentado en la cama. Con el pecho desnudo y los ojos pegados aún.
-        Escribía una carta, cariño.
-        Una carta… interesante. – Y se toca suavemente la barbilla. Pensativo, perspicaz. Precioso en su omnipotencia sobre esta tarada que se muere por él. - Pues si no es molestia, ¿puede volver a la cama con su futuro marido? Resulta que la noche sin tu cuerpo no es tan agradable.
-        A la cama ¿eh?... Déjame que piense… mmm… - Y de momento pongo esa cara de niña mala con una pizca de inocencia. Esa que le gusta tanto, esa que lo vuelve fiero. Salvaje. - ¿Para hacer qué? – Pregunto con osadía.
-        Oh pequeña, eres insaciable. Eso es lo que más me vuelve loco de ti.
Entonces se levanta y me coge en brazos. Yo lo rodeo con mis piernas, hundo mis manos en su pelo y le doy un apasionado beso. Él me atrae a la cama poco a poco. Después me tumba y antes de que pueda ser consciente de lo increíblemente afortunada que soy por tener a ese loco hombre a mi lado, me penetra con fuerza e ímpetu. Una vez, y otra, y aún más.
Lo miro en una de las últimas embestidas antes de correrme. Y lo veo.
Lo tengo delante de mí. Mi cielo. Mi cielo azul, en los ojos de ese loco que se ha apoderado de mí y de mi frappuccino. Ese loco del que estoy completamente enamorada.
Y entre mis felices y vivaces pensamientos, dejo caer una frase que nace de mi boca suave y cálida entre la sensualidad y el placer de ese orgasmo. Una frase que acaricia mi boca con ganas y satisfacción. La satisfacción de ese hombre, del orgasmo, de la vida. Del amor.
Te amo.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Felicidades madre Andalucía.


 Al crecer, me abrazaste con el atlántico como testigo en esas playas de Huelva. Tu hija querida, con ese sabor a sal y arena entre las rocas del espigón.
 Después me enseñaste a la solitaria Almería. Tan desértica y pacífica. Tan lejos y tan bonita. Tan suya, tan tuya, tan nuestra. Tan maravillosa.
 Me dormías con cuentos de una maravilla del mundo entre tantas que una de tus 8 hijas había creado para deleitarnos. Y que tan orgullosa has estado siempre de tu querida y blanca Granada.
 Aún recuerdo como hablabas de Málaga y su gente. De lo amistosa y simpática que había sido siempre, de lo acogedora y cariñosa que te había salido. De lo preciosa que era tu niña mediterránea.
El brillo de tus ojos cuando hablabas de Córdoba, era inconfundible. Con su mezquita en las entrañas de su tierra, y la belleza de tantas mujeres que pasean por sus calles. Tu tan bonita niña.
Esa cara tan graciosa que ponías al acordarte del olor a olivos y frescura que siempre había tenido Jaén. Ella y su naturaleza que siempre fueron tan cautivadoras de tu cariño como madre.
Después tu niña bonita. Ella y su arte, sus playas. Ella con una sonrisa desde San Fernando a Jeréz, en la comisura de Rota, La Victoria y Chipiona. Tu Cádiz tan graciosa y divertida como siempre.
Y por último, ella. 
Aún veo como al acordarte de tus hijas, sientes esa felicidad que siente una madre. Tus ocho niñas tan bellas, capaces de enamorar a tanta gente y cautivar tantos corazones de aquellos que habitan los rincones de sus almas. Tus ocho niñas que en cada despertar nos hacen sonreír y nos recuerdan lo afortunados que somos.
Pero ella, ella no se puede comparar.
 Ella. Que es tan grande y se hace tan pequeña. Ella que siempre está discutiendo con el Guadalquivir, asomada desde la Giralda, mirándote. Ella que pasea por el puente de Triana y llega a la Torre del Oro para decirte cuanto te ama. Ella, con su sentimiento, su amor y su respeto hacia sus hermanas y su madre. Con su gente que la ama, con su nombre que la hace digna hija tuya. Ella. Tu querida y loca niña de cabellos con sabor a incienso y azahar. Ella y sus adornos de Abril, ella y su mirada perdida entre la Catedral. Ella. Tu preciosa y bella Sevilla.
Me regalaste al nacer la oportunidad de respirar el aire que corre por las calles de tus ciudades. Madre, fuiste siempre tan dulce y buena, que nunca podré agradecértelo. Hiciste de tu familia arte, y nos convertiste en parte de tu arte a todos los que cuidamos a tus niñas. Esas que a la vez nos cuidan a nosotros. Nunca nos has abandonado, ni tu olor a sal, naranjos, olivos. Ni tu, ni tus playas, ni tus ríos, ni tus monumentos. Tú,  madre, fuiste la mejor madre de todas porque estuviste ahí a pesar de que muchos renegaron de ti en algún momento.
Tú fuiste el mejor regalo que tuve al nacer, por eso hoy te dejo una pequeña parte de lo que soy. Porque aunque sea en unas líneas, puedas sentir el amor tan inmenso que siento, he sentido y sentiré siempre por ti.
Te quiero con la misma locura a la que se quiere a algo tan grande y hermoso, que es imposible de explicar.
Felicidades, Andalucía.

domingo, 24 de febrero de 2013

Paseos de la espera.


Y entre la vida y la muerte, encontré un camino oscuro y peligroso, lleno de sensaciones, llamado desamor.
Busqué mi vieja camiseta de los Rolling,  acompañé mi velada de lágrimas y películas románticas con una tarrina de helado de chocolate, y ese fiel recuerdo de sus angustiosas manos buscando tesoros en el mapa de mi piel. Sus manos, y ese afán de protagonismo suyo.
Luego echada en el sofá, me puse a pensar que iba a ser de mi vida. Después me reí como una idiota. “Lo de siempre”. La verdad que no se me conoce por una persona que tenga muy claro su camino… los caminos y esa manía que me han cogido. En fin.
 Después pienso en él. Su cálida mirada y en su sonrisa tan atractiva, tan fuerte y vulnerable a la vez. Es una especie de león enjaulado. Tan fiero y salvaje, y a la vez tan indefenso, viendo como la gente observa su vida monótona y aburrida que se va poco a poco, día tras día, entre los barrotes de esa amarga condena, que lo aleja cada día, más y más de la libertad. Mi león. Mi animal. ¿Volverá a arrancarme la ropa alguna vez? Quedaba tan bien en el suelo, junto a su camiseta y sus vaqueros. Era una pintura perfecta, un cuadro digno de admirar. Da Vinci le hubiese aplaudido si viese esa perfecta imagen de nuestra ropa tapando el mármol del suelo, y de nosotros, jugando a ser uno. Y lo bien que se nos daba pintar nuestras historias, escribir nuestras canciones, cantar nuestros momentos.
No cabe duda de que siempre se nos dio bien ser nosotros.
Pero bueno, todo nosotros se acaba separando, y ese “otros” acaba poniendo finales a esas historias. Mejor no pensarlo. Ahora ya solo queda una taza de café, solo se usa un mando de la videoconsola, y el sofá desde hace días, empieza a hundirse más por mi lado. Y poco a poco la tele se enciende menos, las paredes se acostumbran a no escuchar las carcajadas. Y después está mi cama… ¡Dios!, es una tortura. No puedo dormir en ni con ella, cada vez que la veo llora, llora preguntando por sus besos. ¿Y qué le digo? ¿Qué quizás ya han ido a visitar a otra almohada a la cual acurrucar entre sus piernas cada noche? No puedo. Quizás, todavía no.
Y aquí estoy, ahogándome entre helado, lágrimas y recuerdos. Y suplicándole en silencio que no me pida más de lo que mi otra yo está dispuesta a dar.  Porque sabe que soy capaz de todo, pero que no me pida que deje de amar cada poro de su piel, porque se me iría de las manos y entraríamos en una espiral de una destrucción insana que acabaría con lo poco que queda de nosotros.
“No me pidas que deje de amarte. Porque fue a ti a quien confié mi vida, y ahora mira, mis secretos fueron al igual que mis teorías derrumbados frente a ti. Como esa patada de un niño que derriba castillos de arena.”
 Y aquí estoy con mi corazón, mis secretos y mi dignidad rotos, y el orgullo intacto, peleándose con mi alma que parece que es la única que aún ve un poco de sentido en todo esto. Y entre días vacíos y lágrimas ardientes, mi soledad y sus recuerdos se hacen cada vez más amigos, y yo veo como se abrazan, y me come la envidia. Y en mi urna de cristal yo y mi mierda decidimos ahogarnos, con la llave dentro, sin poder abrir, a no ser que vengas él con un martillo y me saques de este pozo de locura. Pero él no llega. El aire se va. Y yo acumulo.
Acumulo sentimientos despedazados, lágrimas que viajan sin dirección por mis mejillas, un cariño frío que ya no sabe a quién calentar. Y luego acumulo ese amor punzante que decide matarme, y ese olvido que se niega a llegar y a llevarlo con él. Acumulo palabras de consuelo que no curan, ni siquiera calman, solo crean falsas ilusiones. Que por cierto, estas también las acumulo, como aquella niña pequeña que colecciona pegatinas de princesas. Igual.
Y me levanto otro día, acumulando vestidos cortos como mi autoestima, y tacones de aguja que no me pondré hasta que tenga valor de subirme 12 centímetros por encima de mí  y toda mi colección de fracasos.
Y así es mi día, mi corazón lleno de cicatrices, mi pelo lleno de enredos, como los nudos de mi pecho, y la lluvia ladrona de mi tiempo, que se lo lleva prisionero en cada gota que resbala por el cristal.
“Y yo a cada segundo te suplico. Súbeme alto, llévame volando por el subsuelo, enséñame las más bellas alturas del sótano y acaríciame con tus garras de acero inoxidable el corazón. Maquíllame con dolor y cepíllame el pelo con tus tijeras. Adelante, córtame más aun los vestidos y cómprame los tacones aún más altos, más finos, y después, cuando consiga subirme en ellos, clávame las agujas en el corazón como si le clavaras la estaca a Drácula. Haz de mí una historia que contar. Veneno, recuerdos. Ponme puntos suspensivos o escríbeme tan corta que un punto y final sepa ha exagerado. Háblame de silencios y tortúrame con palabras que sean tan dulces como el amargo del limón recién exprimido dentro de mis heridas. Cáusame dolor, parte mis camisetas favoritas y regálame flores que al igual que mi vida, se marchiten cada dos días. Bésame con labios de fuego, y deja que arda hasta el punto que ni mis cenizas sean merecedoras de barrer.
 Haz lo que quieras, tranquilo. No importa cuánto poder tengas para destruirme, si dentro de mi miserable y absurdo mundo cabe más destrucción. Planea los peores finales para mí, y las mayores torturas. No importa. Mientras pueda estar una vez más a tu lado, aunque sea para cavar mi propia tumba, los Rolling, el helado  y yo, vamos a seguir esperándote en este viejo sofá, que espera ansioso que hundas de nuevo ese lado vacío, aunque ello conlleve que hundas mi vida hasta el punto de ver como nadie me saca y todos se quedan mirando, esperando ansiosos mi final.
Y si, quizás este loca. Pero todo sea porque mi sofá, mis paredes y mi cama, sobre todo mi cama,  puedan ser felices. Como ya sabrás, siempre les tuve demasiado cariño”.

jueves, 7 de febrero de 2013

Monstruos del hogar.


En clase le han mandado un trabajo sobre su familia. Tiene que describir como son papá y mamá, y como es su hermanito pequeño. Como está decorado su hogar y lo felices que son viviendo allí, todos juntos. Ella, se pregunta; ¿imaginar o desear, es mentir? No le gusta mentir, ellos siempre discuten por lo mismo: “mentiras y más mentiras” dice siempre mamá.
De momento se escucha un porrazo: PAM.
Su hermano duerme en su cama la siesta, y a mamá se la escucha llorar. Dice algo como “te odio, ojalá te mueras”. Y él grita. Grita fuerte y rompe cosas… pero ella no quiere escuchar, ya está harta de escuchar siempre lo mismo. Así que saca su libreta y se pone a escribir su redacción. Pero aún tiene la duda, no sabe que escribir… piensa en los cuentos que leía cuando era más pequeña. En las películas. Después piensa en como sus amigos y amigas le cuentan que se han ido de viaje. Sus papás van a recogerlos juntos, y nunca discuten, al menos, nunca se pegan. Sonríe, ella quiere que su familia sea así. De repente escucha un sonido seco: PAM. Ha sido un portazo, se ha encerrado en la habitación, y él aporrea la puerta sin parar: “abre, abre la puta puerta”. Pero ella no echa cuenta, está ocupada pensando en su redacción. Después de un rato, empieza a escribir, decidida, contenta:

“Mi familia es maravillosa. Mamá es rubia, no es muy alta y está delgada. Es profesora en un colegio donde enseña a niños un poco más pequeños que yo, le gusta su trabajo, además, es una cocinera excelente. Ella me lee cuentos antes de dormir y me arropa por las noches, y me lleva a jugar al parque que está al lado de mi casa. Papá es muy gracioso, es médico y cura a personas enfermas. Es alto, moreno de piel, de ojos y de pelo. Siempre está sonriendo y dándome abrazos, me quiere mucho, aunque también se pone muy pesado cuando como más pasteles de la cuenta o cuando me duermo un poco más tarde de la hora, pero mamá dice que es porque me quiere y quiere lo mejor para mí. Siempre habla de algo sobre un “futuro”, pero nunca echo demasiada cuenta. Mi hermano tiene 4 años, es rubio y se parece mucho a mí, o eso dice todo el mundo. Mi hermano es la persona que más quiero en el mundo, está la mayor parte del tiempo conmigo, jugando. Mi familia es maravillosa, papá y mamá se quieren mucho, se lo están diciendo constantemente. A nosotros nos tratan muy bien, solemos ir de viaje todos los veranos, vamos al cine los domingos y vemos el fútbol todos juntos. Vivo en un barrio muy tranquilo donde hay parques verdes con zona para perros. Ah, sí, también tenemos un perro. Es pequeño, todo el mundo lo mira al pasear, parece un ratón, pero yo lo quiero mucho, es un gran amigo. Mi familia es divertida, todos nos queremos mucho, nos escuchamos y nos lo pasamos bien. Sin duda, mi familia es la mejor familia del mundo.
Fin.”

Ella vuelve de su propio mundo creado en su cabeza, sonriendo, feliz de su trabajo. Pone su nombre a la redacción y la guarda en la carpeta. Entonces escucha:
     - ¡Abre la puerta jodida puta, abre la puerta o te mato!.
Su hermano empieza a llorar. Ella se mete con él en la cama y se ponen a jugar, pero ella está llorando. Le va a volver a hacer daño, lo sabe, y no quiere, pero si sale… sabe que le hará daño a ella, y mamá se enfadará muchísimo. Entonces se pone a pensar; ¿podrá ser su vida algún día como la de su redacción?.. Sonríe solo de pensarlo. Parecía tan real, estaba tan metida en ese papel.
 Ese falso papel de ser feliz.
Su profesora le dice que tiene mucha imaginación y que se expresa muy bien. Tiene razón, ella siempre se está inventando historias para divertirse y entretenerse. Se pasa tanto tiempo sola. Tiene ganas de escribir otra historia, cuando lo hace, parece que se desvanece todo lo que hay ahí fuera, todo el dolor. Sí, tiene ganas de coger el papel y el lápiz otra vez. Pero de repente escucha un bofetón. Oh… mierda. Se le abren los ojos como platos y vuelve a su vida. Esa vida de gritos y moratones, de gente que no conoce entrando y saliendo de su hogar, comprando y vendiendo el alma y la vida. Mamá llora, están en el pasillo, justo enfrente de su puerta, la siente muy cerca. Oh, su querida madre… ¿por qué sigue permitiéndolo? De momento sale de su habitación. La ve tirada en el suelo, está llorando con una mano en la cara. Ella la mira con lágrimas en los ojos y se arrodilla, pero mamá se levanta rápido y se encierra en el baño. Siempre hace lo mismo, no le gusta que la vean llorar. Y ella se queda en el pasillo, sollozando en silencio con miedo a que sus lágrimas se conviertan en nuevos bofetones que añadir a su lista de dolor e infelicidad, callada, mirando la puerta donde tantas veces su madre se esconde a transmitir su dolor. Un dolor que no cesa, que no para, que quema y destruye todo en cuanto ve. Esa mujer que le ha dado la vida, esa mujer que apenas sale de casa y apenas habla… su madre, esclava de una vida de sufrimiento.
De repente, se seca las lágrimas y se pone rígida como un palo. Sabe que está detrás de ella, escucha su respiración. No, no quiere, está enfadada, muy enfadada, le ha vuelto a pegar. “Prometió que no lo haría, ¡LO JURÓ! Me lo juró aquella noche. Es un mentiroso. Dijo que nunca más gritaría ni nos pegaría a ninguna. Lo dijo, dijo que esta vez era de verdad, y no lo ha cumplido. Es malo.” Y parpadea, lentamente, dejando resbalar sus lágrimas por las mejillas, dejando que el dolor de tantas promesas que no se cumplen corra por su piel. Y él la llama, lentamente, con cariño… y amor, ese cariño y amor que solo sabe darle a ella.
      - Cariño… mírame…
Pero no quiere, ella quiere meterse en su cama y volver a imaginar historias que se la llevan de ese mundo horrible. Ella solo quiere ser feliz.
     - Cariño… ven, no llores.
     - Dijiste que no volverías a hacerlo, eres un mentiroso.
Y entonces se mete en su habitación y cierra la puerta. Se queda en silencio, orgullosa de si misma, esta vez no la convencerá.
Pero de momento lo escucha. Escucha como coloca lentamente sus rodillas en el suelo, dejándose caer, y empieza a sollozar. Oh, no. Ella empalidece y ensombrece su rostro. Mierda. Él llora, llora lentamente y en silencio, y va aumentando el tono. Se insulta a sí mismo, se odia… Dice que quiere matarse, que no sabe hacer feliz a su familia. Y a ella, le empiezan a flaquear las piernas. Y sabe que está volviendo. Su padre. Su querido padre, el hombre de su vida. Ese hombre que se transforma en un monstruo y las trata mal, pero que luego es dulce, y cariñoso, y gracioso. Y la quiere. Sobre todo la quiere con la fuerza de su alma. Ella lo sabe cuándo la mira, cuando la abraza. Su querido padre está arrepentido por habernos hecho daño a todos. Y ella no quiere hacerlo, porque se lo prometió una vez más y ha vuelto a mentirle. Pero lo escucha, y poco a poco ese diminuto trozo que queda de su joven y dañado corazón, se va partiendo en mil pedazos. Empieza a abrir la puerta poco a poco, sale al pasillo, con miedo, con cierto deshonor, rendida a ese hombre que la hace sufrir. Ese hombre de dos caras, ese medio monstruo. Ese que la quiere y la odia.
     - Papá, no llores, ya está.
Y él la mira, y ella lo ve. Ahí está. Desprendiendo amor con sus oscuros ojos, arrepentido y queriendo con locura a la pequeña mujer que tiene delante, queriéndola con su vida.
     - No volverá a pasar cariño… te lo prometo. Te quiero muchísimo.
Pero ella no lo deja terminar cuando lo abraza, y ambos empiezan a llorar. Allí, tirados en el suelo de un hogar lleno de un amor corrompido por eso que a pesar de odiar tanto, es a lo que debe la vida: la droga.
Piensa en su padre, en su extraño padre. En ese hombre que la quiere de una manera casi indescifrable. Y luego… piensa en… él. En el monstruo. Está a punto de quedarse dormida en los brazos de aquel hombre que ya no sabe cómo describir. Y en su mente resuenan sus últimas palabras; “No volverá a pasar”… ¿Será verdad?... Y entonces, derrama su última lágrima antes de profundizar en el sueño, y se va con Morfeo con ese triste y doloroso pensamiento: “no, no va a cambiar nunca, los monstruos, siempre son monstruos”.

lunes, 28 de enero de 2013

Discursos al viento.


Aún recuerdo que de pequeña, constantemente quería ser hombre.
Nunca he entendido porque a las mujeres se nos insulta más si tenemos un físico feo, o raro, o simplemente diferente. De pequeña constantemente quería ser hombre, jugar al fútbol y que me pasaran la pelota, o mejor, que al menos me dejaran jugar. Darle un abrazo a mi mejor amigo sin que dijesen que me gustaba, o que quería estar con él. O simplemente ponerme una sudadera y unos botines sin miedo a la opinión de la gente. De pequeña, supongo, que no quieres sufrir. Buscas el camino fácil, la respuesta corta, la solución instantánea. Y yo quería ser un hombre.
Cuyo fui creciendo, empecé a sentirme atraída por chicos, salía con mis amigas y era más consciente de lo que era el mundo, y de lo que oculto en una falsa igualdad, seguía siendo una guerra de sexos donde hombres eran superiores a mujeres, en muchos aspectos, dentro de muchas cabezas, cabezas brillantes incluso que se quedaron estancadas en una ideología donde aún sigue prevaleciendo la que yo llamo la ley prohibida: sustituir diferencia, por superioridad. En ese momento una sensación invadió mi cuerpo y lo agitó como un cóctel que se mueve rápido, para servir bien mezclado. Exacto, era un cóctel de orgullo, dignidad, rabia, libertad y ganas. Todo eso empezó a nacer en mí, como una pequeña semilla que años de una conciencia social oculta, habían plantado con esfuerzo y esmero, y ahora que mi mente iba adquiriendo capacidades, para pensar con lógica y racionalidad, daba sus frutos. Nacía dentro de mí, y explotaba como la bomba de Hiroshima expandiéndose por toda mi alma, o como quieran llamar a esa parte espiritual de nosotros. Una nueva sensación: era una mujer, y eso era lo más maravilloso del mundo.
Hoy, aún soy una niña, una niña que está en proceso de ser una mujer, y tener la responsabilidad que ello conlleva. Ese sentimiento vive dentro de mí, ocupando cada espacio de mi ser, saliendo a la luz con fuerza e imponiéndose cuando aún, en pleno siglo 21, en la era de los avances y la tecnología, aún hay mentes degradadas por los perjuicios, que hablan de algo así como, una especie de inferioridad. Dios, inferioridad… como si supiesen lo que significa esa palabra.
Hoy, estoy en la edad, el momento o el estado mental, (y dejo la descripción y elección de términos a manos de vosotros), perfectos para realizar ciertas preguntas. Sé lo suficiente para hacer ciertas preguntas, e incluso para dar ciertas respuestas, pero por suerte, aún no se lo suficiente como para establecer normas, bases o hechos ineludibles, asentados, fijos e innegociables. Aunque a decir verdad nunca sabremos lo suficiente como para hacer nada de eso. Así que, aprovechando los momentos justos, y teniendo en cuenta de que yo siempre he sido lo suficientemente despistada como para dejar pasar los momentos justos, me pregunto:
¿Qué significa para el mundo “Ser una mujer”?
Ser mujer es mucho más. Es más que tener otro tipo de anatomía, que tener dolores de ovarios y pasiones por la moda. Ser mujer es levantarse cada día de tu vida sabiendo que siempre habrá alguien que querrá pagarte menos por realizar el mismo trabajo que un hombre. Ser mujer es luchar y enfrentarse a cada persona que te valora por tu escote y no por tus conocimientos, que te exige la falda corta, la camiseta pegada y la boca cerrada. Ser mujer es convivir sabiendo que no puedes ser amable con un chico porque te llamarán puta, o no poder vestir como quieras porque te llamarán fresca, o no poder salir de discoteca continuamente porque te llamarán golfa. Ser mujer implica valor para afrontar lo que yo, casi cómicamente, llamo “sustituciones lingüísticas”. A un hombre lo llamaran eficaz, a ti provocativa. A un hombre lo llamarán campeón, a ti promiscua. Un hombre saldrá a divertirse y aprovechar el tiempo, tu solo querrás fiesta y serás una irresponsable. Un hombre que vista ceñido, es estiloso, tú serás una guarra. Si él tiene sexo será necesidad, lo tuyo, siempre será vicio.
Ser mujer implica una lucha desconsiderada, por lo que probablemente sea el resto de nuestra vida, para acabar con ideas que una sociedad sexista y machista creó, estableció e infundió en su día, y que hoy, aún siguen estando presentes en muchos sitios.
Pero, no es momento de criticar ni achacar al pasado, ni tampoco de agachar la cabeza y entristecer el rostro, porque nunca se han ganado las batallas sentándose a llorar. Este mundo no se mueve por la compasión, ni por la pena.
Todos somos machistas y feministas, en alguna parte, en algún lugar, en algún momento y con alguna persona. Pero... ¿Hemos avanzado? Por supuesto. Hemos conseguido rebasar metas, conseguir logros, escalar a los picos altos y superar expectativas. Y lo hemos hecho mirando alrededor. Viendo como madres solteras han trabajado, luchado y se han dejado la vida para sacar adelante sus familias. Como amas de casa se han llevado horas y horas sin ver a sus hijos solo para poder ponerles un plato caliente encima de la mesa. Como incluso muchas se han prostituido. Pero… los grandes ejemplos son nuestras madres y abuelas, que tuvieron que sacarnos adelante a pesar de que siempre les han estado repitiendo que eran más débiles, que no servían, que no podían. Y esas mujeres que se han enfrentado al maltrato psicológico y físico de un hombre que la utilizaba y despreciaba porque creía que era superior. Las mujeres hemos sido siempre lo raro, lo secundario, lo débil. En la religión católica el caos del mundo lo trae Eva, los mitos griegos hablan de la caja de Pandora. En algunas culturas tenemos que andar un paso por detrás de los hombres, o aceptar compartir a nuestro marido con otras mujeres. Y no nos dejen votar aún en algunos sitios, ni siquiera en otros lugares nos dejan trabajar.
Hemos avanzado, pero queda un largo camino donde aún nos quedan tramos angustiosos que superar. Pero, ¿acaso importa? Sí, no podemos cambiar el ayer. Pero hay que hacer algo hoy, para que mañana sea diferente. Hablamos de sexos, mi pregunta es; ¿acaso ser diferente implica ser mejor, o peor?
¿Qué somos las mujeres?
Las mujeres somos seres que salvamos vidas como médicas, que detenemos a culpables como policías y los juzgamos como juez, y lo defendemos como abogadas, y lo informamos como periodistas, y lo redactamos como escritoras. Las mujeres somos informáticas, ingenieras, pilotos, deportistas, maestras. Somos la chica de recepción que te trae el café y te pone la sonrisa más amable del mundo, aunque al llegar a casa su marido le abofetee la cara porque no sabe valorarla. Y esa limpiadora que aguanta que le pises el suelo fregado y ni siquiera te disculpes porque tus ideas se basan en que es inferior a ti. Y esa chica, que va con su minifalda y sus tacones altos, en una carretera perdida a vender su cuerpo, y tú insultas, y ella se calla, porque no te echa cuenta, está pensando en su hijo, y en cuantas veces más se tendrá que prestar a los hombres para conseguir dinero para curar la enfermedad de su pequeño. Las mujeres somos luchadoras natas, que llevan vidas, que las traen, que las cuidan, que las enseñan a vivir. Y no hay que distinguir entre un tipo de mujer, ni otro. Hay tipos de personas, y otros. Porque decidme, ¿acaso ser diferentes unos de los otros no es lo que hace que la vida merezca la pena?
¿Qué es ser una mujer? Ser una mujer no es ser superior a los hombres, ni inferior a ellos. Ser una mujer no es poder hacer cosas que los hombres no pueden, ni viceversa. Ser una mujer no implica ser mejor, o peor. Ser una mujer, implica ser. Ser en todos sus tiempos verbales, de todas sus formas. Ser una persona, un ser vivo. Ser como un hombre, como una planta, como un pez. Yo no hablaría de los derechos de las mujeres cuando hablo de igualdad. Hablaría de los derechos de la humanidad. Una mujer es humanidad, y hay un derecho que se debe cumplir sin excepción para todos los humanos, independientemente de su sexo: SER LIBRE.
Porque somos humanas, porque somos iguales en la diferencia, porque hemos conseguido mucho, y aún conseguiremos más. Porque merecemos lo mismo.
Porque, al igual que los hombres, somos necesarias. Pero sobre todo, porque somos mujeres, y ser mujer, ya es bastante motivo como para enorgullecerte cada mañana al despertar.