viernes, 26 de octubre de 2012

Propiedad de la piel.


Llueve. ¿Qué hay detrás de las gotas? No lo sé. Solo sé que las nubes envían agua de tal manera que parece que ya nunca tendrán la oportunidad de hacerlo. Y desde esta ventana, solo se ve el gris cubriendo a la ciudad. Cada árbol, cada casa, cada azotea, cada prenda que cuelga de los tendederos. Todo queda inundado por un día algo oscuro, algo diferente. Días de inicio les llamo yo. Empieza el invierno. Las gotas caen cada vez con más fuerza, como mosqueadas, pasan por mis ojos efímeras, como un rayo que en menos de un segundo, llega, destruye, y se va. Eso es, cada gota es un rayo que destruye un pensamiento, y que por consecuente construye mil más. Pero no importa, antes de darte cuenta en que gota has decidido cambiar tu vida, esta ya está mojando el suelo, o algún tejado, o el poyete de alguna ventana... o quizás algún mechón de pelo, o algún rostro. ¿Quién lo sabe? Esa gota te ha convertido en otra persona, y no has tenido tiempo de decirle nada, porque ya se ha ido. Entonces te sumerges en todo ese agua que hoy refresca el ambiente, la ciudad, las ideas, las almas... te inundas en un pensamiento tras otro. ¿Quién es él? Me pregunto. ¿Un hombre, un niño? Realmente, nunca lo he sabido. Es un extraño que no conozco, pero que a la vez miro y siento conocer desde siempre. ¿Quién es? ¿Un buen amante, un buen amigo, un buen padre? Lo único que no se le ha dado bien hasta el momento, es ser un buen pensamiento. La verdad que no es un buen pensamiento, acaba conmigo a cada instante. Veréis, él es amor odio. Es una guerra constante, es una droga, un vicio. Es algo malo, tan malo que se transforma en lo mejor que te ha sucedido en la vida. Y entre tanta lluvia, me pregunto ¿es mío?. Es libre, lo sé, pero.. ¿es mío? Yo también soy libre, y sé con certeza que soy suya, y… ¿él? No sé con exactitud que idea tengo sobre esa respuesta que, probablemente no va a llegar, me atrevería a decir que nunca, o... en demasiado tiempo. Y sonrío. Es mío, aunque sea en un solo momento. ¿Sabéis de que momento os hablo? Exacto. ¿Cómo decir esto, sin que suene mal? Bah, no importa. Adoro que me haga el amor. Me siento suya, lo siento mío. Es como cuando lo tengo a tan solo 5 centímetros de mí, lo necesito más cerca, mucho mas. Necesito sentirlo dentro, crear esa barrera que deja amurallado un lugar, un instante, un gemido, un nosotros. Sin nadie que pueda intervenir, ni en nuestra mente, ni en nuestra vida. Somos él y yo, unidos por un amor que nos mata y nos da la vida, unidos por un deseo, por las ansias, por la más bella locura que esta cosa necia y absurda llamada mundo, ha podido ver. ¿Quién es él? Un ladrón. Un ladrón que roba cada pensamiento, cada deseo, cada mordedura de labios, cada mirada. Un ladrón que se adueña de un corazón sediento que solo y únicamente, bebe de su boca. ¿Quién es él? Un asesino. Un asesino que mata la inocencia de una niña decente para convertirla en la bestia más ansiosa que se haya visto. Una bestia que quiere arañarle la espalda, morderle los labios, decidle al oído “no pares, sigue” hasta que se quede sin voz. ¿Quién es él? Un maltratador. Un maltratador que marca mi cuello con su saliva, mis pechos con sus manos. Un maltratador que deja el rastro de su pecho en mi barriga. Un maltratador que golpea, una y otra vez, cada vez más fuerte. Que te tira del pelo mientras sientes esa agresividad en tu vientre. Y te gusta. Entonces te muerde la oreja, y gime, y grita muy bajo en tu oído. Y te besa, pero no de estos besos dulces y cariñosos. Te besa como si fuera la última vez que va a tener tus labios cerca, como si no hubiera mañana. Marcando terreno, haciéndote ver que en tu vida nadie te besará igual que él, y lo sabe, y yo también lo sé. Entonces grito, grito de placer, y clavo mis dedos en su espalda, y en su pelo. Y dejo que mi lengua se pierda por sus brazos, por su cuello, por su boca. Levanto las piernas, y bailamos la coreografía más bonita del mundo, la de dos cuerpos que necesitan necesitarse. Y ambos gemimos, a la nada, al todo. Gemimos dejando que ese pequeño hilo de voz se tatúe en las paredes de esa habitación, que se grabe en el calendario, que no se pueda borrar. Y entonces, llega, más rápido, más fuerte, más intenso, más alto. Con sonido a " me voy". Y nos miramos. El suspiro final. Entonces nuestros cuerpos se relajan, como cuando escuchas música clásica, como cuando te acarician la espalda o te tocan el pelo. Cae encima de mí, y apoya la cabeza en mi hombro. Respira, y yo le seco el sudor de la frente. Y me da un beso. Ligero, suave, casi imperceptible. Se pone a mi lado en la cama. Mientras tanto yo, exhausta aún, busco sus brazos, mi refugio, mi escondite, mi fuerte. Y le doy un beso, fugaz, pasajero, entonces nos miramos ‘Te quiero’, y me sonríe. Y aunque no lo diga, yo sé que él también. Y ahí estamos, nuestra esencia, nuestro nombre, un ‘nosotros’ que se queda marcado en esas sábanas. Un nosotros sin nadie más, sin nada más. ¿Quién es él? Sonrío. Mi droga.
  - ‘Rinnnnnnnnnnng’ la campana. Joder, al carajo la clase de inglés.
-              -  ¿Te has enterado de todo?
-              - Sí, profesora.
Recoges las cosas. Entonces  miras por última vez a la ventana. Llueve. Hay niebla, casi no se ve nada. Y sales por la puerta. ¿Qué quieres? Agacho mis ojos, mientras sonrío con malicia, con ganas, decidida. Que sea mío.
-              - ¿Estás?
-              - Sí, ¿pasa algo?.
-              - Quiero hacerte el amor.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Notas de recuerdos, melodía del pasado.


Querido amor:
Hoy, hace dos años desde la última vez que te vi. He escuchado que te va bien, estás enamorado y según dicen, se te ve feliz. Dicen que ahora sonríes con cualquier cosa, que tienes ilusión por ver el sol cada día, que llevas el pelo más corto y la cabeza más alta. Que te brillan los ojos y tu sonrisa deslumbra. Dicen que eres el que creías que no volverías a ser. Y yo, a pesar de que sé lo bien que sabes mentir, lo buen actor que eres, sonrío como una niña pequeña al pensar que esa felicidad, puede ser completamente verdad. Hoy hace dos años que mi cuerpo echa de menos tu calor, mi piel pregunta por tus manos ¿sabes? Y yo ya no sé que contestarle. Mis manos solo saben echar de menos a tu pelo, y mi mirada te busca ansiosa en los ojos del primer hombre que pasa. Mis lágrimas, las pocas que me quedan ya, solo saben salir a buscarte, a mezclarse con el aire, con la lluvia, solo quieren mojarte, solo quieren recordarte lo que un día fuimos. Y mi boca… ¡dios mío mi boca! No sabes a cuantos labios ha besado, y a pesar de ello, no es feliz sin tu aliento. Ya apenas esboza una sonrisa. Sonreír... creo que he olvidado como se hace. Dos años ya. Y sigo amándote tanto, incluso más que el primer día. Llevo encerrada en mi misma, todo este tiempo. Solo se mirar nuestras fotos, las cartas que me escribías mientras dormía y luego me dejabas a mi lado, sobre la almohada. Huelo todas las noches cada una de tus camisetas, sigo haciendo lasaña todos los sábados y veo el fútbol con la camiseta de la selección de Argentina, esa que tanto te gustaba como me quedaba. Sigo bebiendo Coca-Cola a morro de la botella, decías que adorabas eso de mí. Cuando me voy a clase, cada mañana, le doy un beso a tu foto, y cuando llego a casa lo primero que hago es encender el ordenador. No he dejado de ir al cine una vez al mes, claro que siempre eligiendo una de acción, como a ti te gustaba. Nuestra canción suena a todas horas, creo que mi reproductor empieza a quejarse, lleva 730 días  reproduciendo la misma melodía, la misma voz, una y otra vez. He estado dos años, esperando. No sé aún muy bien el qué, ni por qué. Tal vez esperando que volvieses junto a mí.
Todavía recuerdo lo felices que éramos cuando estábamos juntos. Siempre sonreíamos, siempre. Estábamos juntos para todo, nos abrazábamos y se deshacía el mundo bajo mis pies, cada día que pasaba, estaba más y más enamorada de ti. Recuerdo lo que te gustaba que me escondiese cuando llegaba antes que tú y te tapaba los ojos diciéndote “¿quién soy?” y tú, en mitad de la calle gritabas “OH DIOS. Mi princesa, dime que eres tú princesa”. Recuerdo que te volvía loco cuando te insultaba, te miraba y me iba corriendo por toda la casa, me escondía mientras tu me buscabas, y cuando me encontrabas me tirabas en el suelo para hacerme cosquillas. Y no parabas, no parabas hasta que veías que se me saltaban las lágrimas, luego te quedabas mirándome, me decías “te amo” y yo te miraba enfadada y te decía “imbécil”. Y luego, como si de dos relojes perfectamente sincronizados se tratara, sonreíamos y nos besábamos, apasionadamente, como si fuera la última vez que lo hiciésemos. Hasta nuestras peleas te gustaban, yo me ponía histérica, te gritaba. Tú apenas me echabas cuenta, me ignorabas, solo para hacerme más de rabiar. Y cuando me cansaba, me iba llorando a la calle, al portal. Me sentaba, me ponía los cascos y escuchaba nuestra canción. Entonces, mis lágrimas se secaban, mi corazón dejaba de latir como si estuviese en una carrera, y antes de que los 4 minutos de nuestra canción diesen por finalizado, ya te tenía detrás de mí, abrazándome, secándome las lágrimas y besándome.
¿Qué nos pasó? Éramos felices, nos amábamos por encima de todo. Y no me dio tiempo a ver lo que nos iba mal, cuando ya miré y llevábamos dos años separados. No tardabas ni 4 minutos en bajar la escalera y buscarme… y ahora, han pasado ya dos años. Dos años en los que cada noche me he ido a la cama preguntándome, ¿qué cojones pasó? Hubiese preferido mil veces un “ya no te amo” hasta un “me he enamorado de otra”. Una explicación que aunque no dejara de causar dolor, al menos hubiese servido para cicatrizar la herida. Pero ahora… ¿ahora qué? Eres feliz. Antes no podías estar dos días seguidos sin verme, cogías el autobús e ibas a donde fuera por verme cinco minutos. Antes, necesitabas escuchar mi voz todas las noches antes de dormirte, necesitabas que te recordarse, lo mucho que te quería. Y ahora… yo sigo esperando, muerta, muerta con el corazón latiendo con cada trozo, y los ojos abiertos… a que vuelvas. Después de dos años sin mi, sigo esperándote. ¿Me habré vuelto loca? Creo que si. Dirás… “¿Por qué después de todo, me escribes ahora?”  Tan sencillo como querer que seas el único que lo sepa. Me voy. ¿Te acuerdas cuando me sentaba en la cama a contarte que quería viajar? Tú te reías, decías que era una niña pequeña, que soñaba demasiado. Pero eso te encantaba. Siempre quería ir a lugares diferentes, conocer mundo, culturas. Solo que cuando yo lo soñaba, en todos esos viajes, venías tú conmigo. Queríamos ir a China primero, ¿recuerdas? Yo siempre te decía que no, que mejor empezar por Europa, pero tú querías ir a lo grande. Querías conocer Irlanda, Moscú, el norte de América. Los lugares fríos, la nieve, el polo norte, no querías morir sin ver la aurora boreal. Recuerdo, que siempre poníamos fotos en internet y parecías un niño pequeño que ve un almacén entero lleno de juguetes. “Iremos allí pequeño, los dos juntos, como siempre” y me besabas, y sonreías. Luego me tocaba elegir a mí. Yo era tan diferente a ti, quería conocer Brasil, Francia, Italia. Quería ir a cuba, lugares cálidos, amor, pasión.  Ahora, nada de eso será igual de emocionante si tú no estás. Pero tengo que intentarlo ¿no? Dos años es demasiado tiempo estando ausente. No sé cuando volveré, ni como, ni siquiera si volveré sola o con alguien. Estos dos años he estado rodeada de hombres de una noche, que me han llenado el cuerpo, pero me han vaciado más el alma. He tocado todo tipo de pieles y he besado todo tipo de labios. Ahora… me he cansado de refugiarme en el primero dispuesto a tocarme. Quiero volverme a enamorar, a sentirme amada, y a sentir que amo. Y aunque sé que no amaré nunca como te amo a ti, sé que encontraré a alguien que me haga feliz. Como a ti te hace feliz ella. Cuídate. Tendrás noticias de mis viajes, quizás te escriba una carta por cada uno de ellos. Sea como sea, prometo volver. Y prometo que para cuando lo haga, iré a buscarte. Te daré un abrazo y te miraré con amor, con cariño, con respeto. Con un agradecimiento eterno, por haber sido tú quien me haya enseñado a amar. Sé feliz. Ahora, solo me queda decirte algo.
Nos vemos pronto, “pequeño”.

jueves, 4 de octubre de 2012

Amor: con seis letras (parte-2)


Y va paseando sus ojos color chocolate por encima del rio. Pasa una bandada de pájaros, una enorme, de unos cien o más, que vuelan al unísono de la melodía del viento, de la sintonía del tiempo, que no saben siquiera que esa chica de ahí abajo, los está miando, admiradora de su libertad. Observa a los peces nadar, debajo del agua, felices e inconscientes, sin saber que hasta siendo ese su hogar, corren peligro. “Cuando yo sea un pez, seré el pez más listo del mar, porque seré un pez con el cerebro de un humano”, y lo peor es que ella está convencida de que así será. Desde pequeñita tenía una atracción especial por el agua, por el mar, recuerda que siempre le decía a papá “quiero ser una sirena, por favor, por favor, papá haz que sea una sirena”. Y ahora, años más tarde, sabe que sigue siendo esa niña tonta que quiere chapotear debajo del agua mientras este mundo de mierda se cae poco a poco, rompiendo los cimientos de lo que un día, se llamó felicidad y bienestar. Debajo del agua no hay complicaciones, ni dolor, ni decepciones, ni mentiras. Ahí debajo siempre se baila al ritmo de la corriente, siempre se juega y se sonríe, aunque, ahora que lo piensa ¿cómo sonreirán los peces? Da igual. Ellos nadan de un sitio para otro sin dar explicaciones, sin miedo de que sus cuerpos sigan y sus corazones se queden atados en otro lugar, en otra persona, en otra mirada que un día fue todo, y hoy ya no es la misma. Y  piensa mientras mira cada piedra de paseo, cada gota que se ha quedado estancada en el cemento del bordillo, cada arbusto donde se esconden las lagartijas y alguna que otra rata. Recuerda que hace tiempo también solía ir a ese lugar, cuando otra persona se fue por la misma puerta, la del olvido. Cuando le dijeron adiós, cuando en esa nota de despedida que nunca jamás le escribieron, volvían a decirle en silencio lo mismo: “prepárate para estar sola”. Y entonces, solo puede agachar la cabeza, esconderla entre las piernas, y romper a llorar, como cuando poco a poco quieres abrir un nudo, pero la impaciencia hace que rompas la bolsa antes, igual. Rompe a llorar, librándose de ese nudo que tiene que romperse en un solo instante, en un momento de desahogo donde la pena y el recuerdo combaten en un corazón echo añicos  como si de un ring de boxeo se tratara. Y a cada golpe, ella sangra sus heridas, en forma de agua que caen por sus ojos, heridas que se abren a cada segundo y no paran de golpear a un alma, que lleva tiempo tirada en el suelo, esperando que el hijo de puta del árbitro, cuente esos diez. Y así está llorando como si esa, fuera la única vez que pudiese hacerlo. Llorar pensando en todo, y a la vez en nada, llorar mientras saborea el amargo gusto, que deja el desamor. Llorar, y sentirse sola, y saber que no puede quejarse, ni reclamar. Eso sin duda es lo peor, que esa chica sabe que en la oficina del amor, jamás hay hojas de reclamaciones, o devoluciones. Ni siquiera atención al cliente, llegas, firmas, te arriesgas, pierdes… y adiós. ¿Y acaso importa que te cueste respirar o que no tengas ganas de seguir? ¿Importa que estés ahí, con el alma en decadencia y el espíritu medio muerto, esperando un abrazo que no va a llegar? “Muchos lo han pasado y no se han muerto”. Esa es la única respuesta válida que le han dado, ¿quieres llorar? Adelante, pero eso no importa, porque mañana tendrás que volver a despertarte, mirar al techo, y aún sin ganas enfrentarte al mundo, sola. Tú sola, haciendo ver a los demás que has olvidado que un día, alguien estaba cogiendo tu mano, por si caías. Haciendo ver que no tienes problemas y que para ti no existe el dolor, cuando él ha escrito parte de la historia de tu vida. Pero ella levanta la vista del suelo, y vuelve a mirar a ese río que sigue su curso, llevándose con la corriente las penas de las miles de personas que abrán ido a su orilla, a pedirle cariño y clemencia. El sol se esconde entre árboles y edificios, y hay 4 colores en el cielo. Cuatro colores... ¿a qué ojos le recuerda a ella esa frase, “cuatro colores”? ¿Está claro, no? Eran sus cuatro colores favoritos: el amarillo del contorno, el verde que venía antes de ese azul inmenso, y por último ese gris que rodeaba la pupila. Sin duda, esos cuatro colores eran sus favoritos, esos ojos eran su preferido, sin dudarlo ¿Y ahora? ¿Se supone que tienen que dejar de serlo, no? Y con otra lágrima golpeando su mejilla, ve que unos patos la miran. Espectadores, inocentes. Grandes desconocidos que intentan entender quien es esa chica, y qué hace con la cara mojada, los ojos rojos y dejándose la vida en esa libreta color naranja. Buscando el brillo que tenía en ellos hace 4 días y buscándolo a él. Y ella se ríe, y piensa “ojalá tengáis suerte y lo encontréis, porque yo cada día que pasa, lo pierdo más”. Entonces uno parpa por última vez “cua, cua” y se van, se van sin mirar atrás. Ella cierra los ojos y recuerda: “Mira al cielo cada noche, y cuenta tres segundos. Pide lo que quieras, con toda tu alma, y entonces, el cielo te lo dará” Y cuando abre los ojos, sonríe. Vuelve a mirar el río, tan cría y tan mujer a la vez, tan confundida y con todo tan claro. Lo vuelve a mirar con el dolor de su corazón, con esa canción triste que canta su silencio, que la castiga a cada segundo, que lleva en cada nota el peso de un recuerdo diferente. Pero hay algo que no la quiere abandonar, esa maldita fe que quizás sea la causante de que esté ahí sentada. Así que sonríe, con fe, esperanza e ilusión, una vez más. Mira fijamente al cielo, levanta su barbilla y clava los ojos entre el morado y el naranja de ahí arriba. Sabe lo que quiere pedir. Sabe que ella puede conseguirlo todo, todo, excepto una cosa, que si depende del cielo. Una niña, tres segundos y un deseo “por favor, quiero ser un pez”.