martes, 13 de junio de 2017

¿Lo correcto?

Hoy, hablando con mi abuela, he estado pensando.
Me ha dicho lo guapa que soy, lo bonita que estoy siempre sonriendo.
Pero que por qué no me pinto un poco más, que por qué siempre ando en botines y me hago tantos tatuajes. Y que por qué digo tantas palabrotas.
Que la gente y que el mundo debería ver lo bonita que soy, que arreglarse un poco más no está mal.
Me ha entrado una risa tonta.
El mundo.
No he sabido explicarle a mi abuela, una persona de 75 años, que el mundo de ahí es una mierda.
Ella quiere que me ponga bonita para un mundo que me juzga por mi peso, por mi talla, por la cantidad de vello que tengo en mi cuerpo, por mi manera de vestir.
Me encantaría explicarle a mi abuela que me encantan mis tatuajes, aunque ella los vea macarras. ¡Qué cojones!, me encantaría decirle a mi abuela que soy una macarra, que pocas veces me apetece ser la señorita con el pelo arreglado, el rímel fijo y las sandalias de última moda colocadas en mis lindos pies, como no, con las uñas pintadas.
Que a mí no me gusta echarme la cerveza en vaso, que no me gusta cruzar modositamente las piernas al sentarme, y que las faldas y los vestidos me parecen lo más incómodo del puto universo.
Me gustaría decirle a mi abuela que no me apetece echarme un novio nuevo que me proteja, porque no quiero que me protejan. Que ando sola a las cuatro de la mañana por la calle porque me apetece, porque no quiero gastarme dinero en un taxi ni esconderme porque alguien crea que tiene derecho a hacerme algo por tener una vagina entre las piernas. Y que no me da la gana decir que no me voy a tomar otra copa porque me voy a poner a bailar como una loca con mi amiga en la discoteca y algún desgraciado se va a tomar el derecho de frotarse contigo, porque estás bailando sensual, porque provocas, porque eres una calientapollas, una guarra. Me gustaría decirle a mi abuela que no quiero tener nada que ver con un mundo donde te dicen que te bajes la falda y que agaches la cabeza, que el escote es muy bajo, que los tacones son muy altos, que la camisa que te pones de la sección masculina te hace parecer “bollera”.
No quiero tener nada que ver con un mundo donde conoces a un chico y te pregunta: ¿con cuántos chicos has estado?. Quince. – Joder.
Joder, ¿qué? ¿Demasiado visitada mi vagina para que introduzcas tu pene que ha pasado por otras vaginas? ¿Demasiado fácil por querer acostarme contigo en la primera cita? ¿Demasiado brusca por decirte: “¿quiero follarte?”
Joder, ¿qué? ¿Demasiado mala chica por hacer todo lo que tenías pensado hacer tú?
No puedo explicarle todo esto a mi abuela, no puedo decirle que es injusto que baje el volumen de la música de mis cascos cuando vuelvo del trabajo y ando sola hasta casa, que tengo que contar las copas que me bebo cuando salgo, y la manera de hablar que tengo. No puedo decirle a mi abuela que el mundo para el que ella quiere que me ponga bonita, me dice que no me ponga una falda porque estoy gorda, que no me acueste con un número indefinido de hombres. Que debería tener más tetas, menos culo. Que soy bonita “de cara”.
Me encanta esa frase, me encantará siempre.
“Es que tienes una cara tan bonita…” “Es que si adelgazaras” “Es que si te arreglases más” Es que me cago en tu puta vida.
Perdón, no recordaba que soy una señorita.
Y que las señoritas no dicen demasiados tacos, no visten como les da la gana, ni rondan los antros que yo rondo, ni fuman marihuana, ni beben vodka hasta acabarse la botella, ni se montan tríos ni hablan de orgasmos.
Porque una señorita tiene que hacer lo correcto; Estar temprano en casa, tener algún hombre (padre/hermano/novio) cerca que la proteja, no desconectar el móvil y no dar mucho su opinión. Porque molesta.
Sonríe, estudia, ten un buen trabajo, un buen novio, y cállate todo lo que puedas.
Y entonces el mundo verá lo bonita que eres, lo bien que te queda la falda, las sandalias, el carmín y las cadenas.
Y aun así, siendo todo eso, puedes volver a las 4 de la tarde del trabajo, a plena luz del día, y encontrarte dos desgraciados que puedan violarte, tocarte o insultarte.
Que siendo una señorita también tienes que aligerar el paso, sacar el móvil, cerrar el bolso y no mirar atrás hasta que dejes de sentir sus pasos.
Y no te frenes. Busca un lugar con gente, pide ayuda. No intentes plantarles cara, no te defiendas, recuerda: tienes las de perder.
Eres una mujer, tienes las de perder.
Y llegas a casa y te preguntas que por qué te pasa eso, si siempre haces lo correcto.
Y como le explico a mi abuela que lo único correcto es el respeto, la tolerancia, la aceptación.  Que el problema es de ellos y no de nosotras.
Que no es la falda ni lo que hay debajo de ella, que es lo que hay dentro de todas esas mentes que se creen con derecho a joderte.
Y te joden.
Y un día y otro, año tras año, generación tras generación.
Como le explico a mi abuela que no me quiero poner bonita para un mundo en el que tenemos la libertad a la distancia de lo que mide un jodido pene.
Como le explico a mi abuela, que lo que más pena me da de esto es como explicarle esto a mi hija.
Como les digo, a las mujeres de mi vida, que no quiero ponerme bonita para un mundo que te ve guapa si eres obediente, sumisa, conformista.
No sé explicárselo.
Por eso la miro, sonrío y le beso la frente.
Y sigo con mis tatuajes, llegando sola a casa, acostándome con los hombres que quiero y vistiendo como quiero.
El mundo no nos quiere bonita, le basta con que no seamos libres.
Y eso es todo lo que yo quiero ser. Aunque el precio, sea la vida.


lunes, 27 de febrero de 2017

Los míos.

Hoy me he dado cuenta de lo afortunada que soy.
He visto en una fotografía
un conjunto de personas que formaron parte de mi vida.
Hace un tiempo, ver esa foto hubiese roto mi corazón en mil.
Me hubiese preguntado por qué yo no estaba en esa mesa,
de qué se reían,
qué chistes contarían o
si se habrían acordado de mí.
Me hubiese dado rabia saber que, esas personas
decidieron el rumbo de nuestra relación en todo momento.
Os aseguro que yo no he expulsado a ninguna de ellas de mi vida
y sin embargo todas prescindieron de mí.
Hace algún tiempo, esto me quemaba por dentro.
Han sido tantas las veces que me he preguntado
en qué fallé y no he obtenido respuesta,
que he olvidado cuántas lágrimas he sido capaz de derramar ante la idea
de que tal vez yo era el problema.
La causa del efecto.
Que no era todo lo buena persona que creía, ni hacía las cosas todo lo bien que pensaba.
Que tal vez, me merecía no estar ahí.
Si soy sincera
echo de menos a varias de esas personas muchas veces.
Con ellas he sido feliz.
Nunca he tenido suerte,
pero hoy, al ver esa foto, no he querido estar en esa mesa.
Me ha alegrado verlos sonreír, aunque ya no tenía intención de saber por qué.
Me he reído pensando en los chistes que me contaban cuando compartíamos momentos juntos,
pero no he sentido deseo de escuchar los nuevos.
He asumido que no se habían acordado de mí.
Y no me ha dolido.
He pensado en cuanto me acuerdo yo de ellos cuando paso tiempo con las personas de mi vida.
Y lo he entendido.
Y sin embargo, mirando la foto más allá,
he reconocido el viejo restaurante al que he ido tantas veces.
He visto en la mesa el vino que he tomado
y me ha entrado un hambre voraz al ver ese revuelto que siempre me pedía.
Y he pensado en toda la gente a la que me gustaría llevar allí,
con la que me gustaría beber ese vino,
tomarnos una foto riendo
y a la que me gustaría contar los chistes nuevos que he aprendido.
Y de todas esas personas, no vi ninguna en la foto.
Y he descubierto que yo nunca fui el problema.
Y he entendido lo que algún tiempo atrás no fui capaz:
que mi vida ya nada tiene que ver con esas personas.
Y me he sentido feliz mirando esa imagen.
Y sobre todo, me he sentido feliz al dejar de mirarla.
Y he sentido una necesidad enorme
de decirle a los míos que les quiero.
De decirles que quizás nunca he tenido suerte
pero que ellos me hacen jodidamente afortunada.
Las personas de esa mesa me han hecho feliz,
y me han ayudado a serlo sin ellas.
Y, por primera vez desde hace algún tiempo
he entendido que hay personas a las que siempre echarás de menos
pero que sin duda, no quieres que vuelvan.
No es orgullo, ni rencor, todo lo contrario:
Les deseas lo mejor, a ellas, y a ti.
Y entiendes, que lo mejor, es seguir cada uno su camino.
Gracias infinitas a todos los que hacéis cada día
que haya podido sonreír después de mirar esa foto.
A vosotros,
a los míos.

jueves, 26 de enero de 2017

Hermanas. #MariposasDePapel

Sin llevar mi sangre
la miro
y en todos sus latidos
escucho mi vida.
Y la suya.
Al unísono.
Me hace gracia como me cuenta todas sus caídas
Aun sabiendo que ya me he aprendido de memoria sus cicatrices.
Ha sido hermana, madre e incluso novia.
Solo ella puede mirarme y adivinarme entera.
Ya nunca puedo ocultarle nada
¿y lo mejor?
ya nunca quiero.
Es la parte más mía que he dejado a alguien.
Me abriga con sus sonrisas
y para el tiempo con una cerveza y un cigarrillo.
Me da paz y guerra
y me enseña cada día algo nuevo.
Sigue su inercia de decirme la verdad
aunque la verdad a veces me haya dolido más que mil mentiras.
Conoce mis puntos débiles.
Ha memorizado todas las piedras con las que seguiré tropezando
y aun así me sacude el polvo cuando vengo herida,
y me dice con una sonrisa “ya te lo dije”
porque ya me lo dijo.
Y me lo sigue diciendo todos los días.
Sin cansarse, sin desistir, sin abandonarme nunca.
Y me quiere,
se lo noto en su manera de mirarme, incluso cuando está enfadada.
Y después de tantos años sigue siendo mi persona favorita.
Soy feliz cuando la tengo cerca
porque es como mirar a través de un cristal
y poder ver todo lo que yo no soy
y aun así, amarlo como si de mí misma se tratase.
La amo.
Pero sobre todo, y ante todo, la admiro.
Hasta cuando hace las cosas mal.
Rebosa fuerza y coraje
y posee una luz que nunca se apaga.
Es más suya que de nadie
y nunca se cansa de seguir.
Hemos bailado juntas la melodía de la vida.
Hemos llorado,
Reído,
Cantado,
Y hemos aprendido a amar y desamar.
Hemos crecido de la mano,
nos hemos equivocado,
y, durante todo eso
nos hemos querido tanto que hemos roto al mundo.
Cuando la miro veo mi historia.
Mi pasado.
Mi presente.
Mi futuro.
No me veo junto a ella;
La veo en mí.
Me veo en ella.
Porque hemos aprendido a ser una
y nada ha podido con eso.
Mi madre me regaló un hermano.
Y la vida cuatro hermanas,

solo que con otro nombre.