domingo, 13 de diciembre de 2015

Gracias a la vida.

Gracias a la vida, que me ha dado tanto.
Gracias a la vida, por darme el amanecer, el alba y el rocío. Por darme el crepúsculo y la luna, y las nubes que esconden al sol en las tardes de verano. Gracias a la vida por darme la tierra, la arena, el mar, los árboles y las montañas donde tantas veces he huido del mundo para encontrarme a mí misma. Gracias a la vida por darme mis manos y hacerme notar el calor en la piel de alguien que me deseaba, el vello erizado de alguien que se sorprendía, la entrepierna de alguien que se consumía en pasión, incluso me hizo notar el frío en un cuerpo sin vida. Gracias a la vida por darme mis ojos, por permitirme mirar los mil colores del cielo, por que me dejó observar durante horas los ojos de alguien a quien amaba, mirar la cara de mi hijo cuando por primera vez él abrió sus ojos, por permitirme ver como él veía. Gracias a la vida porque me dio mis oídos, con ellos he escuchado las más bonitas palabras de amor, con ellos he oído las canciones que han marcado mi vida, y la respiración de alguien que dormía cerca de mi. Con ellos he oído la música de mi vida, la melodía que marca mis años, mis pasos. Con ellos oí mis silencios, y otros silencios que desvelaron los sentimientos más grandes jamás encontrados. Escuché a mi hijo decir “mamá”, y con ellos pude marcar su risa y su llanto como mis dos sonidos favoritos en el mundo. Gracias por darme mi garganta, para decir lo que pienso, para declararme a mil personas que fueron, que pasaron, que son, que están y para todas a las que ya me he declarado pero aún no han llegado. Gracias por mi boca que ha podido saborear unos labios ansiosos, lo dulce, lo amargo, lo ácido… gracias por ella y por todos los besos que ha dado, y que aún le quedan por dar. Gracias por mi nariz y todos los maravillosos y horribles olores que ha percibido; por aquel olor a sexo, por poder oler un cabello húmedo, el tabaco y el café, la colonia de mi padre y la comida de mi madre desde el portal. Gracias a la vida por mis piernas que tan lejos me han llevado, que tantos pasos han dado en busca de algo que yo quería. Gracias a la vida por las personas que estuvieron, que están, y por las que vengan. Por todas; por aquella amiga que me traicionó, por aquel chico que me dañó, por los que no han sabido quererme, por los que me han amado con toda su alma, por los que aún me aman, por aquellos a los que yo no supe querer como me querían ellos a mi, por aquellos a los que dañé, a los que mentí. Gracias a la vida por mis amigas, por sus risas, por sus enfados, por sus corazones cada uno formado de diferentes experiencias pero todos grandes y puros. Gracias por ponerlas en mi camino y por darme la fuerza necesaria que la amistad implica para conservarlas. Gracias por mis amigos, por esos maravillosos hombres y sus ganas de hacerme reír a menudo, por sus bromas pesadas y por todos esos abrazos que me dan. Gracias por mi familia, porque son los cimientos más importantes que componen mi vida, por nuestra unión y nuestro amor unos a los otros que sobrepasa todas las tensiones y los malos ratos. Por dejar que la disfrute y me enorgullezca de ella, de principio a fin, hagan lo que hagan y sean como sean porque ante todo, son mi vida. Gracias por mi padre. Gracias por dejar que él fuese mi gran amor, por enamorarme de él y de esa manera tan increíble suya de ser. Gracias por dejarme maravilloso momentos en la mente, y gracias por lo malo que conllevaba amarlo. Incluso creo que gracias por quitármelo, porque quizás, si ese dolor profundo no hubiese invadido mi alma, todo lo que he escrito anteriormente no sería nada. Gracias por todos los hombres a los que he amado, ya haya sido un segundo, un minuto o los ame toda la eternidad. Por los que me cuidaron, amaron, mimaron… por los que me dañaron y se arrepintieron, por los que me dañaron y se marcharon, y por todos los que quedan por venir. Y gracias por mi hijo… gracias a la vida por mi hijo. Por su sonrisa de por las mañanas, por su llanto cuando algo no es como él desea, por mis impaciencias y mis frustraciones por pensar que no lo hago bien. Gracias por sus manos que me acarician, por su boca que me nombra a todas horas, que me besa… gracias por su mirada, que me salva, que me libera, que me hace siempre ser mejor. Gracias a la vida que un día me hizo valiente y me premió con su amor infinito, con su ilusión, con su esperanza y su fe en mí, con su inocencia y sus maravillosas ganas de vivir. Gracias a la vida por hacerme testaruda, cabezona, con carácter, fuerte e implacable, borde y respondona, imprevisible y desquiciante, pero sobre todo gracias por darme mi manera de pensar, por hacerme risueña y payasa, por hacerme impulsiva, loca, bondadosa. Por no saber lo que es la vanidad, por no hacerme frágil ni dependiente, por no hacerme sumisa. Gracias a la vida por hacerme libre. Gracias a la vida, por darme vida y ganas de vivir. Por darme el dolor y el sufrimiento y la felicidad y el amor. Por cuando me rompió el alma en mil pedazos y cuando unió todas sus partes con una nueva ilusión. Por los quebrantos y pro cuando me resquebrajó, y por la dicha de saber que todo en la vida pasa y que siempre, detrás de cada caída volvería a ser feliz. Gracias a la vida, por lo malo y lo bueno, por lo blanco y lo negro, por hacerme ser quien soy, hacer lo que hago, sentir como siento. Por tener mucho y no poseer nada. Por los míos y por lo mío, y por mí.

Gracias a la vida, que me ha dado tanto.

https://www.youtube.com/watch?v=vp-7fIwLdng

lunes, 16 de noviembre de 2015

Exprésate

¿Estaba en mí?


Quizás sí. Quizás estaba en mí el no habérmelas dado de mujer segura cuando te dije que yo sabía controlar la situación. Quizás estaba en mí pensar que el dolor que otro amor había dejado en mi corazón sería suficiente como para saber que ahora mismo no era lugar ni momento de volver a sentir nada por nadie. Y me declaro culpable por meterme en la boca del lobo, por jugar con fuego creyéndome malabarista. Me declaro culpable por haber sido tan tonta de no haberte echado cuenta, de no haberte hecho caso, de haber pensado que yo, por el simple hecho de ser yo iba a ser diferente. Y estaba en mí saber que no podía volverme loca tu forma de besarme, que no podía quererte más allá de un rato, que no debía echarte de menos. Estaba en mí saber que no podía mirarte cuando no te das cuenta, que no debía tener ganas de parar el tiempo cuando tú estás cerca y que por nada del mundo tengo el derecho a que me requeme por dentro la idea de que yo sea para ti algo diferente que tú para mí. Aun conociéndome he decidido meterme en un callejón sin salida que creía que podía pasar de largo. Que imbécil, pero pensé que tu mirada no bastaría. Y basta, y tanto que basta. Y tu forma de sonreír, y tu manera de hablar. Basta y sobra… Creí que tú solo en tan poco tiempo no serías suficiente; y una mierda. Creí mal, y me toca asumir la responsabilidad e incluso las consecuencias. No me gusta ser cobarde pero curiosamente, no tengo el valor de decirte: lo siento, me he equivocado. Así que te lo escribo: lo siento, me he equivocado. He sentido, no todo lo que tú crees, pero mucho más de lo que yo pensaba sentir. Así que perdóname, por no ser tan sencilla, por querer más de lo que debo, y por no tener el coraje de decírtelo mirándote a los ojos. Pero mejor así, mejor quitarle importancia porque realmente no la tiene, porque realmente esto es algo tan mío que mejor que no robe tu atención ni un segundo. Y perdón por ser así, por solo saber expresarme ante mis letras, por no saber que decirte, o mejor dicho, por no saber cómo decírtelo. Por tener miedo a que te vayas, aunque creo saber que no te vas a ir, y eso me deja tranquila. Perdón y al mismo tiempo gracias. Ah, y que te quiero, que no es un te amo, pero es un te quiero. Te quiero mucho, y a pesar de todo, me gusta quererte.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Nunca será siempre

Hola. Si, lo sé, sé que llevas esperando esto bastante tiempo, pero lo siento, no era tu necesidad por primera vez lo que me importaba, era la mía. Ahora supongo que sí, que ya es hora, que yo quiero, que lo necesito. No me importas tú ni quien esté detrás de ti ni yo ni quien esté detrás de mí. Ahora es cuando mi alma quiere, me lo pide. Lo cierto es que voy a hablar, una vez más, de pasado, porque es lo único que queda que todavía lleva un “nosotros” puesto, y voy a cerrar tu libro. Mi corazón lleva queriéndolo cerrar estos cuatro meses, se ha amoldado a la perfección a esta maravillosa libertad que me has dejado, pero mi absurda cabeza todavía quería hacer las cosas bien, a ratos mal, a ratos regular. Ahora, por fin, ha conseguido entender, que no hay nada que hacer; ni bien, ni mal, ni regular. Absolutamente nada. He aprendido mucho en este tiempo junto a ti; meses, años, el tiempo que haya sido, a ratos se me ha hecho corto y a ratos me ha parecido toda una vida; dios, que pesadez y que cosa tan maravillosa al mismo tiempo, depende de si miro mi amor, o el tuyo. Lo cierto es que me enamoré de ti y elegí luchar por tenerte en mi vida, decisión que ahora me hace gracia, es irónico: ahora lucharía todo lo que pudiese porque no volvieses a entrar en ella. Gracias a que todavía tienes algo de coherencia (algo, tampoco voy a ponerte medallas inmerecidas) tú también sientes que cuanto más lejos, mejor. Y qué curioso que por fin estamos de acuerdo en algo. En ese tiempo en el que luché por ti no sé con qué expectativa, quizás con la de que me amaras como yo a ti (que ilusa) me dejé el alma en intentar hacerte feliz; oh sí, no me lo repitas más, no lo conseguí como esperabas. La verdad me da igual, lo cierto es que eras todo en cuanto quería, absolutamente todo. Las personas a las que más amo en el mundo estaban en un segundo lugar desde que tú llegaste a mi vida, te amé de una forma casi inconcebible, hubiese saltado al abismo si me lo hubieses pedido con tus preciosos ojos azules y tu sonrisa de niño bueno. Y de hecho, salté sin darme cuenta. Me ha costado ver que mi peor abismo has sido tú cielo. Durante lo que duró nuestra “relación” (y lo pongo entre comillas porque a día de hoy no sé si llamarlo así, teniendo en cuenta de que pasamos de ser tres, a volver a ser tres) he vivido contigo momentos de todo tipo. Los buenos me dejan un buen sabor de boca, me he reído muchísimo porque oye, habrá que decirte lo bueno: supiste hacerme reír. Los malos, son los que más me han hecho aprender, y a día de hoy lo siguen haciendo. Todos los días recuerdo alguno de estos momentos casi lamentables, me río y me digo a mi misma: gilipollas. En una relación hay que buscar culpables cuando se rompe, bien pues resumo en que es culpa mía, oh si cariño, te absuelvo. Has cumplido tu pena. Me culpo de todo: de enamorarme de un ser frío e insensible, de sentir que no iba a ninguna parte y volver a crear un ápice de esperanza en “lo nuestro”, que resultó ser mío y de mi cabeza. De confiar en ti, de creer que algún día te quitarías la muralla y te abrirías a mí. Por tanto señoría, soy culpable. Pero de mi delito hacia mí misma como mujer, he sacado muchas cosas buenas. La obvia ni la pienso nombrar porque esto es lo único que no va a ser de tres, lo único y último (gracias a dios) que queda de “nosotros”. Si lo sé, suena fatal. Ya queda poco, un par de párrafos. Obviando lo mejor que me has dado como ser humano, me quedo con el aprendizaje. La última vez que supe de ti hacia mí, me quedé con dos frases: ésta me hizo reír enormemente: no te guardo rencor. Jaajajajajaja, grandiosa. Gracias por no guardarme rencor por amarte, por aguantar tu irresponsabilidad, tus pocas ganas de ser feliz y hacer feliz a los demás, gracias por no guardarme rencor por la crueldad (nótese la ironía) de mis detalles, de mis preocupaciones, por haberte apoyado en tus absurdos planes de futuro, por haber movido cielo y tierra porque no te faltase de nada. Me siento afortunada de que no me guardes rencor por haberme enamorado ciega y tontamente de alguien como tú. Es todo un acto de bondad por tu parte, en fin... La segunda frase que más me ha gustado es la de: “quiero volver a enamorarme”. Esta frase ha provocado muchas sensaciones en mí: al principio me disgustó; sea de quien sea, no mereces que te quieran. Después y egoístamente me gustó: ojalá te enamores de verdad y desaparezcas de mi vida para siempre. Después sentí curiosidad, después casi me dio risa al pensar todas las veces que te has intentado enamorar en este tiempo, hasta que llegué a la conclusión de que todas esas reacciones eran culpa tuya por no haber escrito correctamente la frase. Ahí pone “volver a enamorarme”. “Volver”. Tú no tienes ni puta idea de lo que es amar a alguien. Al menos no de verdad. No digo que no hayas “amado” a tu forma, pero si esa es tu forma de amar, espero que ella la disfrute y le sirva, pero que le sirva de verdad, no como yo creí que me servía a mí. Tú no sabes lo que es amar a alguien con todo, sin intentar cambiar a esa persona, sin manipular su mente. Cuando amas a alguien no estás siempre en un duelo, en un reto. Amar no es una competición de quien acierta más veces, de quién dice más palabras bonitas. Amar no es cansarte de alguien y echarla de tu vida, y a los días decirle: vuelve. Amar es hacer sentir al otro seguro, que no tenga miedo de hablar contigo, ser el hogar de esa persona.  Amar es todo aquello que tú no has hecho, o simplemente has hecho a ratos, cuando no tenías nada mejor que hacer. Yo no sé si voy a enamorarme pronto, no lo tengo previsto cierto es, pero ¿Quién sabe? Aunque sí que sé algo: se lo que no voy a estar dispuesta a soportar. No voy a querer un amor intermitente, pausado y tóxico, que me haga levantarme con miedo a qué pasará, que me condicione mi forma de ser o de expresarme, que me juzgue de ser “como las demás”. No quiero a alguien que me controle el dinero que gasto, que un día me pregunte cada paso que he dado y al día siguiente cuando tiene algo mejor que hacer, se olvide de que existo. No quiero a alguien que me quiera a ratos, y eso te lo debo a ti. Cuando yo me enamore, me enamoraré de alguien que me cuide de verdad, alguien que no me cargue sus problemas en la espalda y que afronte el amor. Alguien valiente que no tenga miedo a sufrir, que confíe aun sabiendo que existe el riesgo a pasarlo mal. Porque esa es la única forma válida de amar: sin miedo. Cuando yo me enamore, y no sé cuándo será, prometo no volver a enamorarme de un cobarde.

Así que enhorabuena, ahora si es un adiós. Un maravilloso y dulce adiós definitivo. Gracias por irte, por enseñarme todo lo que no me merezco, y por lo bueno, pues gracias también, aunque ya te lo he pagado supongo, por eso lo omito. No te deseo nada bueno ni nada malo, vive tu vida como creas y en base a eso tienes las consecuencias que tienes. No me importan cuales sean. Feliz mes de Noviembre, y feliz vida, una muy feliz y lejana vida.

viernes, 23 de octubre de 2015

Súdame.

Te tengo ganas.
 Normalmente te tengo ganas todo el rato, pero hoy especialmente te tengo más ganas. Ganas de follarte. ¿Para qué nos vamos a andar con tontería? Los besos, las caricias, las miradas, todo eso está genial y a menudo también te tengo ganas así, pero hoy no tengo ganas de cariño, ni de suavidad, ni de delicadeza.
 Hoy tengo ganas de follarte y de que me folles como si se te fuese la vida en ello.
Tengo ganas de que tu pene se pierda en mi boca, me atragante casi, saborear cada milímetro de él, una y otra, y otra, y otra vez. Dejándote con las ganas de acabar en mi boca, mientras me tiras del pelo, fuerte, hasta hacerme daño, mientras gimo. Tengo ganas de que me muerdas la boca, hasta casi hacerme sangre mientras hinco mis dedos en tu espalda, mientras tiro de tu pelo y te susurro al oído casi sin aliento: fóllame. Fóllame de arriba abajo, quiero que me bebas, que tu lengua se pierda en mi clítoris una y otra vez, loca, desatada, irrefrenable, sin dejarme reaccionar, mientras me agarras los muslos con fuerza. Quiero que me pongas a cuatro patas y me azotes, que me escueza, y que entres en mí. Sin miedo. Que entres en mí primero poco a poco abriendo lentamente las paredes de mi culo, ese que azotas con brutalidad. Pero después fuerte, sin parar, hasta sentirte en mi garganta, hasta que me falte la voz para decirte: sigue, ni se te ocurra parar. Te quiero allí, poseyéndome como si no hubiese un mañana mientras tus dedos entran en mi vagina y se mueven fuertemente haciéndome gemir. Te quiero dentro de mí, por todos los lados posibles, quiero que cada poro de mi piel sude tu nombre. Quiero que mañana cuando me mueva recuerda que has estado aquí, follándome sin más, sin menos. Follándome cómo has podido, como has sabido, como has querido. Señalándome la piel. Con ganas, con fuerza, de todas las posturas posibles. Quiero que me folles y que comas de mis pechos como si expulsaran agua y tu estuvieses en mitad de un desierto, que acaben rojos e irritados de tanto que tu lengua ha querido aprovecharlos. Quiero tu saliva en todas las partes de mi cuerpo, en todas. Quiero mi cuello casi morado, mi culo rojo y dolorido, y que mañana al sentarme sonría lentamente: que bien me follas. Que bien me llevas al éxtasis, que bien sabes donde, cuándo y como.
Te tengo ganas, unas horribles y casi enfermizas ganas de desnudarte a menudo, de imaginarte encima de mí, o debajo, o detrás… y quizás y solo quizás no sea esto lo que se espera de una “señorita”, de una “dama”, de una “buena chica”. Pero me la suda, no soy ninguna de esas cosas. Soy solo una mujer terriblemente caliente, esperando que te la folles a tu propio antojo.
Nada más.
Nada menos.
Así que no me pidas que te pida lo que quiera, porque casi seguro que te pediré lo mismo una y otra y otra vez, sin cansarme: Súdame.

martes, 29 de septiembre de 2015

Música.

Tic, tac, tic tac.
La ciudad duerme. Sus pasos se escuchan desde el baño, el grifo se ha cerrado. Estoy nerviosa, no sé explicar esta sensación. Hay una pequeña electricidad que recorre mi cuerpo de arriba abajo, de lado a lado. Es casi caótico… no sé qué hago allí, pero no quiero irme.
Lo veo salir del baño, me sonríe y me guiña un ojo, tiene la toalla reliada en la cadera, dejando ver su torso desnudo con algunas gotas de agua perdiéndose en él. “Y quien fuese agua” piensa esa loca que está dentro de mi mente. Basta. Agacho la mirada avergonzada de mis propios pensamientos y él, como el que está dentro de mi cabeza, suelta una pequeña carcajada y me mira. No dejo de mover mi pierna, sin parar, como marcando un compás, como la base de una canción. Estoy en el sofá, con las manos alrededor de mis piernas, protegiéndome a mí misma no sé de qué, pero seguro de algo que quiero que me golpee con todas sus fuerzas. Pone la película y se sienta a mi lado. Está desnudo, solo tapado por una toalla, huele a jabón y tiene el pelo húmedo. Se me eriza la piel a sentir su humedad, me roza sin querer y me paralizo. Mis pensamientos están nublados, no sé dónde estoy ni qué película estoy viendo, solo puedo pensar en él y en lo que hay debajo de esa toalla. Noto el color en mis mejillas, pero no me importa, dejo de rodearme las piernas e intento relajarme, apoyo la cabeza en el sofá y me centro en la película. Will Smith y Charlize Theron, Hancock.
Durante 3 minutos consigo centrarme en la película, pero no sirve de mucho, de momento se levanta y trae un bol de palomitas, huelen de maravilla.

-          - ¿Quieres?

-          - Claro.

Cojo un puñado y me las meto en la boca, están saladas. Se coloca el bol entre las piernas, encima de la toalla. Vuelven los calambres por mi cuerpo, noto como mis pezones se endurecen y mi entrepierna empieza a notar esa electricidad. Se me acaban las palomitas y me quedo mirando la película, inquieta, se me nota el nerviosismo. Mi pierna sigue con su particular canción y en mi nuca ya empiezan algunas gotas de sudor a resbalar. Se acerca a mí un poco más y la toalla se le baja un poco, muy poco, pero lo suficiente como para dejar ver el comienzo de su pelvis. Se me van los ojos, no puedo evitarlo, me ruborizo y él se da cuenta, sonríe.

-         -  ¿Quieres? - Me pregunta con un tono picante.

-          - ¿Qué? - Pregunto medio aturdida por lo que mis pensamientos y su ironía están formando.

-         -  Palomitas, digo. Que si quieres más.

Sonrío. Claro, palomitas. Imbécil. Él se ríe, coge mi mano y la mete en el bol:
-          Coge lo que quieras, cuando quieras.
Oh dios mío. No puedo parar de mirarlo, como me sonríe con todo el erotismo del mundo. Me estoy mordiendo el labio mientras lo miro, retiro la vista al televisor haciendo como que me interesa algo lo que veo, pero me vuelve a girar la cara:
-          Sigue mirándome.

Lo dice de una manera agresiva, su risa ha desaparecido y en sus ojos ya no hay ese brillo pícaro del juego. Me mira con decisión, con firmeza, me intimida pero sorprendentemente, me excita mucho más que me mire así. Cansado de tanta tontería.
Me besa, con brutalidad, con un deseo contenido que empieza a liberar, aparta el bol de palomitas de encima de su toalla y me sienta encima de él. Noto su excitación, su pene duro buscando hueco para salir. Su lengua avasalla mi boca, no hay un solo hueco que no recorra y sus manos empiezan a subir mi camiseta por mi espalda. Me deshago de la camiseta sin saber cómo, sin dejar de besarlo, estoy húmeda. Mojada por completo. Sin lugar a dudas. Desabrocha mi sujetador y es una liberación intensa, mis pezones como piedras salen a la luz y se hacen notar. Él lleva su boca a mis pechos, primero a uno y después a otro. Los rodea con la lengua, los muerde, los absorbe y se pierden en su boca, yo mientras gimo y enredo mis dedos en su pelo todavía húmedo. Cuando termina con mis pechos me aparta con delicadeza mientras me besa, me coloca en el sofá y empieza a desabrocharme el pantalón, mete su mano fuerte dentro y toca mi entrepierna por encima de mis bragas. Me retuerzo, me nota húmeda y noto que eso le excita aún más. Baja mi pantalón que acaba en el suelo, me abre de piernas y me roza con brusquedad, con pasión, haciéndome notar que me desea aquí, y ahora. Mis manos en su espalda recorriendo poco a poco todos sus lunares, y mi boca en su cuello, saboreándolo poco a poco, recorriendo su garganta y subiendo hasta sus labios, no entrando dentro de su boca, jugando a dárselo todo y a que no tenga nada. Me muerde el labio con fuerza, me hace daño, pero me gusta. Me gusta su forma brusca de tocarme, de besarme, con fuerza, sin delicadezas, siendo consciente de que tiene que follarme y no hacerme el amor. Bajo por su torso y doy un tirón de la toalla que cae al suelo inmediatamente, y lo veo. Grande y duro, esperando su momento y colocado en mi entrepierna, avisándome. Me excito más, no dejo de mirarlo, él sonríe. Le gusta que lo mire. De repente mete la mano por dentro de mis bragas y toca mi sexo, hinchado y empapado. Me baja las bragas y me quedo desnuda ante ese hombre desnudo al que deseo tantísimo. Me abre de piernas y sin pensarlo introduce su pene en mí. Gimo. Oh dios. Es lento, se deleita en cada embestida, pero las da con fuerzas. Giro mi cuello hacia atrás y me dejo hacer mientras gimo, muevo lentamente las caderas, avisándole de que quiere más, pero sonríe y suavemente me chista:

-         -  Tranquila, no hay prisas.

Y otra embestida. Más fuerte aún, llenándome por dentro, sintiéndolo por todas partes, hasta mi garganta, y saliendo de mí en forma de quejidos. No puedo decir nada, gimo y le pido más. Sale de mí mientras yo sigo en el sofá, sentada y con mi cabeza atrás. Me besa los pechos, con más delicadeza que antes, intentando calmar un poco mi deseo, con más dulzura de la que hasta ahora me tiene acostumbrada, pero me gusta. Su lengua es cálida y agradable en mis pechos. Primero el derecho, después el izquierdo. Me besa el vientre mientras sus manos abren un poco más mis piernas, y sigue bajando. Y se para ahí, frente a mi sexo. Lo mira sonriendo, lo besa, le da un suave lametón que me remueve entera. Otro más. Su lengua juega, lentamente, intentando que no me espere lo que viene. Mi pierna sigue con su ritmo, pero ahora está ahí, agachado frente a mi dispuesto a beberme entera. Y vuelve en su ser. Vuelve a agarrarme los muslos con fuerza y me come, sin delicadeza, sin dulzura, sin contemplaciones. Como si estuviese en mitad del desierto y hubiese visto un oasis. Siento su lengua dentro de mí, me lame, me absorbe, es rápido y brusco, y me gusta. Le tiro del pelo, intento tener cuidado pero no puedo controlarme, cierro los ojos y aprieto las piernas.

-        -   Para… para…

Ralentiza el ritmo, pero no para, y sigue lamiendo mi clítoris suavemente pero con un ritmo constante. Noto un cosquilleo por mi vientre, me tiemblan las piernas. Mierda... mierda...

-         -  Para por favor.

-         -  No, córrete.

-        -   No, aún no por favor. Para…

-         -  He dicho que te corras.

Su voz es dura, firme, sin tambaleos. Sabe lo que quiere y cuando lo quiere. Me quiere a mí, entera. Y con el bebiendo de mí, me dejo ir... Aparta su boca de mi entrepierna y me levanta, me apoyo en él, me tambalean las piernas y él se ríe:
-          Esto no ha acabado chica...
Me lleva a la habitación y me sienta en la cama, abre un cajón y saca algo, no logro verlo, pero lo miro. Miro su cuerpo desnudo, sudado… miro su boca y sus ojos y vuelvo a notar mi deseo allí. Lo miro a él, tan sexual, con esa forma de sonreírme, de mirarme, de desearme…  Se gira y veo el paquetito plateado: un preservativo. Me mira y me sonríe, se lo coloca hábilmente y deja el envoltorio encima de la mesita. Se acerca a mí, no deja de mirarme a los ojos, llega a la cama y me besa. Esta vez más tierno, más dulce, con protección y cariño, pero con deseo. En mí siguen floreciendo esas ansias de tenerlo dentro. Sigo con mi ritmo y él, pone su melodía poco a poco, con ganas.
Empieza a rozar su pene por mi entre pierna, por mi clítoris, por mi pelvis, está ansioso, buscando cobijo, buscando entrar en mí. Lo beso apasionadamente, sin miedo y sin pudor, y lo toco. Mi mano sube y baja por su falo, primero lentamente, casi acariciándolo, después más intensamente, sin dejar de mirarlo a los ojos. Veo como se le enturbia la mirada y eso me pone más cachonda aún. Me pone esa parte de él, su parte bestia, fiera. Sin compasión y sin pudor. Gime y yo sigo, ralentizo el ritmo, quiero que disfrute, no quiero que se corra aún, y en el fondo el tampoco. Lo beso en la boca, en el cuello, beso su pecho y lo noto sonreír. Ya sabe mis intenciones y le encanta. Y entonces me lo meto en la boca, juego con él, lo saboreo. Creo un ritmo, lo lamo, lo chupo, lo lamo, lo chupo… Se encoge, se retuerce, gime, y lo escucho murmurar:
-          Si, oh si… sigue chica, no pares por favor, sigue...
Su voz se mete en lo más profundo de mí, echando leña a ese fuego que ya está encendido. Mi entrepierna palpita, con ganas. Pero me gusta estar allí, haciéndolo disfrutar y disfrutando yo. Me tira del pelo, fuerte, incluso haciéndome daño, pero no me importa, es un dolor que me gusta. Me azota el culo, me lo pellizca, me araña la espalda cuando acelero. Y noto su pene a punto de explotar, crece más y más en mi boca, es más duro y más sabroso, y no quiero sacarlo de allí. No me apetece, lo quiero ahí, en mi garganta. Pero sin esperarlo me aparta.

-          -¿Qué haces? – le digo medio enfadada, pero con una excitación brutal.

-          - Para, no sigas por ahí.

-          - ¿No te gusta?-  Le pregunto sabiendo perfectamente lo estúpido que resulta preguntárselo.

Sonríe. Me besa mientras me coloca las manos en la cama y me abre las piernas. Se acerca por detrás a mi oído y con un tono serio que hace que me vuelva loca, me lo dice:

-          - Voy a follarte, voy a terminar dentro de ti. Voy a follarte duro, como dudo que te hayan follado alguna vez en tu vida. Porque es lo que me apetece.

No puedo decir nada. Sus palabras me ahogan, me enrojecen. Oh si, si si si por favor, suplica dentro de mi esa diosa enferma que lo desea a todas horas. Me vuelve a tirar del pelo.

-          - Dime que te folle.

Me río.

-        -   Dime que te folle o no haré nada.

“    "No será capaz” pienso. PLAF. Me siento su mano en mi culo, pica, pero me gusta. Los nervios me pueden y no soy capaz de decir nada. Otra vez, PLAF.

-         -  Habla, o no dejaré de azotarte.

Siguen las palabras sin brotar, me centro en el resquemor de mi trasero y en cómo, sorprendentemente, cada cachete que recibo enciende mi ser.
PLAF.

-         - Pídemelo.

PLAF. Grito. Un grito encerrado entre dolor y placer. Un grito que mi cuerpo libera queriendo decir que lo haga, que entre en mí, que ya no puedo más. Y él lo sabe. Me ve temblando, mojada, invitándolo a que entre dentro de mí allí, en esa cama, a cuatro patas. Y otra vez: PLAF.

-        -   ¿Vas a decirme algo más o vas a correrte mientras te azoto?

Se acerca a mi oído de nuevo, escucha mi respiración entre cortada, mis gemidos. Y ya no puedo más, no puedo seguir jugando, lo necesito. En ese momento lo necesito. Y en un susurro, porque hasta mi voz está resquebrajada, se lo suplico...

-         -  Fóllame, por favor…

Lo escucho sonreír, y sin pensarlo, lo tengo dentro de mí. PAM. PAM. Gemido. PAM. PAM. “Sigue” PAM. PAM. PAM. Mi cuerpo convulsiona entre todas sus embestidas y el gime, acelera. Y todo va a llegar a su fin. Nuestros cuerpos tiemblan, me tira del pelo y como si de una perfecta sincronización para cometer un delito se tratara, nos dejamos ir. Noto mi vista nublada, mi cuerpo tembloroso y noto su temblor en las piernas. Y subimos por un segundo a ese lugar inalcanzable, como tocar el paraíso. Como si en ese momento, que está dentro de mí, el mundo se hubiese parado. Y llega el final, mis fluidos y los suyos nos liberan de ese maravilloso momento. Se recuesta encima de mí con delicadeza, aún dentro. Lo escucho jadear y noto su corazón acelerado. Y sonrío. Miro mi pierna ya quieta, calmada. Ahora no tengo dudas. No hay música más bonita que ésta.

viernes, 20 de marzo de 2015

¿Imperfecta?

Nunca quería ser yo. Desde los nueve o diez años me pasaba, tenía un odio profundo a mis ser, sobre todo a lo que veía en el espejo. Quería los ojos azules de Julia, el pelo largo y rubio de Natasha y el cuerpo de Lucía. Pero aquella era yo, con mis ojos grandes y marrones, mi media melena castaña oscura con ciertos reflejos pelirrojos al sol y mi regordete cuerpo. Fui conformándome con ese desprecio de mi misma, albergando en mi oscuro corazón la esperanza de que el tiempo y la adolescencia hiciesen de mi algo digno de ver, pero llegaron los catorce, los quince, los dieciséis y nada, mi cuerpo seguía sin gustarme, y aunque había cambiado muchísimo yo a cada día me veía peor.
Tengo que reconocer que siempre he sido demasiado oscura, demasiado pesimista, demasiado inconformista, nunca he sido una chica alegre, que muestre sus sentimientos. Desde muy pequeña he mirado el valor de las cosas por lo que parecen y no por lo que son, y he creído que conmigo harían lo mismo. Exacto, una tremenda gilipollas que no sabía nada de la vida.
Hace dos años, unos días después de cumplir los diecisiete conocí a Ana. Ana era nuestra nueva compañera de clase, era alta, delgada, pálida y con unos ojos azules que casi hechizaban. Era solitaria y estaba apagada, pero no sé por qué siempre me sonreía. Empezamos a hablar y a hacernos amigas, los demás cuchicheaban pero nos daba igual, Ana tenía una belleza enorme, era perfecta. Un día estando en casa, Ana insistió en que me pesara, ya le había hablado de mis constantes inconformismos por cambiar aquel saco de patatas que veía en el espejo. Me puse encima de la báscula: 62 kg.
Ana sonrió, pero su sonrisa no era dulce como siempre. Sentí que se reía de mí, aquel ser perfecto, alto y delgado se reía de mí y con razón: era una foca.
Todavía en esta cama puedo recordar cómo me sentí en aquel momento, hubiese firmado cualquier oportunidad de caerme redonda al cielo y no volver a respirar. No quería ese mundo donde nadie iba a quererme, ese mundo no me gustaba, yo no me gustaba. Era como vivir atada a un bloque de cemento que no me dejaba avanzar, estaba estancada en mi propio odio, me daba asco, no me merecía nada, estaba sola y mi única amiga estaba allí riéndose de mí. Y yo no tenía los cojones de decirle nada porque en el fondo, si yo hubiese sido Ana, me hubiese reído de cualquiera que se pareciese un poco a mí. Era como comparar una rosa con una triste margarita. Como comparar un diamante con grafito. No podía llegar a ella, no podía alcanzarla, ni igualarla… Y entonces Ana me pidió que cambiara. Me dijo que podía ser como ella, que no me rindiese, que le hiciera caso… y joder si se lo hice.
No voy a contaros paso a paso que pasó, os lo imagináis supongo verdad: 1 comida al día, ansiedad, vómitos forzados, deporte sin control, llantos, cortes llenos de ira, un espejo que me odiaba, una familia que no me apoyaba porque quería verme gorda y jodida. Pero yo tenía a Ana, yo creía que Ana era lo único que necesitaba. Y así fui mirando mi báscula… 60, 57, 51. 48, 46, 42… pero nunca era suficiente. No era más feliz, no estaba conforme nunca. Seguía dándome el mismo asco que cuando tenía diez años y me sentaba en el recreo a ver moverse el cabello de Natasha, o a ver como el esbelto cuerpo de Lucía se contoneaba y a mirar cuando tenía oportunidad el cielo de los ojos de Julia. Seguía siendo aquella triste infeliz que se sentaba mirando como cualquiera que tuviera algo diferente a mí era por ley mejor que yo. Dormía escuchando a mi madre llorar, mi cuadro favorito era la basura llena de aquella comida a la que yo sin tener por qué odiaba. Mis ojos seguían igual de vacíos, mi piel estaba casi tan amarillenta como mis dientes. Mi pelo no tenía brillo, era una mata que caía de mi cabeza, y todas aquellas lágrimas hacían charcos en unas ojeras que no solo tapaban mi cara, también lo poco que quedaba de mi alma, tan podrida que me mataba por dentro.
No recuerdo como fue aquel día, no veía bien, se me nublaba la vista, no le hablaba a mamá desde hacía meses, no había ropa de mi talla, toda me quedaba grande. Llevaba dos días sin comer nada más que una sola manzana. Después de casi 1 año, hasta el apetito se me había ido junto con las ganas de vivir. Ahora yo era Ana, hacía lo que Ana decía, comía cuando Ana daba permiso y dejaba que Ana me castigara a su cruel forma. Mi cuerpo estaba lleno de marcas, y aunque el número de la báscula me decía que ya era como Ana, el espejo me hacía ver otra cosa. Yo no era Ana, ¿era Ana yo, quizás?
No voy a seguir contando más, os lo imagináis ¿verdad? No duré mucho más. Recuerdo que el día que me llevaron al hospital mi padre me podía coger con un solo brazo mientras del otro tiraba de mi madre, que en el suelo maldecía y lloraba. En el hospital se asustaron al verme, era una especie de monstruo. Me había convertido en un monstruo. Pero no importaba, estaba tocada y hundida… y allí, Ana se fue, sonriente y victoriosa, había llegado a su meta. Aquel era el fin.
Hace dos años ya que mi madre no tiene que preocuparse por mis comidas, por mis cortes, por mi peso, por mi rabia interna y me desestabilidad emocional y mental. No, no es un final feliz. No salí de aquello. Me quedé en aquella cama de aquel hospital, con el mismo color que aquellas sábanas donde casi podía perderme sin que me vieran. Y allí conmigo en esa cama se quedó aquella niña de diez años que miraba a las otras niñas jugar felices.
Hoy cumpliría 21 años, y todavía no consigo saber o contar todo lo que daría por ser aquella regordeta con el pelo corto y los ojos grandes, todavía no consigo ver cuánto daría por abrazar a mi madre, por ponerme un vaquero y que me quedase ajustado, porque mis ojeras fuesen de no dormir por haber estado toda la noche de fiesta.  No sé cuánto daría ahora por mirarme de nuevo al espejo y verme así como era, con mis enormes defectos que tanto me hacían ser así. Cuánto daría por volver a aquel día y subirme a la báscula, y al ver mis 62 kg poder sonreír e irme con mamá a comer un helado. Y por mirar a mi madre a los ojos y pedirle perdón, solo mirarla y pedirle perdón a ella y a mi padre por joderme mi vida y la suya a cambio de nada. Pero no puedo. Y eso es lo más jodido de la vida. No tener ni siquiera la oportunidad de arrepentirse. No poder mirar atrás y pedir perdón, no poder decir: me equivoqué. Porque te has jodido hasta tal punto que hasta pierdes los derechos a vivir.

No voy a cambiar el mundo, lo sé. No me quise, no fui feliz, ni siquiera he conseguido ser leyenda y, probablemente, ninguna de las que sigáis este camino lo haga. Pero Ana os dirá que sí. El problema es que Ana se va. Nunca os quiere, nunca se conforma. Ana se marcha victoriosa. No puedo pediros que no hagáis lo que yo hice, porque hasta el más cenutrio de los seres humanos sabría que matarse y matar a los que te quieren de esa manera es ser un monstruo. Y pedir que no os matéis es tan absurdo que me niego. Pero si puedo pediros a aquellas que desgraciadamente ya habéis empezado este camino, que paréis. Porque os aseguro que no hay nada más jodido en esta vida, que no tener siquiera la oportunidad de poder pedir perdón, y sobre todo, no hay nada más jodido que morirse y no tener la oportunidad de perdonarse a una misma. 

jueves, 19 de marzo de 2015

A mis letras: Perdón.

Tenía que esperar.
Hola, ante todo. Ha sido mucho tiempo, ya no recuerdo cuánto. No voy a juraros, me conocéis mejor que yo a mi misma, sabéis que tengo los ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas, esto me recuerda a una de esas primeras veces… quién lo diría.
Creo que tengo tantas cosas que decir y ninguna son excusas. Me perdí y casi os pierdo, o quizás no vaya a perderos nunca. Ni idea. Solo sé que lo siento. No me atrevería a decir que ha pasado exactamente para que sucediera esto, solo sé que ha pasado y que, mi vida sin vosotras siempre ha estado un poco más vacía. Yo era menos yo, ya sabéis, era como una flor que aunque no muere, le faltan sus pétalos.
Si tuviese que contar todas las lágrimas derramadas, creo que no podría, os he echado de menos pero, no podía, no estaba preparada. Y me he sentido sola, perdida en mi nueva vida maravillosa pero que no fui lo suficientemente capaz de compaginar con vosotras. No fui fuerte, y no quiero castigarme, tengo derecho a haber sido débil y frágil, y a fallar, y a perder alguna batalla, y a querer abandonar. Pero ahora… ahora es como volver a empezar, siento mi mente bombardeando millones de cosas por segundo, tiemblo y lo único que sé que no quiero irme otra vez. Os he echado tanto de menos.
Y es que formáis parte de mi, de mi esencia. Durante mucho tiempo me he preguntado y me he cuestionado a mi misma, y no he comprendido mi locura, a veces entrañable pero a veces tan venenosa que casi me mata. He vuelto a ser un bicho raro, me he sentido fuera de lo normal, vacía, sin encajar. Pero no se me ha notado, porque claro, ¿cómo voy a permitir eso? No podía. Hay veces en tu vida que no puedes permitirte ser débil, aunque el fondo seas una copa de cristal capaz de resquebrajarse con solo un sorbo con más ímpetu. Y he vuelto a tener muchas veces 15 años, y he vuelto a sentirme perdida, y en estos meses he vuelto tantas veces a mirarme al espejo a ver si volvía y a ver si os veía, que casi desgasto mis retinas. Pero ahora… ahora que más da. No quiero irme, no quiero dejaros, no quiero que seáis uno de esos sueños que cuando tienes 70 años les cuentas con nostalgia a tus nietos, hay muchas cosas en mi loca cabeza, ideas que van y vienen y proyectos que antes de ganarse un lugar en mi corazón ya han desaparecido en mi mente. Pero vosotras no… vosotras sois aquello a lo que no puedo renunciar. Y ahora… aquí estoy, siendo la misma loca de siempre con su inestabilidad emocional dispuesta a decirle al mundo que sigo aquí, que esta parte de mi sigue viva. Que sois parte de mi y que el tiempo lo ha intentado, pero no ha podido. El tiempo es fuerte, pero no puede con todo. Ahora nuestro camino no sé cuál será, pero sé una cosa… ahora estamos juntas. Como siempre, pero mejor que nunca.
Gracias por ser esa parte de mi que me hace encontrarme en el espejo, y enseñarme que ser la rara, puede ser lo mejor del mundo.

Empezamos…