martes, 17 de septiembre de 2013

Carta número treinta y seis.

Quizás 36 meses es aparentemente muchísimo tiempo para que todo cambie abismalmente. Pero no sabéis lo rápido que se pasa, y a la vez, lo eterno que se sufre. Y en treinta y seis meses hay personas que se merecen huecos, aunque sea en un trozo de papel, ya sabéis, aunque sea este papel virtual y metafísico.
Empecemos entonces.

A mi familia:

Treinta y seis meses se hacen muy largos, ¿verdad?, y la ausencia duele, mucho. Y sé que lo sabéis casi tan bien como yo. Supongo que como siempre, las gracias por mucho y el perdón por tanto, no pueden faltar. Pero yo hoy no los voy a mencionar.
Por permanecer unidos y querernos, por salir adelante, por superar nuestras diferencias. Por tener cada día la ilusión de seguir siendo, quizás no la mejor, pero si una familia admirable.
Por creer que era la única que ha sufrido, por encerrarme en mi propio mundo, por no estar quizás en todo momento, por la ausencia de tantos “te quiero” que quizás callé para no parecer débil. Por mis murallas que me alejaron incluso de mi misma. Por tanto que quizás, aunque duela, tiene que suceder para aprender a lo largo de este incesable camino.
Ya sabéis que palabra va para cada lista que, indiscutiblemente, será infinita incluso después de la vida.

A mis amigos:

Quizás hoy, las cosas han cambiado. A mal, a bien. A nada, a todo. No lo sé. Pero sé quien estuvo ahí, quien ofreció su hombro. Quizás quien hoy no está, por el destino, la madurez, la propia vida. No importa. Por quien estuvo a cambio de nada, y quizás aquellos pocos, sepáis quienes sois sin necesidad de mencionaros. Gracias.
Puede que hoy, y mañana, y el futuro no nos depare nada juntos, pero siempre, siempre desde la S a la E, SiemprE, sabré porqué sonreíros y quereros. Porque pase lo que pase, querer, no se deja de querer a quien de verdad lo merece.
Y por último...

Al hombre de mi vida:

Treinta y seis meses es un tiempo valioso, muy valioso. Da tiempo de que muchas historias se acaben, y dan paso a que otras empiecen, ¿verdad?
 Nosotros lo sabemos bien, sí.
Yo sé que tú, aunque no me preguntes demasiado, sabes cuánto hay en mí. Sabes ese amor que le tenía, y también entiendes ese odio hacia su persona. Y sabes cuantas noches sin dormir, y cuantas miles de sensaciones se me han pasado por la cabeza y el alma en menos de una milésima de segundo.
 Y lo sabes todo, sin ni siquiera preguntar “porqué”. Aunque yo también sé que en el fondo alguna vez te lo has preguntado, o eso creo. Nunca te ha hecho falta una explicación, siempre te ha bastado saber que lo que él fue no lo sería nunca más nadie, quizás porque padre, no hay más que uno. No lo sé. Aunque en la mayoría de los aspectos, es mejor así.
Sabes que me siento especial, pero no diferente. Y sabes que en parte, si soy algo que merezca la pena en alguna parte de mi extraño ser, lo soy gracias a todo ese dolor que él hizo brotar desde el interior de un volcán apagado, llenando de lava la infancia de una niña inocente.
 Y sabes  que quizás merece estar donde está. Qué cojones, yo también lo sé. Incluso creo que me alegro de que esté ahí, aunque a veces pagaría con mi vida porque me abrazara cinco segundos. Sólo cinco. A veces soy capaz de pensar que merecería la pena, ¿qué locura no?
 Y es que en el fondo, tú sabes igual de bien que yo,  que teníamos esa forma rara de querernos los dos. No la mejor, de acuerdo, pero si una especial. Lo sabes porque has estado ahí, no importa como qué, pero has estado desde el principio. Y quizás eso nos hizo estar hoy en este lugar al que llamamos NUESTRO hogar, ¿no? Ese dolor que ambos compartíamos por el pasado nos arrastró juntos. ¡Y qué bonito ha sido y sigue siendo naufragar sin rumbo a tu lado pequeño loco precioso!
 Da igual quién o qué, las cosas se olvidan, incluso la gente, pero la llaga siempre escuece, y nosotros nos supimos curar las heridas. Aún nos las curamos. Eso me hace feliz.
Treinta y seis meses, y no has fallado por nada, ni por nadie. Siempre he estado en tu vida, aunque no lo hayamos tenido fácil. Ninguno. Quizás es algo que siempre te agradeceré. Ante todo, siempre has sido mi amigo, sin importarte nada. Puede que el mejor que he tenido y vaya a tener  nunca.
A ti también te amo y te odio ¿sabes?, era algo parecido. Es odiarte por amarte tanto. Por saber que, bueno, que tienes un poder sobre mí. El miedo a que te destruyan siempre está. Puede que tú en parte sepas lo que es eso. Pero si hay algo que he aprendido en estos dos libros que, aún siendo totalmente distintos hay algo que un dieciocho al año los une, es a diferenciar.
Y cuando me toco el vientre, gordo y redondo como una pelota de baloncesto, se me pasan mil cosas por la cabeza. Y muchas no me las tomo con humor. Tú lo sabes, y yo y mis hormonas revoltosas lo sentimos.
Pero sé diferenciar algo: que tú sí serás un buen padre. Quizás el no hemos tenido ninguno. Y eso me alegra en el alma.
No hay mucho más que decirte, como ya he dicho, treinta y seis meses es mucho tiempo para empezar muchas historias. Y aunque cada dieciocho escueza un poco la herida, me alegro de tenerla. Eso significa que te tendré a ti para curármela. Y aunque suene feo… quizás, por mucho que quieras a alguien, es mejor que las historias se acaben. Pero eso solo lo sabes cuándo empieza la historia de tu propia vida. Una historia de verdad.
 La que tú me has dado. La que Taytas nos ha dado.
Gracias de nuevo, y perdón por cada dieciocho, aunque sé que tú no necesitas ningún perdón. Ni siquiera necesitas ningún hueco para entenderlo. Por eso eres quien eres, y por eso la vida te tiene preparado tanto. Tiempo al tiempo, todo llega, ¿no?

Te amo.

2 comentarios:

  1. Tu cada dieciocho y yo cada veintinueve... En fin, me he sentido muy identificada y escribes muy bien! Un besito guapa

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias! La vida es dura, pero bueno, todo pasa :D Un beso ♥

    ResponderEliminar