sábado, 3 de noviembre de 2012

Detalles del invierno.


¿Qué creéis que es un bar? Un sitio donde beber algo, quedar con amigos, echar unas risas y recordar algún que otro momento pasado mientras nuestro subconsciente ya planea mejorarlo en un futuro, quizás no muy lejano, quizás si, depende de la vida, del curso de las cosas, de como todo siga un camino que por otra parte, ¿quién lo marca?.
Para mi, un bar es como un autobús, o un parque, o la puerta de una discoteca, un sitio corriente que encierra en cada mirada, cada gesto, cada persona, en cada esquina, una historia diferente. Una historia que vive encerrada en el olvido, esperando ser descubierta, ser sabida, ser escrita. Esperando a que quien quiera que la descubra, la haga suya en el tiempo, en el instante, en el momento. Suya, sin más.
¿Y en ese bar? ¿Cuántas historias hay? Es mirar por la ventana y no sabéis la cantidad de cosas que me cuentan. La mirada de esa chica que mira con cierta envidia y a la vez, admiración a su amiga que a la vez besa a su novio, simulando un papel de felicidad, que... ¿Es cierto? Nadie lo sabe. Y la lluvia, esa es mi fiel aliada. Es, como yo la llamo, mi mar en plena ciudad, en pleno centro. Ella es la que me indica que pasa en la mente de ese chico que se pone la capucha de su sudadera tapando los cascos y ni siquiera se acelera al ver que se esta mojando. Sin embargo, por la acera de enfrente esa chica lleva paraguas y anda a paso ligero. ¿Quién es mejor de los dos? ¿Por qué a ese chico que cada gota le cala un poco más hondo no le importa el tiempo, la lluvia?, se inunda en la música del reproductor, y se limita a vivir… ¿Es esa chica más feliz por que detrás de cada paso en el que pierde un instante hay alguien o algo que la espera? Y si es así... ¿merece ese algo más importancia que la de ese momento en el que el agua cae del cielo y traspasa tu ropa para acariciar tu piel? No lo sé, solo sé que ese chico y esa chica que probablemente no se conozcan de nada, que probablemente se diferencien en millones de cosas, estarían interesados en mirarse uno al otro y preguntarse ¿qué es el tiempo?. Sea como sea, no hace falta irse tan lejos para descubrir una historia. Basta mirar en tu mesa. Como todos hablan, sonríen por inercia, contestan por la obligación de una costumbre, una educación, de una orden que sin querer les han implantado desde pequeño. Y se enseñan cosas, y aparentan estar contentos mientras en cada “pues yo hiceesto” hay una pelea, como cuando dos leones se enfrentan por el liderazgo de la manada, como cuando un perro orina, marcando el terreno, dejando claro quien es el alfa, quien es mejor. Al fin y al cabo, no somos más que unos animales mejor educados. Y de momento, en una conversación se desvía una mirada, se borra un instante una sonrisa o aparece de la nada en un momento de silencio. De repente la mente ya no está entrenada, el pensamiento se ha ido a otra parte, el cuerpo no reacciona. Y en ese instante de milésimas de segundo, no sabemos controlarnos, no somos dueños de nuestros actos, no somos nada. Pero allí está la gente, siguiendo su camino, su historia. Escondiendo su miedo, su normalidad, sus debilidades en un vaso de cerveza que deja un arco mojado en la mesa. Escondiendo sus ganas de estar en otro lugar, con otra persona, quizá incluso en otro momento. Y mientras tanto siguen bebiendo a cada sorbo, la misma frase que le gritan quizás a un desconocido que cada noche sueñan con conocer más. Pidiendo, suplicando siempre lo mismo en cada trago; SÁLVAME.
Y por un instante casi tan imperceptible como esa mirada desviada, reflexiono sobre la gente, sobre la vida; ¿por qué no están donde quieren? ¿Qué les hace estar aquí? Y sobre todo ¿por qué no salen a buscar esa salvación que tanto esperan?..
Un roce. Y antes de alzar la vista, ya sé lo que quiere: “Hijo de puta, me estás convirtiendo en una loca que escribe en una servilleta un montón de palabras que giran en torno a una pregunta, ¿por qué?” jaja y una sonrisa, quizás tenía razón, esto no está tan mal como parece. Y luego, fin.
Se desvanece, desaparece. Cada pensamiento, cada pregunta. Dobla la servilleta y métela en la cartera.
Y ahí, me siento la más privilegiada de ese bar, de esa ciudad, probablemente de ese mundo absurdo. Sí, yo tengo justo enfrente lo que quiero, donde quiero. Y no tengo que desviar la mirada más que unos centímetros, del papel, a sus ojos. Que ironía, ambas cosas son capaces de darme la vida y tienen el poder para quitármela, tanto el papel como sus ojos. Pero no lo puedo evitar, yo les entregué el privilegio de construirme, y el de destruirme. Y no me arrepiento. Están allí, ambos. Uno debajo de mi barbilla, encima de la mesa, y otro justo frente mía, con el mar en los ojos. Y es cuando miro el invierno que tiene ese chico en la mirada, es cuando surge. Una frase, una pregunta sin interrogación, un deseo, una afirmación. Dos palabras que hacen que al menos en 100 millones de km a la redonda, la única historia que de verdad merezca la pena sea la nuestra.
Te amo.

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