jueves, 27 de diciembre de 2012

Te amé, de eso estoy segura.


Perdóname.
Así empezó esa mujer su carta, entre tinta, papel y dolor. Su primera palabra, su primer pensamiento, y su primera toma de contacto con la vida, con el presente, ladraban como perros callejeros esa palabra, esa petición que aún no sabía por qué la pronunciaba, pero sabía que debía de hacerlo: PERDÓNAME.
“Perdóname. Perdóname por dejar mis sueños en el felpudo de la entrada, hacia una casa de dolor. Perdóname cuando juré ante aquel altar de falsedades y promesas que ya estaban rotas antes de decirlas “hasta que la muerte nos separe”. Perdóname. Perdóname por arroparte cuando tuviste frío, por llevarte al médico y darte tu medicamento cuando estabas enfermo. Por hacerte cosquillas por las noches, por darte besos por la mañana y por esas veces en las que te llevé el desayuno a la cama. Perdóname por silenciar deseos o ganas, por aguantar egoísmos y gritos, perdóname por empezar a darte el poder de hacer con mi corazón, mi vida, y mi alma, lo que se te antojara. Perdóname por esa primera vez que me dijiste que mi falda era demasiado corta y me cambié de ropa, por esa primera vez que te pedí que no bebieses más y me mandaste a callar delante de nuestros amigos. Perdóname cada vez que me insultabas porque venías borracho, y perdóname por cada excusa del día siguiente que apunté en mi lista de ‘cosas que dejar estar’. Pero sobre todo, perdóname la primera vez. Perdóname la primera vez que tus manos golpearon mi cara dejando una marca de dolor, de inferioridad, de desamor, en mi piel. Perdóname la primera vez que tu pantalón estaba manchado de ese carmín que yo nunca usé. Perdóname todas esas reuniones que sabía que no existían, y ese olor a alcohol que inundaba la habitación cuando entrabas a dormir, a seguir con una vida de teatro en la que ya, todas esas promesas cobraron el valor que le correspondían: ninguno. Perdóname amor. Perdóname por haber hecho mal lo que ni siquiera me diste la oportunidad de hacer. Por convertirme en esposa y dejar de ser mujer. Por cederte mí libertad, y dejar que usaras la tuya para dañarme. Perdóname cada segundo que me callé, cada palabra que escondí en un hueco de mi corazón al que le atribuí incluso un nombre ¿sabes? : DESECHOS. Perdóname por cada vez que intente acercarme a ti para hacerte el amor y no tenías ganas porque ya otra se había encargado de darte placer. Perdóname la primera vez que admití que cambiaras un ‘preciosa’ por un ‘puta’, que sustituyeses tus cálidos besos por tus fríos puñetazos. Perdóname por levantarme con la piel morada y el corazón herido. Perdóname por tapar mis heridas con maquillaje y buscar la forma de cerrar las grietas de mi alma. Perdóname por creer en ti hasta el final, pero sobre todo, perdóname por creer en nosotros hasta el último momento. Mi corazón hecho añicos pide en su último aliento un perdón de aquel que lo tiró a la basura, un perdón de aquel al que amó, y ya no puede amar. Un perdón por aparecer ese 15 de Noviembre en tu vida. Un perdón por confiar en ti y darte cada resquicio de mi cuerpo, cada parte de mi mente, cada milímetro de mi corazón. Perdón del hombre que me hizo esclava de un silencio que atormentaba cada noche. Perdón del hombre que me ató de pies y manos frente a una vida de ira, de dolor, de rencor, de maltrato, de infidelidad, de mentiras, de odio. Frente a una vida llena de sueños y expectativas que se desvanecieron ese mismo día que no te despediste con un beso al salir. Un final que dice perdóname hasta en mi despedida. Perdóname, amor, por convertirte en la razón de mi vida. Pero sobre todo, perdóname por adjudicarte el título que hoy te adjudico: el único y gran motivo de mi muerte. ‘Hasta que la muerte nos separe’. A diferencia de esta falsa vida, yo amor, si dije, prometí y juré la verdad. Un ‘para siempre’ que hoy, sonríe al transformarse en un ‘hasta nunca’.”
Selló la carta con dolor y alivio, con desamor y añoranza. Se quitó su ropa y la dejó caer levemente al suelo. Se miró al espejo y le resbaló una lágrima desde su ojo morado, cayendo por su mejilla, pasando su cuello y visitando su pecho, hasta que en su vientre se coló por su ombligo y sin saber cómo, no volvió a aparecer. La bañera estaba llena, el agua caliente. Entonces puso la radio y se sumergió en el agua. Cerró los ojos, y con un último aliento de olor a miedo y tranquilidad a la vez, pensó por última vez, y le dijo a él, que no la escuchaba, eso que nunca tuvo valor de decirle a los ojos, pero que ahora sabría con seguridad para el resto de sus días; “te amé”.
Una bañera llena de sangre, una carta en sus manos, y alguien que ahora sabe que decía la verdad cada vez que le decía “moriría por ti”. En la radio “Kansas – Dust in the wind” la canción con la que se conocieron. Dentro del sobre su carta y una foto de ambos antes de casarse. Él con unos vaqueros y una camisa blanca, y ella con un vestido corto color mostaza. Ambos se miran y sonríen, él la agarra por la cintura y ella tiene su brazo sobre su hombro. ¿Qué ha sido de nosotros? Se pregunta él. Sabiendo que es el único culpable de lo que ha pasado. Entonces escucha en su canción “nothing is forever” y lo sabe. Se sienta y deja caer la foto encima de la mesa. Y lee por detrás de esa imagen las últimas palabras de aquella mujer que lo había dejado solo, para no sufrir más, dando paso a un mundo que aún sin conocer, sabía que sería mejor: “Vaya donde vaya, me consuela saber, que al menos, durante una sola milésima de segundo, nos amamos de verdad. Ahora, solo somos como dice nuestra canción, polvo en el viento. Nada es para siempre amor, nada.”
Y entre suspiro y suspiro, agacha la cabeza. Y susurra una palabra, solo una que le atormentará los restos de su vida: PERDÓNAME.

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